Cuenta La Biblia en su Antiguo Testamento (Génesis) que luego del Diluvio Universal la humanidad vivía unida y hablaba un mismo idioma. Los descendientes de Noé migraron a la tierra del Sinar y decidieron construir una torre tan alta que llegara hasta el cielo. Eso fue interpretado por Dios como un acto de soberbia y para impedirlo confundió el idioma de los constructores. Eso detuvo la construcción de la llamada Torre de Babel e hizo que la gente se dispersara en distintos grupos lingüísticos.
Creíble o no el relato bíblico, los investigadores de la lengua no se han puesto de acuerdo en cuanto al origen de los idiomas. Lo concreto es que creados estos, muy de la mano debieron empezar a aparecer los primeros traductores, esos que hacían y siguen haciendo posible la comunicación.
Con el tiempo su labor se fue afinando y hoy se los puede dividir en dos grupos: por un lado están los traductores, y su labor se define fundamentalmente por la palabra escrita, y por el otro están los intérpretes, que trabajan con la oralidad.
Dentro del primer grupo, hoy en Uruguay se distinguen tres grandes modalidades: traductor público, traductor científico-técnico y traductor literario.
Firma que avala
“El traductor público es el profesional universitario capacitado para traducir todo documento público o privado que requiera responsabilidad profesional y un alto grado de especialización, ejerce una profesión liberal y es depositario de fe pública”. Esta es la definición a la que se ajusta el Colegio de Traductores Públicos del Uruguay (CTPU), que este año cumplió 75 años y tiene sello propio.
“Uruguay es uno de los pocos países que tiene un título habilitante para ejercer la traducción pública”, señala Sylvia Mernies, flamante presidente del CTPU y además docente en las dos instituciones que forman a traductores en nuestro país: la Universidad de la República (Udelar) y la Universidad de Montevideo (UM).
Lo que diferencia al traductor público de cualquier otro traductor es que con su firma, además de asumir la responsabilidad de la traducción, está de alguna manera dando la seguridad de que esa traducción fue hecha por un profesional en el cual el Estado confía. “No es exactamente igual a los escribanos, pero es similar en cuanto a que somos fedatarios, depositarios de la fe pública”, apunta Mernies.
En general, se tiende a pensar que solo traduce documentos jurídicos, pero en realidad trabaja con todo tipo de documentos que adquieran relevancia en el ámbito público. “Podría ser un mail privado que en un momento pase a ser prueba en un litigio de algún tipo de infidelidad empresarial, amorosa…”, comenta la presidente del CTPU a modo de ejemplo.
Si bien la traducción pública remite fundamentalmente a documentos escritos, el traductor puede también eventualmente actuar como intérprete. “Por ejemplo, se casan dos personas y una de ellas no habla español. Entonces, al ser una ceremonia de carácter público, el Estado busca el respaldo de un traductor público. No es algo que pueda hacer un intérprete, aunque se haya formado como tal, porque no está avalado por el Estado”, aclara Mernies.
Otra situación en la que el traductor puede oficiar como intérprete es cuando se lo convoca como perito judicial, tarea que desempeña Alejandra Pérez Faverio, traductora en francés y portugués. Como perito puede traducir documentos, pero también puede actuar como intérprete en actos procesales que exijan que deba oírse a alguien que no habla español.
Pérez Faverio explica que luego de tres años de ejercicio, los traductores públicos pueden anotarse en el Registro Único de Peritos y eso determina que quedan a disposición de la Justicia para trabajar cuando ella los solicite. “Es como una guardia, uno puede ser convocado los 365 días del año sin aviso previo. No hay que tomarlo a la ligera”, sostiene.
Los planes de estudio actuales de traductorado incluyen más formación en Derecho, pero cuando ella cursó no era así, por lo cual debió realizar cursos de posgrado en la Facultad de Derecho para contar con un respaldo sólido. Incluso postergó tres años su inscripción en el Registro de Peritos por esa razón.
Vale aclarar que los traductores públicos en Uruguay están formados en inglés, francés, portugués, italiano y alemán. ¿Qué pasa entonces cuando hay que traducir un documento en una lengua que no sea ninguna de esas cinco? Es ahí que aparece la figura del idóneo.
“El interesado contacta a un traductor público que se encarga de buscar, por ejemplo, alguien que sepa chino y en cuyo conocimiento el traductor tiene confianza. O puede llamar al Colegio, que tiene una lista de idóneos confeccionada a partir de entrevistas en las que se tomaron todos los recaudos para corroborar el conocimiento del idóneo”, explica Mernies.
Más allá de la traducción pública, los egresados de esta carrera también se ocupan de traducir otro tipo de textos. Si muchos de ellos tienen el título de traductor público, es porque hasta 2013 era la única formación que había aunque se quisieran dedicar a la traducción audiovisual o literaria. Sus conocimientos en estos campos dependían mucho de los docentes que hubieran tenido o de la posibilidad de complementar con cursos externos. Hoy la situación es otra gracias, entre otras cosas, a la oferta de formación online y al surgimiento de la carrera en la UM —que ofrece más opciones—, con la salvedad de que, al ser paga, no todos pueden acceder a ella.
En cuanto al trabajo en sí, también es algo que ha evolucionado con los cambios sociales. Álvaro Gargiulo, traductor público de italiano que trabaja con muchos documentos jurídicos para trámites ante la Embajada (ciudadanía, nacimientos, divorcios, adopciones), comenta por ejemplo que, últimamente, está traduciendo muchos documentos para cambio de nombre por un tema identitario.
Se puede estudiar en la Udelar o en la UM
Desde 1976, la carrera de Traductorado Público, hoy Licenciatura en Traducción Pública, se dicta en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República. La formación puede ser en inglés, francés, portugués, italiano o alemán.
En 2013, la Facultad de Humanidades de la Universidad de Montevideo comenzó a brindar la Licenciatura en Traducción solo en idioma inglés y con tres opciones: traductor público, traductor científico-técnico y traductor literario.
En cualquiera de las dos universidades, la carrera dura cuatro años.
En cuanto a la interpretación, la Universidad de Montevideo ofrece un diploma en la materia.
El arte de subtitular
Soledad Etchemendy comenzó a trabajar como traductora audiovisual por casualidad. Recibida como traductora pública en la Udelar, viviendo en Los Ángeles le surgió la posibilidad de ingresar a la empresa referente en materia de subtitulado en Hollywood.
“Tenía el amor por el cine y la televisión, pero no tenía idea de la traducción audiovisual. Como en esa época en Estados Unidos no había carreras de ese tema, nos pusieron un par de personas encargadas de entrenarnos. Entré como editora, revisora de subtítulos”, recuerda sobre lo ocurrido en 2004.
La crisis inmobiliaria de 2008 la dejó sin trabajo y se mudó a España, donde trabajó como profesora de inglés y muy poco como traductora. Cuando comenzó el boom de las plataformas de streaming, una ex colega de Los Ángeles la vino a buscar para integrar el equipo de freelancers que colaboraba con una gran plataforma y eso es lo que hace hasta el día de hoy, trabajar para distintas plataformas.
“Hago español peninsular, español latinoamericano y también traduzco de los dos al inglés. Eso no es muy común en la industria, normalmente te piden que traduzcas a tu idioma nativo”, destaca Etchemendy, quien tiene un extenso currículum que abarca desde ser revisora de temporadas de Stranger Things y Merlina, pasando por House of Cards o Black Mirror, hasta Emily en París o The Crown, por solo nombrar algunas (y en la lista están las mejores). Incluso ha estado nominada a premios.
Radicada nuevamente en Uruguay desde 2022, sigue actualizándose con cursos, talleres y conferencias. Cuenta que actualmente la industria intenta contratar la menor cantidad de empleados posibles y se trabaja con profesionales independientes. “Las plataformas no contratan traductores, sino que van a un proveedor de servicios lingüísticos”, explica.
En cuanto al trabajo en sí, señala que “el subtitulado es el arte de la condensación sin perder la gracia. Hay limitaciones de espacio y velocidad; tenés un máximo de dos renglones por subtítulo, con 42 caracteres en cada renglón. Hay que tener presente lo que el ojo humano puede captar”.
Si bien con actores como Woody Allen, que habla muy rápido, no puede traducir todo lo que dice, señala que trata de realizar los mínimos cambios posibles porque mucha parte de la audiencia entiende la lengua de origen. “Es mucho más fácil que te escrachen en público o en redes por un subtítulo en el que te hayas tomado libertades”, acota.
Confiesa que el humor es muy difícil de subtitular. “Y el humor traducido al español de Latinoamérica, peor”, apunta. Eso se debe a que la industria realiza una división arbitraria del español en para España y para Latinoamérica y, en este último caso, hay muchos regionalismos que no sirven a nivel general o no provocan el mismo efecto. “Uno no putea en latinoamericano neutro”, dice entre risas.
Etchemendy es muy reconocida en el exterior, pero le gustaría que eso también ocurriera en Uruguay y que pudiera hacer más traducciones para su país. “Para eso tengo que salir un poco más de la traducueva, como le digo yo”, bromea.
Por otro lado está la traducción para el doblaje. “Es un tipo de traducción que también tiene sus bemoles porque no es solamente ‘dame el guion que te lo traduzco’”, explica Sylvia Mernies. “En este caso es ‘dame el guion y mostrame la película o la serie’”, agrega la presidente del CTPU, porque hay mucho de la imagen que va a determinar lo que se dice en el doblaje.
Aclara que por lo general la persona que hace la traducción no es la que se ocupa de doblar. “Hay traductores que también son actores de doblaje, pero es una coincidencia”, acota.
“Cada tipo de traducción, sea subtitulado o doblaje, tiene sus normas y requisitos especiales, y quienes se vuelquen a un área deben aprender qué tener en cuenta en cada caso”, resume.
Audiodescripción y el mundo videojuego
Existe un tipo de traducción, llamada multimodal, que es la que se ocupa de realizar las audiodescripciones para las personas no videntes en plataformas o teatros. Para llevarla a cabo, Bruno Bernengo cursó el posgrado audiovisual en la UM y hoy trabaja en accesibilidad en el Sodre.
“Lo que hacemos es extremadamente difícil ya que uno de los procesos que tenemos que tener en cuenta en la autodescripción es el manejo del tiempo, en particular por la voz”, explica haciendo referencia a que en un ballet no existen los silencios que se dan en una serie o película para mechar las descripciones. “En un ballet, los silencios se reservan para los aplausos y lo que es pista de audio y audiodescripción tiene que ir en paralelo con la música. Lo que yo hago es utilizar los momentos en que la música no es tan importante”, detalla quien debe trabajar muy en consonancia con el sonidista (Gonzalo Rossi).
Bernengo también trabaja con videojuegos haciendo localización, que consiste en mantener el juego dentro de la cultura del español latino. Él aplica la localización colectiva (no neutra), mezclando términos de distintos países de Latinoamérica.
“También se requiere mucha transcreación, que es la creación de nuevos términos porque en los videojuegos hay mundos nuevos, muchos neologismos. Entonces tenés que crear algo nuevo con una base”, dice.
Entre escritores
Eugenia Meneses y Lucía Bonilla Cal se conocieron trabajando como traductoras para una agencia de traducción. La primera es egresada de la UM tanto en traducción pública como literaria, además de docente de la institución; la segunda obtuvo el título de traductora pública en la Udelar y actualmente está haciendo la tesis de especialización en traducción literaria de la Universidad de Buenos Aires. También es intérprete.
“Como nos unen afinidades en común, buscamos un proyecto para trabajar juntas y salió bien”, cuenta Bonilla Cal haciendo referencia a Panícula, el poemario de la autora canadiense Gillian Sze que tradujeron del inglés al español y que publicó la editorial Yaugurú en julio de este año.
“En Uruguay, quienes traducen lo hacen por proyecto y muchas veces el proyecto surge de los propios traductores”, explica Meneses sobre la forma cómo se trabaja en traducción literaria en el país. Lo menos habitual es tener un contrato fijo con algún lugar, es más probable ser contratado para traducir un determinado libro o artículo literario.
“Quienes traducen tienen un vínculo cultural muy fuerte con la lengua extranjera que a veces los editores no tienen”, señala Bonilla Cal. Fue lo que les pasó a ellas con Sze. “Ese trabajo fue mucho de autogestión de nuestra parte”, agrega y aclara que las posibilidades muchas veces están ligadas a elegir autores de países que dispongan de fondos para su traducción. En su caso, aplicaron a los fondos del Consejo de las Artes de Canadá.
En Uruguay existe un programa similar, el IDA, una iniciativa de Uruguay XXI y la Dirección Nacional de Cultura para promover la exportación de la literatura uruguaya, y que alcanza a obras, catálogos y audiolibros.
“No es frecuente la traducción a cuatro manos”, apunta Meneses y destaca que ellas hicieron mucho hincapié en traducir este poemario a la variante del español local. “La poesía en tu propia lengua está más cerca de vos”, justifica Bonilla Cal.
Consultadas sobre los desafíos que supone traducir una obra literaria, señalaron que todo depende del género —en general son híbridos, mezclan características de varios— , pero en primer lugar habría que conocer los recursos de la literatura y de las lenguas entre las que se hace la traducción.
Hay que conocer al autor que se va a traducir, la literatura de su país y además pensar en quiénes son los destinatarios de esa traducción.
“Ser buenas lectoras es muy importante y tener un acercamiento a lo que supone escribir”, subraya Bonilla Cal. “Está todo ese debate del traductor literario como escritor, porque lo que hacés al traducir es una reescritura de una obra”, apunta Meneses.
Es aquí dónde se plantea otro debate: ¿el traductor puede mejorar la obra? “Esa es una de las trampas de la traducción y está bastante descrita en la bibliografía de la traductología. Muchas veces caemos en trampas conscientes o inconscientes de embellecer el texto. Las tendencias actuales son no hacerlo, sino mostrar al autor cómo es. Que la gente lea al autor y no al traductor”, explica Meneses.
Un derecho conquistado en las últimas décadas por los traductores literarios es que las traducciones se registran como obra propia y cobran derechos de autor. “Se vuelve una coautoría”, apunta Bonilla Cal.
Sea pública, audiovisual, científica o literaria, amenazada o no por la Inteligencia Artificial (ver recuadro), el interés por ser traductor ha crecido entre los uruguayos en el último tiempo. “Hoy tenemos en las dos universidades la mayor cantidad de inscriptos en primer año”, apunta Mernies. Las opciones audiovisual y literaria son las que más despiertan el interés de los estudiantes, pero la traducción pública también termina por “enamorar en el camino”, concluye satisfecha.
Intérpretes: ser rápidos y captar sutilezas
“La interpretación es velocidad, velocidad, velocidad; captar el mensaje del interlocutor y rápidamente transmitirlo lo mejor que se pueda”, define Lucía Bonilla Cal sobre una tarea para la que no hay donde formarse en Uruguay.
Trinidad Ott es pediatra jubilada y eso la ha ayudado mucho para desempeñarse en una de las dos grandes áreas en las que trabaja como intérprete, que son la medicina y el mundo de Internet. “Tenés que entender del tema para no cometer errores”, apunta.
Sus idiomas son inglés, francés y portugués. “Los intérpretes tiene idiomas activos y pasivos. Activo es el que tú hablás y pasivo el que traducís”, explica. “Para ser activo en un idioma tenés que ser nativo o expresarte como un nativo”, agrega.
Aclara que también es necesario saber lo que sucede en la sociedad con la que se trabaja, conocer su idiosincrasia. “Eso te permite captar sutilezas de situaciones o de frases”, afirma.
En Uruguay, por lo general, se pide que se pueda cambiar de un idioma a otro indistintamente (entre los dos que se conocen), mientras que en las Naciones Unidas el intérprete solo traduce a su idioma activo.
Durante muchos años, Ott fue intérprete en la transmisión de los Oscar, pero no lo disfrutó porque traducir humor no es sencillo y hay mucho de eso en la ceremonia.
Tras la pandemia su trabajo se volvió 60% remoto y 40% presencial.
“Lo que me encanta de la profesión es que uno aprende cada día y casi siempre de quienes más saben de un tema”, resume.
IA: Trabajo que se pierde y baja calidad
Hace no mucho tiempo, una de las personas consultadas para esta nota le preguntó al ChatGPT para cuándo calculaba que la Inteligencia Artificial (IA) iba a sustituir al intérprete. La respuesta fue que para cosas sencillas, como consultar dónde está un museo, ya funciona, pero para las cosas que demanden más sutilezas, falta mucho.
“Ya está afectando a nivel editorial, el trabajo de los traductores y la calidad de los libros”, se lamente Lucía Bonilla Cal sobre lo que pasa en traducción literaria. La traductora considera que la IA puede ser una aliada en su campo, pero “no ve el contexto y no tiene sentido del humor”. Por eso cree que si se deja el trabajo solo a la tecnología, “la literatura se pierde en el camino”.
Sylvia Mernies, presidenta del CTPU, señala que la IA “está cambiando la profesión y va a cambiarla seguramente mucho más. Con el tiempo muchos traductores se dedicarán a tareas de edición, de revisión... Para mí, en muchos casos todavía es esencial la traducción humana”. Agrega que en el caso de los traductores públicos, está la importancia de su firma ante el Estado.
La más enojada con este tema es Soledad Etchemendy, que considera que la IA está destruyendo la traducción audiovisual (su área de trabajo) y ofreciendo un muy mal producto al espectador, que paga por otra cosa. “Ya no existen casi traductores audiovisuales en plantilla dentro de los estudios o plataformas, están comprando el obelisco que les venden las empresas de IA generativa”, sostiene.
Cuenta que lo que se está haciendo es invertir en una solución de IA y como el resultado que obtienen es un “mamarracho porque la IA no ve la acción en pantalla”, le piden al traductor audiovisual que haga “una revisión flojita por encima para que quede potable, pagándote una parte ínfima de lo que te pagan de tarifa de traducción o de revisión”. “Yo tengo compañeros que están dejando la profesión porque lo único que les ofrecen es eso y no les da para comer”, apunta.
Además está todo el tema del robo de la propiedad intelectual porque los traductores de IA son motores que se arman en base a lo hecho por los traductores humanos.
“Es un momento bastante difícil”, resume preocupada.