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Opinión|Demasiada TV miré de chiquilín

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Washington Abdala

CABEZA DE TURCO

Había galletitas y alguna leche chocolatada. Por Washington Abdala.

De chico me encantaban las películas de espías, las series televisivas de agentes secretos y personajes así (El Santo, Yo soy Espía). Luego, llegaron los superhéroes. Está claro que el hombre murciélago para mí siempre fue más que Supermán. Luego vinieron las series de asesinatos con pericias forenses. Y, finalmente terminé con la Ley y el Orden durante décadas, repito, décadas.

Es verdad, antes pasé por Titanes en el ring, Bonanza, hasta por Lassie. (Lassie me parecía un embole, hoy por afirmar esto alguno dirá que no estoy en el 2022). Efectivamente soy del paleolítico. Y antes Patrulla de Caminos. No sé cómo me acuerdo de tanta televisión, supongo que me ponían la máquina adelante y succionaba lo que veía. De Pilán, en la casa de mi abuela, tengo recuerdos contradictorios, nunca tuve problemas con tomar la leche y me resultaba un poco inquisitivo el asunto de ingerir tanto lácteo por una orden.

No sé si alguien lo recuerda, pero de muy chiquilín llegué a ver una serie con dibujitos animados de los Beatles. No fue por mucho tiempo, pero fue el suficiente como para seducirme. La música de los Beatles marcó a mi generación, ese es otro tema, el dibujito era malísimo, pero el gancho eran ellos. (A mí me gustaba Don Gato y su Pandilla).

Ya comenté en esta columna mi devoción por el humor uruguayo. Algo tan nuestro como Telecataplum y todas sus derivadas con los Lobizones fue épico.

No sé cómo me clavaron mis tías, pero tuve que ver El amor tiene cara de mujer y salí vivo de ese culebrón con Rodolfo Bebán. Y con Rolando Rivas Taxista, la verdad que me encantaba Claudio García Satur y Soledad Silveyra. Hoy iría preso el tipo por desubicado.

Amigos son los amigos fue otra serie que me encantaba, un mago Carlín Calvo que para mi protagonizaba su propia personalidad, un asunto que nos fascinaba a todos los pibes de la época.

Y lloré de la risa con el primer Video Match. Es que ese Marcelo Tinelli nos trajo el barrio a la pantalla y así con Pablo Granados y Pachu Peña gozamos con tonterías populares (por supuesto que hoy muchas de ellas serían consideradas políticamente incorrectas) pero yo, lloraba de la risa, no voy a mentir.

De chico, chico, llegué a ver cine argentino por las pantallas de televisión uruguayas que daban películas de quince o veinte años atrás en los veranos. Así que estoy hablando de la década del sesenta entonces las películas serían del cincuenta. Pepe Soriano y Luis Sandrini me llenaron la cabeza

.Otra que no voy a negar -y me van a pegar palo por reconocerlo, pero estoy grande para negarme a mí mismo- es Alberto Olmedo y Javier Portales en su dúo (¡Alvarez!) y saliéndose de guion. Si, ya sé, también esto hoy sería improcedente, lo tengo claro, pero no pude decidir nacer ahora, así que me gustó lo que me gustó. Lamento si alguien se ofende. Igual que Guillermo Francella en su época inicial, siempre me fascinó el tipo haciendo lo que se la antojara, un dotado.

Y guardo un recuerdo especial para René Jolivet, logré tener algún vínculo con él. Sus programas hoy no están ni en el recuerdo, como tantas cosas (Sábados Circulares de Pipo Mancera, otro que no recuerda nadie). Todos los cantantes argentinos me tragué, de Sandro a Cacho Castaña. Raro, de Palito no tengo tanto recuerdo, más de Leonardo Favio.

No sé cómo no se guardaron los registros televisivos de Narciso Ibañez Menta. Un genio del terror.

La caja boba para mi generación fue algo vital. Nos íbamos a la casa de alguno a ver la tele juntos, había algunas galletitas Chiquilín y alguna chocolatada de Conaprole, unos pancitos con manteca y esa era la vida de muchos de nosotros. Raro como esa socialización cambió. Raro mismo, pero es el mundo que muta siempre. Aceptarlo o romperse los dientes contra la pared. No queda otra.

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