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Opinión | La gorra de mi padre

"Tengo que seguir siendo sin perder mi identidad"

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Washington Abdala
Cabeza de Turco.

WASHINGTON ABDALA

Mi padre tuvo un cáncer de piel que se trató durante décadas. No se lo decía a nadie. No se murió de eso, pero el cáncer de piel lo asumió como algo cotidiano en su cabeza, así su rostro se iba poblando de tenues protuberancias rojizas y, más tarde, buena parte de su cuerpo.

Allá por mediados de diciembre, todos los años, iba al médico, le quemaban un poco las protuberancias, bueno, no tan poco, bastante, y volvía hecho añicos a su casa soportando estoico el dolor de aquella vejación a la que lo sometían. Nunca lo sentí quejarse del asunto, pero era evidente que le dolía. Su rictus, luego de esas intervenciones, quedaba descuajeringado, pero era un tipo aguantador, así que a ese dolor le impostaba un rostro firme. El dolor digno, una lección.

En los últimos años ya no le crecía mucho el pelo, hacía décadas que no le crecía, y así las quemaduras se veían más. Él se ponía una gorra veraniega gris con visera para que no se le vieran las quemaduras. Andaba adentro de su casa con la gorra y yo nunca le dije nada, era tan obvio que las cosas debían transitar así que no había nada para decir. Solo una vez, por atolondrado me distraje y le largué: “Che, sacáte la gorra”, y con su rostro me miró y me mostró que no estaba entendiendo nada.

Mi padre era un tipo especial para esas cosas y esa era parte de su forma de ser, pintoresca, propia y sin importarle un pito el mundo que lo rodeaba, excepto pequeños asuntos que lo incomodaban y que los combatía. Vivía en su mundo, usaba la misma campera durante años, su auto era un utilitario que siempre tenía problemas. Un día, frente a su casa, le robaron las cuatro ruedas y se lo dejaron trepado en cuatro tacos de madera. No se inmutó demasiado, había llegado a la zona mental de entender que la vida siempre es más importante que los conflictos nimios del existir cotidiano.

Se fue hace un tiempo, no demasiado. La gorra gris me la quedé, y lógico, como la usó tanto le quedaron aquellas huellas de las quemaduras. Empecé a lavarla para sacárselas y devolverle el color que debe tener en esta nueva vida conmigo.

La lavé cincuenta mil veces, con jabón simple, con más jabón de piso, con alcohol, con hipoclorito, con lo que conseguí y hay una mancha que no se va con nada. No es una mancha grande, es una muy pequeña.

El otro día me di cuenta de que esa mancha la tengo que dejar allí, tranquila, conversando conmigo a manera de enlace con mi padre, sabiendo que ya no se irá.

Es curioso como de ser un problema pasó a ser una conexión con él. O sea, ya no puedo perder esa mancha y ahora la miro como sintiendo que hay algo de mi padre allí, algo real que vino de su cuerpo y que me comunica no sé qué cosa. No estoy loco, es que cuando se van aquellos que queremos nos agarramos a minucias que no parecen demasiado concretas. Las cosas son parte del recuerdo y el recuerdo es la reconstrucción de lo vivido con emoción. Y acaso las emociones son lo único que guarda sentido en la mente.

La gorra es como un viaje, cuando me la pongo tengo claro que estoy mejor, no sé qué pasa, pero me da cierta paz esa gorra y su benemérita mancha.

Estoy en una etapa de mi vida que respeto las normas sociales por los demás, si fuera por mí estaría incordiando gente, solo que no soy de pensar nada en la vestimenta. La gorra me recuerda algo, supongo que me reubica en el lugar donde tengo que estar, me focaliza lo que tengo que seguir siendo sin perder mi identidad. Siempre el asunto es la identidad de cada uno de nosotros, no perderla, no vejarla, cuidarla y revalorizarla a como dé lugar.

¿Curioso no? Una gorra puede lograr eso. En realidad, solo la gorra de mi padre con su mancha, con su marca, con su sello existencial que ahora habita en mi mente como si se hubiera traspasado de manera telepática.

Las pequeñas cosas del mundo son grandes para mí. No tiene misterio, y supongo que esto que me sucede a mí les pasa a ustedes de otras formas, estoy seguro. Así que nadie crea que desvaría por nada mundano. Somos así. No veo a una ballena haciendo esto.

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