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Opinión |Los intolerantes son cada vez más

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Washington Abdala

CABEZA DE TURCO

La sociedad para ser tolerante debe ser intolerante ante la intolerancia. Por Washington Abdala.

Los intolerantes cada vez son más. No sé qué pasa. Capaz que no estoy entendiendo la realidad, que envejezco a mil quilómetros por hora. Será eso. En esta época hay mucho delirante que cree que su vida es el centro del universo y nos quieren meter a todos en esa licuadora. Pero desde destrozos al arte (para llamar la atención) hasta violencia retórica por palabras que no gustan, todo vale para excitar y montar en cólera. Y no hay disculpa que valga: ¡Vamos por ti, mequetrefe!

A los intolerantes, dice la teoría benévola, hay que combatirlos con argumentos y controvertirlos. Ganarles la pulseada a razones. Dialéctica con ellos. Debería ser el primer round.

Pero hay intolerantes que ni con misiles retóricos aflojan. No importa lo que se afirme o se pruebe. El lío es que, si la conversación fuera por fútbol no pasa nada, pero si este asunto es por asuntos graves de la existencia, la cosa se pone mortal y no tengo claro cómo se detiene a los intolerantes totalitarios. ¿Volvemos a Karl Popper y su paradoja donde deberíamos ser firmes con la intolerancia y legislarla para castigarla? En nombre de la tolerancia (paradoja) la sociedad para ser tolerante debe ser intolerante ante la intolerancia.

Y -para peor- un intolerante con poder es un vampiro encerrado en un banco de sangre. Es cualquiera creer que no nos va a descuartizar. Es precisamente lo que va a hacer y no hay tu tía. Jeffrey Dahmer no aflojó nunca, ¿verdad?

Lo curioso es que muchas veces los humanos nos comemos el buche de una impostura de sobriedad -como si fuera de verdad ese talante de algunos- y en los hechos estamos bancando intolerantes pesados que luego abusan de nosotros. ¿Verdad que no tengo que dar ejemplos porque usted mismo los está pensando querido lector o lectora? ¿O no le sobran ejemplos de intolerantes por todos lados que se ponen un tutú y nos venden el Lago de los cisnes?

Lo más embromado es que esta tribu aumenta sus filiales y adeptos. Cada vez hay más y cada vez son más complicados. Para mi hay alguna droga que anda por allí que no conozco (ya ni fumo, desde hace décadas) que dispara los mesianismos y la convicción de que todo se puede lograr de pesuca. Tipo Buenos muchachos.

El intolerante, si es culto (a diferencia del ignorante) sabe bien que está de vivo, que te está llevando puesto y sigue lo más campante. Hay intolerantes en un quiosco, en un taxi, en todos lados. El año pasado un taxi me corrió una cuadra regalándome epítetos sin saber yo, aún hoy, qué habría hecho para recibir tanta algarabía de adjetivos. Como esa, mil. La intolerancia acecha en las calles.

Con los intolerantes viene bien el ninguneo, el cero bola, la cancelación o lo que sea (y no me gusta lo de la cancelación, me suena totalitario). Rajar. No se gana nada discutiendo con ellos. Si hacen cosas hay que frenarlos porque ya no es un asunto menor, sino que están ingresando en el delito: si difaman, injurian, incentivan al odio todo tiene castigo penal. El intolerante huele la vulnerabilidad. Repito, respuesta punitiva a actos que son reprobables y que la ley no permite. Y hay que frenarlos sin vergüenza. Y no se traume lector. No es populismo punitivo. No se sienta conservador, ni de ideología extrema. Es solo entender que dentro del estado de derecho hay límites, porque si no los hay estamos fritos. A veces la concepción errada de la paciencia admite intolerancias que luego se transforman en patológicas y un día uno se despierta sumido en una tragedia.

La sociedad es el nido de la serpiente y ellas saben cómo encontrar el hueco para en su momento salir a escena y dominar. En tiempos donde lo hegemónico es la diversidad, no confundirnos, los intolerantes, aunque estén travestidos de justicieros masivos son el mal. Al mal se lo enfrenta frontalmente. Solo cortando el mambo se sale del lío. Suena duro, no lo es. Es obvio.

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