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Los ahorros con tasas en 0: riesgos del activismo optimista

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

La buena gestión de las inversiones tiene más de diversificación estratégica y disciplina, que de selectividad, adrenalina e hiperactivismo.

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Los mercados bursátiles parecen haber entrado en una fase de optimismo luego del pánico de marzo pasado y varios meses de escepticismo, activada en parte por la elección de Estados Unidos, los inicios de la vacunación mundial contra el COVID-19 y la prolongación de los estímulos económicos globales. En este contexto, era completamente esperable un mayor entusiasmo de pequeños inversores por “reingresar” a las bolsas e intentar subirse al “rally”. Lo ocurrido durante las últimas semanas con las alzas (volatilidades) de acciones como GameStop, otras empresas “recomendadas” anónimamente desde redes sociales o incluso las criptomonedas, son solo algunos ejemplos de esa tendencia. Y a la vez constituyen una gran oportunidad para alertar sobre los riesgos implícitos y para recordar los principios básicos en la gestión de largo plazo del ahorro, especialmente en el escenario actual de tasas de interés. Van acá algunas sugerencias derivadas de la teoría, la evidencia y el juicio.

1). Siempre algo se puede ahorrar. Por supuesto que algunas entidades financieras o activos pueden exigir mínimos, pero cada día hay mayor disponibilidad de instrumentos en los cuales se puede invertir desde montos incluso inferiores a 1000 dólares. Y más allá de opciones individuales como depósitos o acciones, hay cada vez más alternativas para diversificar, como los fondos de inversión (fondos mutuos) o los fondos índice (ETFs), que pueden accederse desde plataformas digitales o gestores locales.

2). Pensar el portafolio total. Siempre las inversiones deben estructurarse considerando todos los activos de la persona, incluyendo los inmobiliarios, la participación en empresas y sobre todo el capital humano, que suele omitirse. Es importante calibrar la estabilidad/volatilidad de los ingresos provenientes de dichas fuentes, así como su correlación con el resto de las inversiones.

3). La diversificación es clave. “Poner los huevos en distintas canastas” es un principio fundamental que suele olvidarse en el entusiasmo de las inversiones. No solo es necesario diversificar teniendo en cuenta todos los activos de una persona, sino hacerlo con amplitud dentro de las grandes categorías de inversiones (renta variable, renta fija) e incluso por monedas, sectores, regiones y características de las compañías. Hoy fondos baratos lo permiten.

4). Las rentabilidades futuras serán más bajas. Como el retorno de todo activo se superpone (con un premio) a la tasa de interés “libre de riesgo”, que se prevé estructuralmente más baja, las rentabilidades esperadas serán menores a las observadas en los últimos 40 años, sobre todo en las carteras con mayor concentración en renta fija. Para aspirar a los retornos previos, los inversores deberán inexorablemente incorporar más renta variable a sus portafolios.

5). Los costos son lo único seguro. Siempre es clave considerar las comisiones, los gastos, los impuestos, la depreciación de los activos e incluso el tiempo de uno dedicado a las inversiones para calibrar correctamente la rentabilidad neta de las carteras e inversiones.

6). El largo plazo es largo. Para capturar las rentabilidades implícitas en activos o portafolios diversificados, sobre todo de renta variable, los plazos suelen ser de un cuarto de siglo o más. Como ejemplos, basta recordar los últimos 30 años perdidos en el mercado accionario japonés o el declive de la última década en las bolsas emergentes o el estancamiento en el precio de la tierra uruguaya entre 1980 y 2002.

7). La potencia del interés compuesto. Cuanto más joven uno empiece a ahorrar, mayor capacidad y tiempo para que los ahorros capitalicen la rentabilidad de las rentabilidades que fueron generando en el pasado. Por ejemplo, como sucede en el caso de los fondos previsionales, al cabo de 35-40 años de cotizaciones, dos tercios de lo acumulado por un afiliado proviene de la rentabilidad de las inversiones y solo un tercio de sus propios aportes.

8). Los peligros del activismo. No hay evidencia contundente demostrando que movimientos frecuentes entre categorías de activos y una elevada rotación de instrumentos específicos en función de recomendaciones periódicas, lleven a ganarle sistemáticamente al mercado. Es mejor calibrar bien la tolerancia al riesgo y el horizonte de las inversiones para la estructuración acorde del portafolio y la definición de una estrategia de discrecionalidad restringida, cuasi pasiva.

9). El único activismo relevante es entre renta variable y renta fija. Varios estudios sugieren que cerca del 90% de la rentabilidad de un portafolio está determinada por dicha proporción. La moraleja para el ahorrista y los gestores de fondos es concentrarse en definir bien esa combinación, que depende de la etapa en la vida de la persona, sus preferencias de liquidez, sus objetivos para el ahorro y el ciclo de la economía mundial. Salvo que estén ahorrando para objetivos de corto plazo, los jóvenes con menor riesgo de capital humano y mayor horizonte de inversión, deberían privilegiar la renta variable. Esta, a su vez, pasa por etapas de pánico, escepticismo, optimismo y euforia, en parte determinadas por las perspectivas macro de largo plazo.

En fin, a la larga, la buena gestión de las inversiones tiene más de diversificación estratégica, paciencia y disciplina, que de selectividad, adrenalina e hiperactivismo. Una regla que los pequeños inversores deberían tener muy en cuenta, sobre todo en tiempos de modas financieras optimistas.

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