CATERINA NOTARGIOVANNI
"Pedí un samurai, pero no tuve suerte", dice en broma Darwin Pizzorno, ingeniero agrónomo responsable del Jardín Japonés, ubicado dentro del predio del Museo Blanes, en El Prado. Y sí, sólo una figura tan temible como la de aquellos antiguos guerreros nipones podría poner fin a la serie de barbaridades que algunos visitantes cometen a diario en el jardín.
La lista de negligencias es de tal magnitud que los trabajadores encargados de mantener la integridad del predio están cansados. "Me vuelvo loco", comenta Carlos Díaz, funcionario que el domingo pasado sufrió un pico de presión debido al estrés de lidiar con decenas de visitantes empeñados en no cumplir con los reglamentos de uso.
NORMAS ROTAS. Un cartel ubicado en la entrada indica con claridad los límites de la visita: prohibido fumar, tomar mate, comer, permanecer sentado dentro del mismo, pisar el césped o la arena blanca, ingresar a la casa de té, levantar piedras o algún otro objeto, y entrar con animales.
Pues bien, pocas son las personas que respetan dichas indicaciones, y muchas menos las que acatan sin chistar cuando se les hace notar la falta. "La gente es totalmente mal educada y se te retoba si le decís algo", cuenta Díaz.
Entrar fumando o prender un cigarrillo es una conducta común. Tirar las colillas al piso o al lago donde nadan los peces, es otra.
"Un día vino una escuela y la maestra prendió un pucho adentro. No te imaginás las cosas que salieron de su boca cuando le pedí que lo apagara", recuerda el jardinero Dardo Molina. "¿Cómo le voy a pedir a un niño que no me pise el césped si la maestra está prendiendo un cigarro?", se pregunta inmediatamente. "Yo mismo me encargo de agarrar el cigarrillo porque sé que si no, los tiran al agua o al pasto", acota Carlos Díaz.
Vaciar el mate y tirar la yerba atrás de una planta, es otra de las "uruguayeces" que se cometen; así como orinar donde venga en gana. "¿Ves esa azalea seca? Quedó así porque la orinaron", dice Molina indignado.
La prohibición de sentarse tampoco es respetada. Es más, hay quienes aprovechan la tranquilidad y belleza del lugar para armar pic-nic. "Hoy mismo llegué a las 7.15 de la mañana y había una pareja sentada sobre el puente comiendo bizcochos y tomando mate", afirma Molina.
REÍRSE PARA NO LLORAR. Entre las historias que cuentan los funcionario hay varias asombrosas: "Recuerdo un sábado que estaba de guardia solo y había un campeonato de fútbol en la cancha de Mauá. De golpe apareció una barra de gurises con las copas que habían ganado. Vinieron derecho a tirarse en el lago para celebrar. Llamé a la policía para que los sacaran", dice Molina. ¿Habrán creído que estaban en la fosa del Estadio Centenario?
También están los que entran en bicicleta y hace derrapadas sobre las piedras blancas que simbolizan al Mar de Japón (ver servicio). "Abajo de esas piedras hay una lona para evitar que crezca el pasto y que han roto varias veces", agrega.
La réplica de una típica casa de té japonés también ha sido víctima de la desidia. Las ventanas fabricadas con papel de arroz debieron ser mandadas a reparar porque los visitantes metían los dedos o la quemaban con cigarrillos.
El súmmum sucedió una tarde que encontraron a un señor con caña y reel intentando pescar en el lago. Evidentemente, al hombre no le importó que los peces carpa allí ubicados representan, en la acción de nadar contra la corriente, la perseverancia del hombre en la vida.
En este contexto, que haya gente que se robe las piedras (cantos rodados), que se lleve un "gajito" de algunas planta que le gustó, o que corte con un hacha la corteza de un ceibo para prender fuego, parecen nimiedades.
"En cuestión de jardines, no sólo el japonés, la actitud de las personas debe ser la de venir a contemplar y absorber, con el conocimiento que se tenga, lo que el jardín le va brindando", explica Pizzorno, quien admite que a veces siente tal impotencia que le dan ganas de largar todo. "Mi capacidad de asombro ya está colmada. Por suerte después recapacito y me convenzo de seguir metiendo", agrega.
Una forma de evitar los abusos sería que un guía explique la simbología que tiene el jardín y, por ende, el significado de cada cosa. "Lo hemos pedido pero no hay posibilidades por ahora", dice Pizzorno. Mientras tanto el ingeniero pide más personal. Hoy, una sola persona vigila los domingos, día de mucha concurrencia. "En 7 años, éste es el momento más crítico. Ya lo planteé, o ponen los funcionarios que precisamos o el jardín empieza a ser un paseo más; como las plazas sin mantenimiento de Montevideo".
Un sitio cargado de simbología
INICIOS. El Jardín Japonés fue inaugurado el 24 de setiembre de 2001 y nació como muestra de amistad entre los pueblos de Japón y Uruguay.
CASA DE TÉ. O Azumaya, para ser más exactos. Es una casa para sentarse a meditar y contemplar espacios, aunque la del Blanes no tiene ese uso. Está a estudio la construcción de una casa de té real.
JARDÍN DE PIEDRAS. Lo hacían los monjes budistas de la secta zen como sitio de meditación. Las piedras grandes representan las islas del Japón y el mármol molido, el mar que las rodea.
PREDIO. Ocupa una superficie de 3.000 metros cuadrados y cuenta con unas 125 especies botánicas de diferentes orígenes y cuya localización otorga a cada rincón una diferencia peculiar y un significado. Por ejemplo: el pino, árbol perenne, representa los aspectos eternos de la vida; mientras que el cerezo, de floración breve, simboliza los aspectos fugaces de la existencia.
Piden un guía, más guardias y folletería
Al cierre de esta edición no había finalizado una reunión entre autoridades de la IMM y el encargado Darwin Pizzorno para resolver la creación de una comisión administradora del Jardín Japonés, en la que también participaría la embajada de Japón.
La misma habilitaría la realización de eventos que aporten ingresos que luego puede ser trasladados a las necesidades del jardín, como la reposición de plantas, la contratación de un guía o la elaboración de folletos explicativos. Actualmente, la urgencia está en la necesidad de contar con más personal.
"La idea es que siga evolucionando pero ahora estamos en un impasse... sin gente no se puede", afirma Darwin Pizzorno.