NOMBRES
La estrella británica cumple 25 años como artista solista, un camino que incluyó altos, bajos y todo lo que cabe en el medio de esos polos.
The Ego Has Landed (o sea, “El ego ha aterrizado”). Ese era el título del álbum con el cual Robbie Williams iba a ser promocionado en —básicamente— todo el mundo. Era una edición de 1999, pero en realidad dicho álbum era una trampa, un atrapabobos. Se trataba de dos álbumes fusionados en uno: Life Through A Lens (1997) y I’ve Been Expecting You (1998), los dos primeros trabajos discográficos solistas de Williams, con los cuales había arrasado en su país, Inglaterra. Y vaya si atrapó “bobos”. Millones entraron como por un aro, seducidos por la calidad de las canciones, por la voz y —casi tan importante— el personaje.
Ahora, que se cumplen 25 años de la salida de su primer álbum solista, algunos se preguntarán cómo fue que este entonces muchacho, salido de la boy band Take That (¿hay algo que tenga peor reputación que una boy band fuera del universo adolescente?), llegó tan pero tan alto. Porque Williams fue, durante unos años, un Número Uno en casi todas las categorías.

Un factor que seguramente influyó es que Williams se llevó consigo uno de los elementos más importantes de la fórmula boy band. La facha ya la tenía, pero ahí adquirió el profesionalismo a fuerza de las giras y grabaciones impuestas por quienes explotan a los que están en el escenario. Los integrantes de las boy bands laburan más que nadie. Cuando salen de esa picadora de carne, ya tienen pleno dominio de todo lo que tiene que ver con pararse ante una audiencia y entretenerla.
Otro elemento es que Williams tenía pasiones musicales muy variadas. Le gustaba el pop, pero también adoraba al rock, el soul, el jazz de big band y hasta se entusiasmaba con artistas que poco tenían que ver con su patria musical (en uno de sus discos versionó una canción de Manu Chao). Con ese bagaje, hizo buenas migas con un músico que venía de un palo casi opuesto al suyo: Guy Chambers. Este había estado en una banda de rock alternativo, casi under: World Party. Entre los dos armaron un repertorio de canciones que de alguna manera unía esos dos mundos. El éxito provocó tal descalabro que se llevó puesto prácticamente todo, incluso a él mismo. En una entrevista para la revista Vogue publicada hace un mes en un momento dice: “Desde muy joven le estaba anunciando al mundo: ‘Me voy a tener que internar en una clínica de rehabilitación’”.
Y, por último, el personaje. Tanto en las letras de las canciones, como en la manera en la que Williams se presentaba (ropa, peinado, producciones fotográficas, videoclips), se veía que este no era el típico carilindo que luego de haber revuelto las hormonas de chicas adolescentes iba a apostar por una trayectoria como estrella apta todo público, con discos, tal vez alguna película o serie de televisión y participaciones en programas tipo Bailando con las estrellas. No señor. Williams quería lo mismo que Scarface, el personaje interpretado por Al Pacino en la película homónima: “El mundo. Y todo lo que este tenga”. Si para hacer esa tortilla tenía que romper unos cuantos huevos, pues lo haría.
En 1995, dos años antes de su primer disco solista, Williams dio el primer paso en su campaña crossover (término usado para artistas que logran conquistar un público que hasta entonces no le prestaba atención): se fue al festival rockero Glastonbury y se pegó a la tropa Oasis. Las fans de Take That y los de Oasis estaban descolocados. ¿Qué hacía Williams entre los rockeros, si él era un popstar? En la misma entrevista para Vogue, Williams dice: “No se suponía que yo pudiese formar parte de ese mundo, era como la antítesis de lo que se suponía yo debía representar, tanto en público como en privado”. Pero ahí estaba, socializando con Oasis. “Estaba con la banda más rock del planeta en ese momento”, agregó, como diciendo “chupen, giles”.

Romper moldes y desafiar expectativas era parte del modus operandi de Williams, y con esa actitud—y talento de sobra— siguió en su campaña hacia la cima.
El vínculo con Oasis no tardó mucho en romperse. Todo bien con desconcertar un poco a los fans de ambas tribus, pero cuando Williams sacó el primer disco y empezó a competir seriamente con ellos en las listas de ventas y cantidad de entradas para conciertos, el jugueteo entre el pop y el rock se terminó. Y si bien hoy casi todos recuerdan las batallas entre Oasis y Blur por las preferencias del gran público, lo cierto es que Williams le atestó más de un golpe a los egos de los Gallagher.
Con todo, Williams tenía cosas más importantes que pelearse con los hermanos de Oasis. A los dos primeros discos le siguió Sing When You’re Winning en el año 2000. Para entonces, Williams había firmado un contrato discográfico por tanto dinero que parecía más un pase de un jugador de fútbol que una estrella musical. Parte de ese contrato estipulaba que el sello tendría que dedicar cuantiosos recursos a hacer de Williams una estrella en Estados Unidos.
Sin embargo, eso no ocurrió. Williams nunca logró ahí la misma repercusión que tuvo en el resto del mundo. En una aparición televisiva hace dos años, los conductores del programa le preguntaron por qué no había logrado en Estados Unidos lo que había conseguido en el mundo. Williams: “¿Se acuerdan de lo que le pasó a Britney Spears cuando se afeitó la cabeza, que tuvo todos aquellos problemas? Bueno, yo estaba en una situación similar a Britney, en cuanto a mi salud mental, cuando se suponía que iba a conquistar a EE.UU.” Williams, como el fútbol, no es para Estados Unidos, sino para el mundo.