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Opinión | La distopía del Coronavirus

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Washington Abdala. Foto: El País

COLUMNA CABEZA DE TURCO

De una piña nos acostó la realidad y ahora estamos todos tratando de vivir para seguir viviendo. Por: Washington Abdala

La vida, el sentido de la existencia lo pensamos, antes la vivíamos, ahora lo pensamos porque la velocidad del tiempo presente nos permite eso. La amistad, de verdad aparece, los que no eran amigos, no están, nunca están. Sencillo. La libertad ambulatoria cuando falta se siente. Todo sea por el bien superior de la vida de todos. La verdad aparece en lo cotidiano, sin estridencias.

Los abrazos y los besos que nos faltan resulta que eran oro y no lo sabíamos. Lo que importa -en serio- es poco, el hombre sin camisa…Y lo básico es lo sencillo: un plato de comida con tus seres queridos, el resto son nadeces. No hay que gastar pólvora en chimango. Otra lección del Corona maldito. La gente que querés se conecta contigo y vos con ellos. ¡Gracias WhatsApp! Lo que se hace por el otro, hacelo sin buchonear, (el buchoneo lo envilece). Lo individual, ahora se transformó en solidario (distancia social). Eso es algo raro, pero es así, entenderlo es la clave.El miedo, la incertidumbre ahora está más patente porque la finitud está presente minuto a minuto. El miedo por los otros y por los tuyos, el miedo por todo. Apareció el sentido de “cohesión social” que estaba allí, lo rascás y emerge. Nos cuesta, pero sale. La actitud carroñera... la veo y paso de largo, y la grandeza -me impresiona- como aflora en medio de este asunto.

La introspección, hacerse amigo de uno mismo y bancarse, es imprescindible, y desde allí actuar por los demás. Volvemos a Heráclito, no nos bañamos nunca en el mismo río, luego de esto, menos que menos (los hábitos de higiene quedarán por siempre). La humildad ante lo adverso es otro asunto que me moviliza, o la resiliencia, como lo quieran llamar: todos tenemos más de lo que creemos para dar y soportar. Y todos somos vulnerables, otro aspecto que si no lo sabías la parca acechando te lo demuestra.

La tecnología nos conecta y nos salva de la soledad y la misma tecnología nos invade. Este será el tema de los próximos tiempos en el mundo.

Apareció un emocionante sentido del concepto “patriótico”. La entrega por el otro, los aplausos nocturnos, la excitación mental contra el bicho maldito son todos “vectores” que demuestran que nos sentimos “uruguayos”. Nada mal para gente rebelde como nosotros. Y todos somos Artigas. ¿Qué pensaría él ahora de nosotros? Me encantaría saberlo. La aceleración en que vivimos pegó un rebaje, de una piña nos acostó la realidad y ahora estamos todos tratando de vivir para seguir viviendo. ¿El capitalismo salva al capitalismo? Es probable, bah, es seguro. Al final habrá alguna vacuna y en algún tiempo volverá otro virus. Corsi e ricorsi. Las ideologías sirven para poco. Los liberales ahora son keynesianos, los dirigistas no pueden creer lo que el Estado tendrá que gastar y el sector privado mira aún sin comprender que queda para mover sus nichos. Todos los jugadores se cambiaron de lugar. Rarísimo.

Hay una irrupción de nuevos valores, aún no delimitados pero el sentido colectivo ahora es otro, existe, tiene densidad y la autoridad no tiene discusión. O quien la discute no solo no entiende nada sino que nos hace perder el tiempo. La autoridad es legítima, legal y necesaria. Marx no sabría cómo explicar el presente. Weber lo explica de manera perfecta. Fin del debate.

La discriminación de hoy es otra, le tememos al infectado (tenía razón Byul Chul Han) y lo hacemos con la misma actitud que en Europa se tiene para con los inmigrantes. ¡Ojo! La gente tiene más conexión con lo espiritual, es lógico, en tiempos así se acude mucho a ese camino. Los que tiene fe, se apoderan de ella; los que no, hacen sus intentos y los que son muy escépticos, igual dudan del sentido del “mal”. Nadie está muy seguro.

Son tiempos de ocio fermental como decían los griegos, de pensarnos y pensar los demás. Tiempos que deben servir para el futuro. No tengo dudas.

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