Lleva ya largo tiempo la discusión acerca de la magnitud del desequilibrio de las cuentas públicas en Uruguay. En esta columna, meramente, intentaré explicarlas distintas maneras de medirlo y, algunos de los problemas que tienen las cifras nominales que se publican. Como aclaración previa, vale indicar que la única manera de informar es como se hace y han hecho tradicionalmente las sucesivas autoridades, correspondiendo a los especialistas depurarlas para su mejor análisis.
Separando las cuentas
En un país con elevada deuda como el nuestro, es imprescindible abrir el resultado total entre el llamado “resultado primario”, ingresos menos egresos antes de la cuenta intereses, y el resultado de intereses, ingresos menos egresos por este concepto. Esto es así porque, con deuda importante, la cuenta de intereses será negativa y, entonces, para equilibrar el resultado total deberá haber un superávit primario[1].
Lo indiscutible es que, para evitar la cesación de pagos (default), dado una ratio deuda a PIB, el resultado primario debe ser tal que la variación del cociente sea a largo plazo menor o igual a cero. Luego están las valoraciones si esa razón debe achicarse o tiene espacio para crecer, lo cual depende de diversos factores, algunos totalmente exógenos al manejo de las autoridades locales. Entonces, más allá de discusiones del quantum, es claro que el resultado primario no puede ser siempre negativo y, en general, con deuda elevada, debería ser superavitario, jugando un rol central en la magnitud necesaria, la tasa de interés real que se abone.
Cuando los intereses se abonan en pesos nominales, una parte de la remuneración meramente compensa la pérdida de valor del capital. Dado lo anterior, la medición de cuenta de intereses de la forma que se suele tomar, sólo es útil a efectos de saber las necesidades totales de fondos, muy importante por cierto, pero no adecuada si queremos evaluar la sostenibilidad de las finanzas públicas o, lo que es lo mismo, la trayectoria de la deuda. De hecho, si el mercado confía en la solidez de las cuentas públicas, dará los recursos y no será necesario recurrir a emitir o utilizar las reservas para hacer frente a un desequilibrio.
Por tanto, la mejor manera de medir el resultado fiscal es mediante el llamado “resultado operacional”, el cual corrige la cuenta de intereses, eliminando el efecto inflación en sus pagos sobre los títulos expresados en moneda nacional no reajustable, y lo suma al resultado primario, lo que nos conduce a la adecuada medición del resultado fiscal en términos dinámicos.
Qué y cómo medir
Otro punto relevante es ¿qué medimos? Desde mi perspectiva, la medición debe ser totalmente complexiva del sector público, es decir, debe incluir al Gobierno Central, el sector comercial e industrial del Estado (a excepción del BROU y BHU), los Organismos del 220 de la Constitución, los Gobiernos Departamentales y locales, toda persona pública de derecho privado y fideicomisos donde el Estado garantice su endeudamiento, en este último caso naturalmente por la parte de “deuda cierta”, es decir no sujeta a que se cumpla una condición para que nazca la obligación de pago.
Una derivación de lo anterior es la medición del gasto público total que debe comprender todo gasto —neto de transferencias entre los propios agentes del sector público—, lo cual nos llevaría a descubrir que, en la medición tradicional, está subestimado.
Luego viene el ¿cómo? Desde el momento que el sector público carece de contabilidad patrimonial integral, la mejor manera es hacerlo por lo que se conoce como “debajo de la línea”, es decir por la variación de los saldos de deuda más la de activos financiero y caja y bancos. Estas variaciones son las que nos estrictamente nos dicen cuánto dinero se utilizó en un período de tiempo. Así, si por ejemplo, la deuda aumenta pero el dinero queda en las cuentas del tesoro, no habrá déficit.
Resultado Estructural
Por último, los economistas hablamos de usar como medida adecuada el llamado “resultado estructural”. Desde una óptica conceptual y teórica luce lo más correcto, pero a mi entender, esta medición tiene demasiados problemas como para ponerse de acuerdo. Así, el cálculo del producto potencial no es ni seguro ni único, varios supuestos deben considerarse y, cuando se trabaja con supuestos —y para alguno de ellos también hay que realizar estimaciones y supuestos— el margen de error se multiplica.
A vía de ejemplo, piénsese que en Uruguay la tasa de crecimiento potencial en 4 años se cambió 3 veces, y con variaciones significativas. Reformas económicas y acontecimientos políticos, entre otros factores, la impulsan o detienen. A su vez, al menos en nuestro país, cómo se determine el valor del tipo real de cambio de paridad influye y sobremanera en el resultado estructural, tanto del lado de los egresos, como de los ingresos debido a la interacción del TCR respecto a la recaudación de corto plazo —el atraso cambiario genera mayores ingresos por el consumo de bienes cuya carga impositiva total es más altas—. El mejor indicador de la posición donde se está, es cuán distante estamos de la tasa de desempleo estructural, pero ésta varía según la economía y, cambia a lo largo del tiempo.
Existen situaciones muy claras en un sentido y otro. En medio de una crisis profunda se está por debajo del potencial y de un boom por encima, pero medirlo de manera “exacta” es hasta petulante, tomar un rango es mejor. Ahora, salvo algo muy claro que afecte de manera considerable[2] en un sentido u otro, es una medida, desde mi punto de vista y al menos por el momento, poco confiable
[1] La ecuación de dinámica de deuda es más compleja porque se relaciona al PIB y, entonces entra en juego la tasa de crecimiento de ésta.
[2] En países donde una parte importante de sus ingresos provienen de impuestos o directamente exportaciones de metales o petróleo, cuando los precios cambian fuertemente en el corto plazo, es razonable y fácil hacer la corrección.