No es exagerado decir que Simón es un gato mágico. Ha logrado que niños y niñas con autismo y síndrome de Down pierdan el miedo al agua y se metan en una piscina a jugar con él. Ha conseguido que su tutora, Laura, una joven de 17 años con síndrome de Down, lo lleve en una mochila al supermercado, elija la comida, escanee los productos y pague con tarjeta: la actividad solo puede hacerla si él la acompaña. Es que Laura sin Simón es otra persona. Es su amigo, la impulsa a expresarse —no dice una palabra hasta que le preguntás por el gato y no para de hablar— y le eleva el autoestima.
Estos avances que maravillaron a María José Piacenza —mamá de Laura, coach, especialista en discapacidad y conducta animal— fueron el motor inspirador para que en 2009 se animara a crear Gaatoba (Gatos en Actividades Asistidas Terapeúticas Oficial Buenos Aires) junto a su amiga Carolina Vitta, psicopedagoga y especialista en comportamiento felino. Esta organización es pionera en Sudamérica en desarrollar programas de Intervención Asistida con Gatos, y sus felinos son los primeros fuera de EE.UU. en estar registrados en Pet Partners, la mayor red de voluntarios de Terapia Asistida con Animales.
Domingo aprovechó la charla informativa que las fundadoras de Gaatoba dieron de forma honoraria en Cafelino—cafetería sin fines de lucro que tiene como cometido solventar el primer centro de adopción de gatos de Uruguay— para conversar con ellas sobre felinoterapia, los casos de éxito y el ambicioso e inédito proyecto de crear una academia para capacitar en el tema.
“La formación está destinada a quienes quieran trabajar con la asistencia de gatos en abordaje terapéutico, educativo y recreativo de forma profesional. Si los tiempos nos acompañan la lanzaremos este año o a inicios del próximo. No existe en el mundo una formación así y estamos ansiosas de poder comenzar”, expresa Carolina Vitta a Domingo.
El plan de Alén Machado, dueño de Cafelino, es poder replicar lo que hace Gaatoba en Uruguay ofreciendo terapias alternativas a familias de niños con TEA. Para ello, dice, necesitan acreditar el conocimiento adquirido de forma autodidacta, armar un programa de trabajo, y adiestrar a sus gatos para esa terapia.
“Pretendemos el año que viene brindar ese espacio más formalmente, porque en la práctica tenemos el caso de un niño con TEA (ver recuadro), y adultos de la tercera edad que vienen a Cafelino a diario a tomarse un café y estar con los gatitos, con resultados muy positivos”, confirma Alén Machado a Domingo.
Cafelino brinda una charla al mes vinculada a alimentación y comportamiento felino en el marco de un acuerdo con la Asociación Uruguaya de Médicos Veterinarios de Pequeños Animales y la Asociación Uruguaya de Medicina Felina. El objetivo de la actividad, apunta Alén Machado, es instruir al tutor, acercarlo al médico veterinario y contribuir a la profesionalización en la tématica gatuna.
Estas instancias, al igual que la cafetería, son sin fines de lucro: "Los disertantes donan su conocimiento y trabajo, no nos cobran y nosotros tampoco cobramos. Como el centro de adopción funciona en base a la cafetería, pretendemos que la gente venga y consuma", comenta.
Cafelino se ubica en Colonia y Convención y abre de lunes a viernes de 12:00 a 20:00 horas; y los sábados de 15:00 a 20:00.
Magia gatuna
En Argentina no existía ninguna formación en la materia cuando Carolina y María José decidieron embarcarse en esta aventura, así que la opción fue invertir en euros y dólares para capacitarse en el exterior. Tomaron cursos en Inglaterra, Austrialia y EE.UU. con miras a ser expertas en este menester. En el camino aparecieron investigaciones científicas que avalaron los beneficios de la interacción humano-gato.
Entre las bondades del vínculo se destaca el aumento de la oxitocina (hormona relacionada al placer y cariño); la disminución en los niveles de cortisol (conocida como la “hormona del estrés”) y presión arterial, gracias a la relajación que provoca el ronroneo de los gatos; y la disminución de alergia y asma en niños.
Los beneficios, explica Carolina, se potencian entre quienes tienen alguna dificultad o discapacidad gracias al poder motivador de los felinos: “Te dan sentido de compañía y responsabilidad: sos alguien importante para el animal y él te lo devuelve”, indica.
Cuando los gatitos empiezan a ronronear y los niños oyen esa especie de motor, María José les explica que están felices, y les revela que si se frotan es porque los aceptan como parte de su familia. Ahí, asegura, sucede la magia. “Trabajo con chicos que tienen hipersensibilidad sonora, a los colores, son casos muy complejos donde no registran nada pero, de golpe, registran el gato”, afirma.
Y cuenta un emotivo y exitoso caso: “Tenemos un nene de 9 años, Santi, muy complicado. Las chicas del centro me llamaron y me dijeron ‘trae al gato a ver qué pasa’. Empezamos a trabajar con Santi y se dieron cuenta de que cuando Rolando (el gato) entró, lo miró, cosa que es muy difícil en él. Hicimos toda la sesión, y cuando terminamos, Santi agarró la correa y salió con el gato. La madre lloraba. Lo repitió la segunda sesión y así mejoró”.
Carolina ha sido testigo de avances increíbles en personas con depresión o trastorno bipolar. En esos casos, aclara, los gatos acompañan. “A veces es mucha escucha activa que se le ofrece al paciente con el gato de por medio, donde se abre y te empieza a contar. Y se da una terapia distinta, más motivante”, explica.
También hacen visitas a residenciales de ancianos para alegrar el día a los abuelos. En una ocasión, se cruzaron con una señora recién operada de la cadera que no paraba de llorar y Simón logró que desviara el foco de atención del dolor al amor:“Puse su mano arriba de Simón, lo empezó a acariciar y dejó de llorar. Antes ni siquiera había querido tomar agua”, atestigua María José.
El miedo que Stefano (9) le tenía a los animales rozaba la tragedia: veía pasar una paloma y hacía un berrinche. No era sano y el asunto preocupaba a su padre Silvio, que optó por consultar a la terapeuta para saber si la conducta podía estar asociada al Trastorno del Espectro Autista (TEA) del niño. La profesional le aseguró que no había vínculo, que era una fobia y le aconsejó llevar una mascota a la casa.
Silvio adoptó una perra y Stefano tardó dos años en acariciarla (siempre bajo la supervisión de su padre). La historia dio un giro cuando en mayo Félix se cruzó en sus vidas. Silvio llegó a Cafelino por recomendación, le contó la situación a Carina (encargada del centro de adopción), le explicó que necesitaba un gatito castrado y manso, y ella le eligió el ideal. “Acertó con el gato, si hubiera sido otro hubiera sido distinto”, dice Silvio a Domingo, convencido de que la adopción de Félix mejoró la calidad de vida del niño.
“Lo trata como si fuera un hermano. Cada mañana el gato va directo a él. Es re compañero”, dice. La fobia de Stefano desapareció y hoy disfruta del contacto con los animales. Está pendiente de Félix, lo cuida y se miman mutuamente: “Vino para cuidarlo a él y tiene una conexión especial con él. Es la contención que necesitaba porque no conoció a la madre, lo dejó con un mes y se fue a Argentina”, cierra Silvio.
Los elegidos
Trabajan con seis felinos que tienen entre 4 y 9 años, y son parte de su familia (viven con ellas). Aclaran que no curan por sí solos, sino que asisten a distintos profesionales en terapias y tratamientos: psicólogos, psicopedagogas, fonoaudiólogos, kinesiólogos, estimuladoras tempranas.
Carolina se encarga de la selección primaria de gatitos, ya que no cualquier animal es apto o tiene el temperamento para hacer felinoterapia: “Tenés que buscar que sean sociables, que les guste estar con gente y que no sean asustadizos”, dice sobre los requerimientos. Y tienen la seguridad de que si un niño les tira de la cola, jamás lo va a lastimar.
Luego sigue la fase de entrenamiento, a cargo de María José, que incluye múltiples técnicas con miras a conseguir el comportamiento deseado. Durante la habituación se lo expone a distintos estímulos para que los asimile como parte de su rutina:ir de mano en mano, recibir caricias, tolerar ruidos. El trabajo de desensibilización consiste en enseñarles a tolerar situaciones puntuales exponiéndolos, por ejemplo, a viajes en autos, uso de arnés y correa, baño y secado.
Priorizan siempre el bienestar animal y no se los obliga a nada: “Jamás se usan técnicas aversivas de castigos. Para ellos es un momento de entretenimiento con nosotras. Respetamos sus preferencias y potenciamos lo mejor de cada uno”, aclara Carolina.
Incluso siguen un protocolo: los gatos participan en cuatro sesiones diarias como máximo, tres veces por semana. “Y si vemos que pasa algo, siempre tenemos un plan B (por ahí terminás trabajando con un peluche) porque se prioriza la salud del animal”, asegura María José. Y concluye: “A nosotras nos cambian el día esas visitas. Siempre decimos ‘somos pobres pero tenemos el alma llena’”.