Opinión | Fachos son los que no respetan

"Me cansa el esquemita burro (y mal intencionado) de jugar a que unos son sensibles, humanos y solidarios y los otros somos genocidas, fachos y criminales".

Washington Abdala

Cuando regresó la democracia al Uruguay, allá por 1985, vino Silvio Rodríguez. Era parte de los festejos del advenimiento de la libertad. Me tocó irlo a ver al hotel del Centro en el que estaba con otros jóvenes. Comimos alguna minuta con el cantante, fue agradable, él iba a dar un concierto y todo estaba en lindo clima. Tenía en mi mente todas sus canciones porque para mi generación su poesía era bienaventurada, no lo mirábamos políticamente, lo sentíamos romántico y sencillamente emocionante. No había joven que no estuviera enamorado del unicornio azul.

El tiempo fue pasando y el cantante no disimuló jamás su militancia dogmática pro-Fidel. Me pasa que logro calentarme con algunos artistas cuando me venden su credo como verdad. Amo al artista en su desempeño, no en lo que filosofa políticamente. Así llegué -por sentido de la ofensa digna- a no oír más a Roger Waters y logré (en mi mente) reconciliarme con Joaquín Sabina cuando hizo el viaje hacia la independencia filosófica. Es más, nunca pude ir a un concierto de Joan Manuel Serrat porque los militaba con banderas del Frente Amplio. ¿Qué debí hacer? ¿Ir y aplaudir como un renacuajo o me agarraba a las puteadas con alguien?

Ahora vino Silvio. Ya lo vi en mieles con Lucía Topolansky y vi todo su decir militante; el “compromiso” que dice Orsi que tuvo (¿ese con la dictadura que los tiene martillados a los infelices de los cubanos?) No hay lugar para lo que ellos entienden que somos gente como yo: “Fachos”. Dos mundos distintos.

Veo una entrevista a dos connotados músicos y autores del carnaval, y uno de ellos sostiene que no todo el carnaval es de izquierda… y sí, no todo, pero casi todo, y no es fácil ser “el facho” que pretende depredarle el alma al pueblo bendito que desde la murga de izquierda (justiciera y redentora) viene a iluminar a las gentes en los barrios populares contra el enemigo imperial y sus lacayos (yo, para ellos). ¿Se entiende? El mal y el bien. Sencillito, binario y maniqueo. Ese es el tema para estos chicos iluminados. Creen que son el bien y le hablan al otro como que si fuera el mal (nosotros los liberales o como se les antoje llamarnos a la inmundicia que somos para ellos).

Me cansa el esquemita burro (y mal intencionado) de jugar a que unos son sensibles, humanos y solidarios y los otros somos genocidas, fachos y criminales. No es así. Y en esta tensión solo vamos a sentirnos mal todos. Porque esa tensión juzga intenciones, prejuzga valores y asume desde la ignorancia (o mala fe) lo que el otro no es. Así estamos fritos. Y vamos por mal camino.

¿Se puede ir a espectáculos donde el cantante habla mal de lo que uno piensa? ¿Cómo miércoles me quedo callado si el tipo dice que lo de uno es una mierda? Pregunto: ¿cuál es el nivel de tolerancia que se debe tener? ¿Cuándo me puedo ofender? Y, en caso de hacerlo, ¿me puedo levantar e irme o tengo que agradecer por la puteada?

“Gramsci y la batalla cultural” repiten todos los ignorantes que andan por la vuelta. No, señor. ¡Un pito eso! No es así: es un tema de respeto, es peor. Es violentar la libertad. Roger Waters además de ser un intolerante extremista es un mal educado y, si le habla solo a los que piensan como él, él es el facho.

Fachos son los que no admiten, ni respetan el pensamiento divergente del otro y lo desconsideran, ningunean y bardean. Punto. ¿Quién es el facho entonces? Yo no lo soy, los que nos imputan deberían ir a terapia y pensarse un poco más. Digo nomás, igual seguirán haciendo lo que se les antoja. Ya lo sé.

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