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Tango en Uruguay: un fenómeno cultural que sigue "vivito y coleando"

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Sandra González
ESTEFANIA_LEAL

LOS NUEVOS ROSTROS DEL 2 X 4

La vigencia de una expresión artística que adopta nuevas formas de la mano de jóvenes músicos y bailarines.

La semana pasada, un nuevo aniversario de la muerte de Carlos Gardel pasó casi desapercibido para los medios de comunicación. Este aparente desinterés en la figura del principal cantor uruguayo, sumado a otros hechos recientes que sacudieron el mundo del tango vernáculo, llevan a preguntarse cuál es la vigencia de esta expresión cultural en nuestro país. ¿Qué tanto seduce y moviliza a las nuevas generaciones? A comienzos del año pasado, la institución Joventango perdió su sede en el ex Mercado de la Abundancia, que ocupaba desde 1996, porque la propuesta ya no tenía lugar para los concesionarios del nuevo Mercado del Inmigrante. También en 2020 salió del aire la histórica Radio Clarín, que trasmitía desde hacía más de 60 años. Pero al parecer no todo está perdido; el tango sigue “vivito y coleando”, de acuerdo a lo que sostienen muchas personas vinculadas a este movimiento que sigue su desarrollo, lento pero constante, tanto en Uruguay como en el mundo. 

Milton Santana es profesor de canto, directivo de la Academia del Tango del Uruguay y miembro de la Fundación Carlos Gardel. Como investigador, es una de las voces más autorizadas para hablar de la historia y el presente de este fenómeno cultural. “Mis alumnos jóvenes, así como integrantes de mis coros, hoy cantan tangos, los disfrutan, los viven. Pero para obtener este resultado hubo un camino de información y convencimiento. Mis alumnos me dicen: ‘Profe, antes no me gustaba el tango, ni Gardel, pero hoy me encantan los dos’. Este tipo de cosas me indican que el camino está bien trazado”.

Según el docente, constantemente recibe inquietudes de jóvenes que quieren saber más sobre este estilo de música: “A las nuevas generaciones se les llega a través de acciones concretas. La masificación del tango y de la vida de Carlos Gardel es un ejemplo. En mis conferencias, reportajes y actividades recibo comentarios en cuanto a que ese público requiere de más información, nos trasladan relatos, existe una necesidad de saber”.

Pero Santana considera que en Uruguay no existe el suficiente respaldo para que el tango ocupe el lugar que debería tener: “Hay que dejar de darle la espalda, aceptar que contamos con el cantante de música popular más completo del siglo veinte, Carlos Gardel. Es un artista permanentemente homenajeado, referido, que a 86 años de su muerte sigue vigente en muchos países, pero que en su propia tierra solo se lo recuerda dos veces al año por parte de algunos medios”.

“Hace falta una política de Estado que tome el tango como causa nacional. Los bailarines efectúan su aporte de forma consolidada. Pero una mirada hacia los músicos, cantantes, poetas y difusores nos revela sectores que se deben ayudar. La siguiente pregunta viene sola: ¿Para qué? Para mantener vivo el patrimonio cultural más importante que tiene este país. Para consolidar un estilo de tango que increíblemente se desarrolla a pasos agigantados en el mundo. Para generar una industria que permita abrir centenares de puestos de trabajo”, dice el directivo de la Academia del Tango del Uruguay.

Milton Santana
Milton Santana, docente e investigador uruguayo.

El baile, una salvación

En los últimos años, los bailarines de tango le han dado un nuevo aliento al género, transformándose, además, en anfitriones perfectos para recibir a los turistas. Andrea Genta es maestra de danza en la cátedra de Tango de la Escuela Nacional de Formación Artística del Sodre (ENFA). La carrera comenzó en 2017, a partir de las celebraciones por el centenario de La Cumparsita. “Cuando abrió, se anotó un montón de gente. Tenemos cupo para 20 personas, pero podríamos haber sido más de 50”, recuerda la docente, quien también imparte clases en un instituto privado.

Genta es una de las personas que no vacila al decir que el tango no tiene fecha de caducidad: “En 1998 teníamos con mi familia la tanguería Salú en Punta Carretas. Y éramos ocho profesores de baile. Ahora hay como 100. Para mí, el tango está plenamente vigente y cada vez en mayor crecimiento, dejando de lado la pandemia que nos ha puesto en pausa. Hay muchísimo interés en la gente joven que quiere bailar”, asegura. Y describe el momento que les ha tocado vivir en estos tiempos: “Tuvimos más de un año durísimo en materia laboral, sin cruceros, sin casas de salud, sin casamientos o reuniones. Quedamos a cero. Como es una danza de contacto, solo pudimos trabajar cuatro meses durante la pandemia”.

Según la docente, existe un crecimiento exponencial del tango a nivel mundial y “la gente está bailando mucho mejor que antes, con más elementos que son una mixtura de distintas danzas”.

“El tango-danza es un fenómeno universal, con códigos del cuerpo de disociación, de caminatas, de empujes, que son iguales en todos los países, como cuando los músicos leen una partitura, que es siempre igual. En el mundo el fenómeno es impresionante. Yo encontré tremendas tanguerías en el desierto de Arizona. Para mí, la capital del tango europeo es Berlín; pero hay grandes bailarines en Francia, Italia y hasta en Corea”, señala.

Genta entiende que Joventango ha sido un baluarte y que ha hecho mucho por difundir el baile. “Se llama así porque lo fundaron jóvenes estudiantes de abogacía, que hoy ya no son tan jóvenes. Hay otros lugares para bailar como La Clandestina y Milongas Callejeras, que antes de la pandemia juntaba gente en plazas como la Seregni”, agrega.

Con respecto a la música, la profesora destaca que son muchos los jóvenes que tocan tango actualmente, siendo Argentina, por un tema de escala, el que ofrece más propuestas. Entre ellas, puso como ejemplos el quinteto Cachivache, La misteriosa de Buenos Aires y La Juan D’Arienzo. “Hay orquestas grandes con filas de violines y bandoneones”, señala. Y agrega: “En Uruguay venimos como corriéndola de atrás con respecto a Argentina, pero hay exponentes nuevos muy importantes. Hay por ejemplo una orquesta preciosa de gente joven que se llama La bien de abajo, que dirige el bandoneonista Néstor Vaz”.

Andrea Genta
Andrea Genta es maestra del Sodre y profesora particular de danza.

Las nuevas generaciones

Sandra González (20) se inició en la música a través del canto, interpretando tangos clásicos, y hoy es una destacada exponente del género. En 2011 ganó el premio revelación en el concurso “Vení a cantarle a Gardel” que se realizó en la tierra natal del zorzal criollo, Tacuarembó. Paralelamente, comenzó a estudiar bandoneón con Roberto González, su padre. Y junto a él integró la orquesta típica de Robin Texeira de Paysandú, animando bailes populares en el litoral del país. También compartió escenario con diferentes figuras de la escena local, entre ellas Olga Delgrossi.

“Mi papá tocó el bandoneón toda la vida y yo me crie en ese ambiente de tango, de milongas y típica. Él me enseñó a cantar, aunque cuando arranqué no fue algo serio, sino más bien por diversión. Me explicó la afinación y cómo se hacían las cosas, aunque yo ya tenía la idea de los tiempos, por haberlo escuchado toda mi vida. Arranqué a cantar a los diez años y a los 11 pisé por primera vez un escenario. Después, cuando cumplí 14, empecé con el bandoneón. Papá me enseñó a fusionar el canto con el bandoneón y el tango”, comenta a Revista Domingo.

Actualmente, González toca en el cuarteto Bandoneonas, una formación atípica debido a que está integrada solamente por mujeres y porque no existen arreglos musicales para este tipo de ensambles. También se unió, más recientemente, al grupo Bien de abajo.

Cuando se le pregunta a Sandra qué elige si se le presenta la posibilidad de ir a bailar o de ver un espectáculo de tango en vivo, no duda un segundo al inclinarse por la segunda opción. “No es que de chica fuera mucho a bailar tampoco, porque siempre mi padre me llevaba a todos lados y yo tocaba con él para gente adulta, en bailes u otros lugares de Tacuarembó”, recuerda.

En su etapa de liceal estos gustos musicales y su estilo de vida la hicieron sentirse por momentos como “un bichito raro”: “Cuando empecé a estudiar bandoneón en Tacuarembó me sentía así, porque no se veían muchos jóvenes tocando tango. Recuerdo que una profesora me pedía que interpretara un tanguito a capela y que mis compañeros no lo podían creer. Obviamente yo siempre lo defendí, orgullosamente. Después, cuando vine a Montevideo, vi otra cosa. Pensaba que era la única bandoneonista de Tacuarembó con 14 o 15 años. Pero me enteré que había más. Hay una que tiene mi misma edad con la que tocamos juntas”.

Jóvenes maestros

Dentro de estas nuevas generaciones que mantienen encendida la llama del tango, incluso componiendo nuevas canciones dentro del estilo, se encuentran docentes con trayectoria como Sebastián Mederos (39), quien asegura que esta expresión cultural “no va a morir con los viejos”.

Montevideano de nacimiento, Mederos comenzó sus estudios formales de música a los 11 años en el conservatorio de la ciudad de Mar del Plata, donde aprendió percusión y guitarra. Desde entonces no ha dejado de formarse y de tocar con distintas personas, ya sea en actuaciones en vivo, dando clases o musicalizando obras de teatro y presentaciones de discos. En nuestro país ha participado en formaciones como Los morlacos del notario y La gran orquesta de Montevideo, dirigida por el maestro Miguel Ángel Trillo. En Buenos Aires integró el cuarteto Pata Ancha, con el que realizó una gira por el sur argentino.

El bandoneonista participa actualmente del colectivo SULOV, integrado por ocho bandas de tango, con el cual venía realizando hasta que llegó la pandemia una “milonga” los días martes en el bar La Cretina. “En 2019 llegamos a agendar 53 bandas de tango. Mucha gente se repite, pero otra es nueva. Es imponente; a nosotros también nos sorprendió, a pesar de estar adentro del género. El 6 de julio, cuando se levantan las restricciones por el coronavirus, retomamos la actividad”, relató Mederos a Revista Domingo.

De todos modos, coincide con Santana en cuanto a que faltan apoyos del Estado para que el género pueda seguir desarrollándose: “Solamente hay un lugar público en Uruguay para aprender el bandoneón, que es la Escuela Municipal de Música. En Argentina, algunos países de Europa y Japón, por ejemplo, hay escuelas de bandoneón y también se enseña en la universidad. Eso es solamente voluntad política, porque en nuestro país hay gente para enseñar”.

Por otra parte, aclara que el bandoneón es un instrumento caro y difícil de conseguir en Uruguay. “No podés ir al Palacio de la Música y comprarte un bandoneón chino por $ 20.000. Para arrancar a estudiar tenés que gastarte más de US$ 1.000 para conseguir un bandoneón de medio pelo. Te puede encantar el tango y el instrumento, pero no siempre tenés esa plata para probar. Una guitarra china es barata; te la comprás, probás y si no te gusta se queda en tu casa”, explica Mederos. Y agrega: “Mis profesores me contaban que en algún momento había bandoneones en las casas. Los que usamos nosotros para tocar son de antes de la Segunda Guerra Mundial, porque se dejaron de fabricar. Son todos alemanes. Durante mucho tiempo no se fabricaron más, aunque ahora se están haciendo en Argentina y en algunos países de Europa como Italia y, otra vez, Alemania. Pero los nuevos salen en el entorno de los US$ 6.000”.

El músico y docente dice que cuando uno de sus alumnos se quiere comprar un bandoneón, lo buscan en lugares como Mercado Libre y luego los van a ver para evaluar su condición. “Hay que abrirlos como un mecánico que ve un auto de los años ‘30. Si no querés tocar profesionalmente, hay muchos que rinden, pero si querés pasar a otro nivel, después vas a tener que conseguir uno mejor”.

Sebastián Mederos
Sebastián Mederos es un maestro bandoneonista de 39 años, que participa en un colectivo integrado por ocho bandas de tango.

Adaptándose al tiempo

El tango a través de su historia ha sufrido los vaivenes propios de todo género musical. Inicios orilleros y con plena discriminación, aceptado en París y consolidado por su danza, más tarde fue adoptado en el Río de la Plata por las familias más “acomodadas”. Así lo describe el investigador Milton Santana: “Ese mismo tango que sube de los pies a los labios y Gardel lo transforma en canción, dejando de ser descriptivo para transformarse en un modo de sentir. Hubo una explosión de canciones y cantantes en las décadas siguientes. Y en los cuarenta, la máxima expresión a través de las grandes orquestas de la década de oro”.

La postguerra abrió la puerta al consumismo, las nuevas tendencias, los cambios rítmicos. El rock and roll, Elvis Presley y los Beatles casi lo hacen desaparecer. Pero no. Nada pudo con él. Aunque, claro está, se ha aggiornado.

“En el vestuario hubo cambios importantes, sobre todo para las mujeres”, dice Andrea Genta. “La vestimenta del hombre se ha mantenido prácticamente igual (compara el caso de Gardel con el del intérprete Nelson Pino), aunque hay nuevos cantantes que de repente cambian el saco, el chaleco y la corbata por la campera de cuero. Pero en la bailarina, cambió un montón. En los vídeos de Gardel, las mujeres estaban con vestidos largos y botines. Hoy bailamos con la espalda descubierta, con pantalones, babuchas y hasta vaqueros o shorts de jean”, agrega.

Cuando se le pregunta a Santana qué es el tango, responde: “La frase más trillada y certera es que ‘es la vida misma’”. Y los modos de vida cambian, inexorablemente, con las nuevas generaciones. Aunque por suerte, las cosas buenas perduran. Y como dicen los cultores de este arte, “el tango te espera”. Si uno no nace con él en su ADN, o no lo mama de niño, lo puede descubrir a cualquier edad de la vida adulta.

Milongas callejeras
Milongas callejeras, una expresión popular que tuvo que dejar de hacerse en pandemia.

Hablar de cambalaches en épocas de inclusión financiera

Juan Carlos Esteban dice en su libro Tango, vigencia y crepúsculo, que esta expresión cultural es también anacrónica en algún aspecto: “No convoca masivamente a nuestra sociedad contemporánea. A no equivocarse. No se puede desempolvar Mi noche triste o Ventarrón porque no se corresponden con la sociedad actual, con sus vivencias y sus requerimientos. Conmueve a muy pocos. Hay que mirar para adelante. Tenemos que ser conscientes que, para aquellos que investigamos la historia, la tarea que nos congrega es poner de relieve el vacío cultural, en todos sus géneros, que se manifiesta en la hora actual. Tenemos que advertir que el pasado vuelve solo como una grotesca comedia. Aquellos que tratan de resucitar el tango, tal como lo conocemos, nos hacen acordar a los ‘poetas discutiendo sobre la poesía moderna, a chacales gruñendo en torno a un manantial seco’, rescatando una cruel pero exacta reflexión de Connelly”.

El autor también señala que el lunfardo, hermano menor del tango, también afronta el mismo destino, “la misma impiadosa fatalidad del paso del tiempo”.

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