Dice que a dónde va, lleva sus patines. Así lo hizo hace 23 años, cuando decidió irse a probar suerte a Italia. Alejandra Bailador ya había estado varias veces en el país de la bota, pero quería aprender italiano in situ antes de que la vida le pidiera encarar otras obligaciones. “Me tiraba mucho la parte italiana de mis abuelas”, comenta a Domingo quien en ese momento nunca imaginó que su destino final sería Noruega y compitiendo y enseñando patín sobre hielo.
En Uruguay había estudiado Economía y un poco de Administración (trabajó en la red de cobranzas Abitab), pero al llegar a Roma se dedicó a trabajar en la industria turística. Lo hizo una temporada en Cerdeña y terminó siendo una spanish social hostess en un enorme crucero de la cadena MSC.
“Quiere decir que sos la encargada de hacer de guía de los turistas de habla hispana, como una especie de babysitter en el barco”, explica.
Su crucero se llamaba Lírica y fue el primero de gran tamaño de MSC, con trece pisos. “Fue inaugurado en 2003, embarcamos en Nantes ese año, dio la vuelta por Gibraltar y fue bautizado en Nápoles por Sophia Loren. Me acuerdo que ella pasó por delante de mí”, relata sobre lo próximo que estuvo de la diva italiana.
En cada puerto que tocaba, buscaba un tiempo para salir a patinar. “Patinaba donde encontrara un pedacito de asfalto”, asegura.
Pero esa vida cumplió un ciclo. En Italia, los alquileres estaban muy caros, así que resolvió irse a Valencia, aprovechando su doble nacionalidad uruguayo-española. Fue allí que conoció a Huge, su marido, un noruego que estaba estudiando medicina en Alemania y, como producto de un intercambio cultural, recaló en España.
Cuando estaba terminando sus estudios, Huge aceptó realizar una residencia en Noruega. El tema es que no iba a poder elegir el lugar, era a suerte y verdad. La pareja fue a recoger todas las pertenencias que tenía en Valencia y marchó a Hardanger, una zona en medio de las montañas con temperaturas que pueden llegar a los 13 grados bajo cero. “Nunca me había pasado, ¡yo no sabía lo que era el hielo! No había vivido lo que era la nieve, para mí era todo nuevo”, confiesa Alejandra.
Allí permanecieron un año y medio. “Mis patines también fueron, pero no había posibilidades de patinar en ningún lado”, recuerda del momento que empezó a hacerse la idea de que iba a tener que cambiar las ruedas por las cuchillas.
De ahí se fueron para Haugesund, donde Alejandra empezó a buscar dónde patinar. En 2010 había abierto una pista y a ella los Reyes Magos le habían dejado unos patines para hielo, así que los estrenó en ese lugar.
Debió adaptarse a una nueva técnica; lo que había aprendido cuando tenía 6 años en el Club Las Acacias, con los profesores Beatriz y Pepe, no le servía lo suficiente. “Me enseñaron lo básico, cosas artísticas, algunas piruetas. Me acuerdo que las niñas hacíamos fila para que un chico nos levantara y nos revoloteara. Era muy divertido”, evoca entre risas.
Tampoco fue un deporte que practicó ininterrumpidamente, sino que dejó un tiempo y lo retomó cuando ya trabajaba en Abitab y sus compañeras le plantearon empezar a ir al gimnasio porque se venía el verano. “Yo no quise, no me gustaba, sino que me mandé hacer patines a medida y fueron los que me llevé a Roma”, apunta.
Cuando comenzó su etapa en Noruega, imaginó que todo el mundo sabía patinar sobre hielo porque era la tierra de Sonja Henie, campeona olímpica y del mundo.
“Me llevé la sorpresa que con lo poco que yo sabía, venían los niños a preguntarme cómo hacía esto, cómo hacía lo otro”, señala quien se rebuscaba mirando tutoriales en YouTube.
Pero, por ese entonces, apareció la maternidad y Alejandra tuvo que interrumpir su pasión una vez más. En 2014 nació su hijo mayor, Christian, y luego vinieron Constance y Charlotte, todos con dos años de diferencia.
“En Noruega tenés muchas posibilidades de quedarte en casa cuando sos madre. Es algo bueno para los niños, pero, al final, estás como seis años en tu casa”, dice y agrega que a sus hijos los ha introducido en el mundo del patín. “Ellos son los que decidirán si quieren seguir”, apunta.
Con su esposo tiene tres hijos noruegos
Alejandra se casó con Huge en Uruguay, en la iglesia Clara Jackson, el 10 de octubre de 2009. “¡Lo llevé hasta ahí!”, cuenta. Para las invitaciones eligió como motivo la zona de Hardanger, que tiene la extensión más grande de árboles frutales de toda Noruega y que en primavera es todo un espectáculo de color. Tienen tres hijos: Christian (10 años), Constance (9) y Charlotte (7). Extraña mucho Uruguay y le gustaría venir sola antes de fin de año o sino en Navidad con toda la familia. Toma mate a diario, con yerba que compra por Internet, y se hace su propio dulce de leche. “¿Secreto?: con crema de leche queda de más”, asegura.
Competir y enseñar
En Noruega, Alejandra trabaja con niños en centros educativos. Primero lo hizo en guardería y luego en escuela, además de dar clases de español en un liceo.
Cuando sobrevino la pandemia, la familia se mudó seis meses a Suecia porque Huge se fue a especializar a ese país. Allí aprovecharon todos para patinar teniendo en cuenta que en cada barrio sueco hay una pista de patinaje sobre hielo.
De regreso en Noruega, Alejandra le dijo a su esposo que quería aprender técnica. La pista de su ciudad estaba cerrada por el covid, así que debió trasladarse a otra ciudad, Stavanger, donde encontró una pista con mucho horario disponible. “Un día, con un poco de vergüenza, le pregunté a la persona de la recepción si había cursos para adultos. Justo detrás de mí había una persona del club de Stavanger, que me dijo que ellos tenían clases. Fue así que en 2022 empecé a aprender”, señala.
Pero la cosa no se detuvo ahí; le vinieron ganas de competir. Afortunadamente, se encontró con un grupo de gente muy amable y generosa que la ayudó. “El mayor tiene 70 años y hace la sonja —una de las figuras del patinaje— como nadie”, apunta. Con ellos fue a perfeccionarse a un campamento de verano de patinaje en República Checa, al que volverá este año.
Comenzó en categoría artística, donde se hace un fallo general de la presentación, pero ahora ya está en bronce, donde se evalúa más la técnica de cada figura que se realiza. Le siguen las categorías plata y oro.
Su primera competencia fue el año pasado en Bergen y este año participó de todas las competencias —regionales y nacionales— que hubo, cinco en total. “En la última, que fue en Oslo, saqué el segundo lugar del Nacional en mi categoría”, cuenta orgullosa.
Quiso aprender el idioma
“Yo siempre fui pro de que tenés que hablar el idioma del lugar donde vivís”, dice Alejandra. En Noruega se enfrentó a la existencia de dos dialectos: bokmaal y nynorsk (nuevo noruego). Se compró el diccionario del primero, pero justo a su marido lo mandaron a la zona donde se hablaba el segundo. “¡Me fui con el diccionario equivocado!”, recuerda. Mientras trabajó con niños muy chicos no hubo problema porque no hablaban. Pero los más grandes se acercaban a contarle cosas y ella no los entendía. Ahí fue que decidió aprender y un año y medio después quiso presentarse al examen para acceder a la Universidad. Se compró los libros, memorizó y lo aprobó casi con la nota máxima. “El oral esperé bastante para darlo”, confiesa. “Hoy hasta peleo”, acota entre risas. Cuando conoció a su marido, en Valencia, este hablaba español.
Su próximo objetivo es dar clases en su ciudad, donde falta quien enseñe a patinar. Gracias a la ayuda del periódico local, que le hizo una nota de tres páginas, logró la notoriedad que buscaba, la comunidad se comenzó a mover y lograron crear un club en el que dará clases en forma voluntaria a alumnos de todas las edades.
“Lo voy a intentar un año y veré cómo me va”, anuncia sobre los cursos que comienzan el próximo setiembre y que ella encarará tomando también un curso de entrenadora. Serán en la pista municipal, que deberá compartir con el equipo de hockey local.
“De venir con mis patines de rueda en el hombro a empezar a enseñar patinaje sobre hielo acá, es como… un poco raro”, reflexiona sin aún poder creer lo que está viviendo lejos de un Uruguay que no deja de extrañar.
Compite hace dos años y ya gana premios
Comenzó a competir en patinaje sobre hielo en abril del año pasado, en Bergen. En 2025 participó de todas las competencias que hubo, que fueron cinco entre Hamar, Stavanger y Bergen. En la Competencia Nacional, que se disputó en Vinterbro (cerca de Oslo), salió segunda en su categoría (bronce). Ahora quiere enseñar porque, según afirma, “Bailador es mi apellido y ahí estoy dándole”. Los Bailador son de Luelmo, un pueblito de Sayago (Zaragoza, en Castilla y León). “Los curas del colegio Misericordista me cachaban preguntándome si bailaba y yo les respondía: ‘no tanto, yo patino’”, cuenta y se ríe. Hoy vive en Skjold.