Mentes brillantes: historias de cinco jóvenes uruguayos que tienen alto coeficiente intelectual

Los pros y los contras de tener altas capacidades. Los cinco son parte de Mensa Uruguay. El próximo 5 de diciembre se realizará en la Facultad de Derecho una prueba oficial de admisión que podría ampliar el grupo de personas que integran esta organización.

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Mentes brillantes.

La organización internacional Mensa-la asociación de “superdotados” intelectuales más grande del mundo- hará un nuevo intento para establecerse formalmente en Uruguay. El próximo viernes 5 de diciembre, a las 18 horas, se realizará en los salones 38 y 39 de la Facultad de Derecho una prueba oficial de admisión que podría acercar al país a la categoría de “Mensa emergente”. Se pueden presentar los mayores de 14 años y los menores acompañados por un padre o tutor. No se achique: usted podría formar parte de este grupo selecto, pues se estima que 1 de cada 50 personas posee las cualidades para integrarlo. En este informe, hallará cinco historias de mentes brillantes, con sus pros y sus contras.

Actualmente, Mensa está presente en unos 100 países y cuenta con cerca de 150.000 miembros en el mundo, comenta a Domingo Guzmán Cháves, antropólogo de 36 años e integrante del grupo que impulsa la iniciativa en Uruguay. La asociación, fundada en 1946 en Inglaterra por Roland Berrill y Lancelot Ware, selecciona a personas con pruebas de inteligencia estandarizadas. Y tiene su mayor presencia en Estados Unidos. Para ingresar, es necesario alcanzar “el percentil 98 o más”, aclara.

Cháves es sociólogo, con experiencia de trabajo en zonas devastadas como Haití, población indígena, carcelaria y de contexto crítico. En su caso, los indicios de que su mente funcionaba de un modo diferente aparecieron muy temprano. “Sentirme distinto, sentir una sensibilidad distinta y sentir facilidad para hacer la tarea”, recordó sobre su etapa escolar en los años 90. A falta de diagnósticos formales en aquella época, algunos docentes identificaron en él comportamientos inusuales. “El maestro de cuarto, como vio que sabía jugar ajedrez, me empezó a invitar a jugar. Y la maestra de sexto me mandó a organizar el viaje de fin de año”, relató.

Su condición hizo que los episodios de acoso escolar también estuvieran presentes, aunque no lo vivió como una hostilidad constante. “Había bullying o algo similar, pero yo no diría que lo sufrí. De alguna manera lograba integrarme”, asegura. Incluso recuerda la figura inesperada que lo protegía: “El matón de la clase me defendía. Me pasó en la escuela muchas veces y me pasó en el liceo también”.

Cháves reconoce que buena parte de su equilibrio emocional provino de poder compartir intereses complejos con un amigo cercano. “Creo que también tenía altas capacidades y compartíamos la mayor parte del tiempo investigando cosas que nos interesaban”, recuerda.

Uruguay aún no cuenta con una sede formal de Mensa. Para lograrlo, la organización exige alcanzar determinado número de miembros activos. “Para tornarse Mensa oficial necesitamos más de 250 personas”, explica Cháves. Sin embargo, el primer paso es más modesto. “Nuestro objetivo es lograr 50 para poder ser Mensa emergente. De esta manera quedamos vinculados a la organización internacional y podemos comenzar con actividades oficiales”, dice.

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Guzmán Cháves.

El test que se aplicará en Montevideo fue definido junto a Mensa Internacional y será supervisado por un equipo de Mensa Argentina, país que acompaña el proceso local.

“La prueba mide, a través de problemas y ejercicios, generalmente del estilo Matrices Progresivas de Raven, el coeficiente intelectual de la persona”, detalla Cháves. Según explicó, no requiere preparación previa: “Cualquier persona se puede presentar. No es necesario estudiar, ni practicar, ni hay sesgos culturales que hagan que la persona necesite saber algo previamente”.

Los protocolos de aplicación estarán a cargo de proctors oficiales de Mensa Argentina, quienes viajarán especialmente para supervisar el examen. Luego, los resultados serán corregidos por la psicóloga supervisora nacional del vecino país.

Tener una niñez “diferente”

Muchos padres o profesores pueden ver señales en un niño que les hacen pensar que es superdotado, un término que se utiliza internacionalmente, aunque los integrantes de Mensa Uruguay no se sientan identificados con él. Así lo explica Cháves: “Altas capacidades no significa ser un genio. Seguro que todos conocemos a alguna persona así. Altas capacidades es un término ‘paraguas’ que incluye distintos perfiles, dentro de los cuales están la superdotación, pero también los talentos específicos y los talentos complejos o mixtos”.

Estas señales que pueden advertir los padres o profesores, como la capacidad de aprender cosas con gran rapidez, un vocabulario inusualmente amplio o una capacidad poco común para resolver problemas, podrían indicar que el niño tiene una mente brillante. Sin embargo, también existen varias características menos obvias, algunas de las cuales pueden sorprender: por ejemplo, el idealismo y un fuerte sentido de la justicia, o que el niño esté absorto en sus propios pensamientos (soñar despierto). La intensa curiosidad por cómo funcionan las cosas es un rasgo común, al igual que la tendencia a experimentar con cosas diferentes o a conectar ideas o pensamientos que normalmente no están relacionados.

Emilia Moreira, de profesión cirujana y 36 años de edad, identificó desde pequeña que tenía ciertas habilidades que la diferenciaban un poco de sus compañeros. Ya de adulta, esa diferencia se volvió más evidente, aunque no siempre cómoda. “Veo que en cosas de mi trabajo o de la vida en general que para mí son obvias, a la gente le lleva mucho más tiempo llegar a mi misma conclusión. También veo cosas que para mí son más eficientes y que no las notan otras personas”, explica a Domingo.

En su vida personal, asegura que su condición no le modifica demasiado, aunque en lo laboral -en plena práctica médica- sí percibe un impacto. “La facilidad para resolver problemas, encontrar la solución más rápida a determinada situación o la posibilidad de procesar algo más rápido… sí me resulta más fácil. Lo veo como una ventaja”, explica.

Esa ventaja, no obstante, ha generado tensiones. “He tenido problemas que creo que se ven vinculados a un grado de envidia”, afirma. Incluso relata que alguna vez un colega le dijo que tenía “problemas para entender”, comentario que no toma demasiado en serio. “Claramente no estaría siendo la situación, pero lo entiendo como sentirse menoscabado. No me lo tomo personal”, dice.

Con una carrera exigente, una membresía en Mensa y una personalidad que combina precisión numérica y franqueza sin adornos, Emilia transita su profesión y su vida cotidiana sin convertir su ingreso a la asociación en un título de presentación, pero sí como una herramienta más para entenderse a sí misma. “No me presento tipo ‘hola, soy Emilia, soy miembro de Mensa’. No”, dice. Y enfatiza que su ingreso a la organización fue algo muy reciente en su vida.

En cuanto al origen de su capacidad intelectual, no identifica antecedentes familiares. “Creo que tiene cierto componente genético y cierto componente ambiental, como cualquier rasgo de una persona”, opina.

En el hospital, su ventaja cognitiva se traduce en tareas concretas. A modo de ejemplo menciona el trabajo con historias clínicas antiguas: “La posibilidad de revisarlas rápidamente, buscando historias viejas en papel, encontrar la información y poder hacerlo en un tiempo menor”. También la redacción científica le fluye con facilidad. “La publicación de artículos científicos me resulta más fácil que a otras personas”, asegura.

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Emilia Moreira.

Sobre sus fortalezas, Emilia no duda. “Los números es claramente uno de mis fuertes”, anota. El lenguaje, en cambio, lo vive como su punto débil, no por falta de comprensión, sino por su estilo frontal. “Soy bastante directa”, admite. Cuando se le pregunta si eso implica más sinceridad, lo confirma sin rodeos: “Exacto. No tenés media tinta”. Pero reconoce que ese rasgo puede jugar a favor o en contra: “Hay gente que quiere escuchar las cosas y otras que no. Quizás no tengo tanta facilidad para encontrar esa diferencia”.

Al frente de la empresa familiar

A los 34 años, Sofía Honty administra la empresa familiar que heredó de su madre. Su historia con Mensa comenzó temprano -a los 17 años- casi por casualidad, cuando leyó en el diario que un psicólogo argentino vendría a tomar pruebas en Montevideo.

“Yo me entero de la existencia por un grupo que trató de formar Mensa Uruguay hacia el 2008. Me enteré por el diario”, recuerda. Aquella primera convocatoria congregó a decenas de jóvenes y adultos: “Entramos un grupo relativamente grande que aprobamos la prueba… La idea era anotarnos como miembros de Mensa Argentina para después pasar a formar el Mensa Emergente Uruguay”. Pero la burocracia demoró todo. Recién años más tarde pudieron rehacer los test y enviar los resultados a Inglaterra para incorporarse formalmente al Mensa Internacional.

Al igual que Emilia, Sofía nunca necesitó que un profesional le pusiera un número a su capacidad cognitiva. “Mi familia y yo nos fuimos dando cuenta”, dice con naturalidad, recordando que en la escuela, mientras sus compañeros aún resolvían ejercicios, ella ya los había terminado. “En clase me aburría. Terminaba todo primero… y las maestras se daban cuenta y me mandaban a hacer mandados”, relata entre risas. Como hija única, su madre vivía preocupada por saber a quién recurrir si alguna vez necesitaban ayuda con los deberes. Hasta que se dio cuenta que, en realidad, los que necesitaban ayuda eran sus compañeros.

Con el tiempo, aquella facilidad para aprender se volvió parte de su identidad. La prueba de Mensa, que muchos imaginan compleja y desafiante, para ella fue casi un juego. “La sentí fácil… Eran dibujitos y definir patrones. Es muy lúdica, lógica pura, sin requerir nivel educativo”, relata.

Tras terminar el liceo, Sofía comenzó Ingeniería, pero lo que siempre le resultó intuitivo dejó de serlo. “En el sistema educativo todo me resultó muy fácil… y en el momento en que la cosa no me empezó a resultar fácil, no me gustó”, admite. En medio de esa etapa de dudas, su madre -que llevaba toda la vida al frente de la empresa familiar- empezó a dudar de su propia capacidad para continuar. “Se empezó a dar cuenta de que se mandaba macanas. Y dijo: ta, ¿la vendo o qué hago?”.

Sofía decidió ayudarla unas horas, “como chiveando”, y descubrió que le gustaba. “Me encuentro cómoda. Acá estoy y voy a seguir con esto. Y me hago cargo”. Hoy dirige la empresa y asegura que “anda muy bien”.

Pertenecer a un percentil tan alto no solo trae ventajas. También marca la manera de relacionarse. “Creo que a veces la gente no te entiende, porque vos pensás más rápido; en lo que para vos es obvio, el otro todavía no empezó el camino mental”, explica. Esa diferencia, le generó dificultades desde chica. “Desarrollé una gran aversión al conflicto; me cuesta mucho plantear una opinión contraria si no considero que es sumamente necesario”, confiesa.

En la adolescencia también vivió comentarios que la hicieron sentir diferente: “‘Ay, porque vos te matás estudiando’. Y era como… no, yo no estudio”, recuerda. A veces, se mezclaban la envidia y la incomprensión. “A mí me dolía el no ser como los otros”, recuerda.

Fuera del trabajo, Sofía encuentra en el teatro un espacio para equilibrar su vida y explorar otros mundos, lejos de la lógica y los patrones que dominan sus días.

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Sofía Honty.

Genética y herencia

Nicolás de Mula (45) también le escapa a la etiqueta de “superdotado”, que le resulta tan incómoda como ajena. “No me siento diferente”, afirma cuando se le pregunta por esa denominación que suele acompañar a quienes integran Mensa. Según cuenta, nunca se percibió como alguien excepcional: “Siempre he estado rodeado de personas muy inteligentes y muy capaces… mis hermanos, mis padres, ahora mi esposa. Nunca me sentí fuera de lugar en ese sentido”.

Padre de niñas en edad escolar, Nicolás asegura que no proyecta sobre ellas ninguna expectativa vinculada a capacidades excepcionales. “Las veo muy capaces, sí, pero también reconozco que me falta objetividad”, confiesa.

Consultado sobre si nota habilidades destacadas en alguna de ellas, responde con la misma prudencia: “No lo sé. Tampoco es algo que percibí conmigo mismo”. Para él, lo importante es que “estén bien, como debe ser para un niño, ni muy para un lado ni muy para el otro”.

Aunque evita atribuirse rasgos extraordinarios, reconoce que ciertas capacidades se manifestaron a lo largo de su vida, sobre todo en el plano académico y laboral. “En la parte universitaria, en los trabajos también, sin ser un gran estudioso, me fue bien. Veo una diferencia con otras personas en la facilidad de aprender cosas nuevas, la flexibilidad mental, llamémosle”, señala. Aun así, Nicolás dice que no es algo que haya descubierto por sí mismo: “Es algo que me lo han dicho otras personas, pero no es que yo me haya dado cuenta”.

Esa agilidad intelectual, asegura, lo ayudó en su carrera profesional. Es ingeniero de formación y está dedicado al sector de tecnología. “En poco tiempo logré ser un referente técnico sin pretenderlo y sin demasiado esfuerzo”, destaca.

La inteligencia, sin embargo, no lo exime de dificultades en áreas de la vida cotidiana donde siente menos comodidad. “Soy una persona un poco antisocial”, reconoce. Los grandes eventos y las fiestas no son lo suyo. “Me cuestan, no sé si viene del lado de esto o no, pero es la falencia que tengo”, agrega. Aun así, afirma que se adapta con facilidad a distintos grupos de personas, posiblemente gracias a esa misma flexibilidad mental que le ha permitido salir adelante en sus estudios y trabajos.

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Nicolás de Mula.

Más allá de los números, los percentiles o las etiquetas, las historias de estos uruguayos revelan un mismo hilo conductor: la búsqueda de un espacio donde sentirse comprendidos. Para muchos, Mensa no es un podio desde el cual exhibir capacidades, sino un lugar de encuentro, un ámbito donde la diferencia no pesa como rareza sino que se vuelve herramienta, diálogo y contención. Allí, entre pares que procesan el mundo con velocidades o sensibilidades distintas, lo intelectual deja de ser un rasgo aislante y se transforma en un puente.

Con el nuevo intento por consolidar una sede de Mensa en Uruguay, aparece también la oportunidad de ampliar la conversación sobre las altas capacidades. Una conversación que -según los entrevistados- hoy no existe en el sistema de enseñanza uruguayo, tanto público como privado.

“Uno de cada cincuenta tiene esta condición”

Leonel Moré (46) es miembro de Mensa Uruguay -la filial local de la asociación internacional que reúne a personas con alto coeficiente intelectual- y director de 1950 Labs, una empresa de software que fundó hace varios años y que se ha consolidado por su enfoque en el talento y el desarrollo tecnológico.

Está casado, tiene una hija de seis años y una vida social que define como “normal”. Su rol como empresario también lo obligó a refinar habilidades de comunicación, algo de lo que carecen algunos con su condición. “Desarrollé la capacidad de explicar las cosas teniendo en cuenta al oyente”, dice. “Cuando tenés que explicar algo muy complejo a alguien que no es de la materia, tenés que bajar de nivel... Ahí la metáfora es una excelente herramienta”, agrega.

Además del software, cultiva inquietudes artísticas y lúdicas. “He hecho pintura sobre madera. Ahora hago un poco más de ajedrez. No soy muy bueno, pero lo suficiente para competir con gente buena”, asegura a Domingo.

Uno de los temas que más le interesa subrayar es el concepto mismo de alta capacidad intelectual. “No hay una superinteligencia, es nada más estar en el percentil más alto, hay uno en cincuenta, no uno en un millón”, afirma. Para él, esa proporción es mucho más común de lo que la sociedad cree: “En esta cuadra hay arriba de cien, seguro”, lanza a modo de ejemplo mientras es entrevistado.

Pero, más allá de las cifras, le preocupa la falta de políticas educativas para identificar y acompañar a niños con estas características. “No hay nada, absolutamente nada”, lamenta.

Moré está convencido en que la alta capacidad no está condicionada por el nivel socioeconómico: “Esto es parejo indiferentemente del estrato social. Conozco un caso puntual de alguien que vivía en un asentamiento y ahora hizo una empresa, salió en el diario, es un capo”, dice. Sin embargo, está convencido de que muchos otros casos se pierden sin ser detectados. “Hay un montón que podrían estar asistidos si pudieran tener algún tipo de tratamiento especial”, afirma. Su planteo central es simple: identificar para no desperdiciar talento. “Por lo menos saber que existe”, resume. Es un mensaje que busca abrir una discusión que -según él- la educación uruguaya aún no se anima a dar.

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Leonel Moré.

Su historia personal, como la de los demás entrevistados, está marcada por una temprana facilidad para el aprendizaje. “Aprendí con mi abuela a multiplicar, sumar y restar antes de entrar a la escuela... Antes de los seis años ya sabía multiplicar”, recuerda. Su abuela, dice, era severa, pero ese rigor le permitió avanzar rápido. “Como veía que iba dando, seguía insistiendo”, recuerda con una sonrisa.

Ese impulso temprano lo llevó a acercarse a la computación: “Aprendí a programar a los nueve años, cuando me regalaron una TK-95. Hice un curso y me recibí de programador a los 14”.

Pero crecer con ciertas habilidades también tuvo costos. “Quizás me afectaba la parte social. Me era más difícil establecer vínculos, como que no entendía mucho esa parte”, recuerda. Y agrega que mientras las matemáticas fluían sin esfuerzo, “la parte de literatura me costaba un montón”.

Su relación con el mundo simbólico fue cambiando con los años. Recuerda que su primer contacto con la filosofía “fue trágico”, pero luego, leyendo por su cuenta, encontró un vínculo distinto. “Es como que aprendés los patrones para poder leer el mundo de a poco”, señala. Hoy dice tener la dimensión social mucho más desarrollada. “Yo no era así ni de casualidad cuando era chico”, destaca.

Su recorrido -desde un niño que aprendía a programar casi por intuición hasta un empresario que reflexiona sobre la educación y el potencial humano- expone la necesidad de un sistema más atento a la diversidad intelectual. Para Moré, comprender y acompañar esas diferencias no es un lujo, sino una forma de evitar que capacidades valiosas queden invisibles y sin desarrollar.

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