Pese a haber acompañado con un bajo perfil a su marido, el expresidente Joaquín Suárez, y de haber formado parte de una sociedad patriarcal como lo fue la de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, María Josefa Álamo brilló con luz propia. Hoy es recordada por haber sido la persona que bordó el sol de la primera bandera uruguaya.
En la vida de María Josefa Álamo y González se identifican cuatro períodos. Cada uno permite dimensionarla en todas sus facetas. El primero, de 19 años, comprende desde que nació en 1787 (posiblemente en Los Cerrillos) como súbdita del Reino de España, bajo el control administrativo del Virreinato del Río de la Plata, hasta su casamiento, en 1806, coincidiendo con el inicio de las invasiones inglesas.
Un segundo período de 22 años recorre desde que se celebró su matrimonio hasta el izamiento de la bandera el 1° de enero de 1829. Fueron años de intensa actividad política y militar en este rincón del mundo, batallas contra los ingleses, contra las fuerzas luso-brasileñas, la lucha artiguista por la independencia y el Éxodo, hasta llegar a la independencia. El tercer período, de casi 22 años, comprende épocas de luchas intestinas, a pesar de que ya los orientales se gobernaban a sí mismos. Es que María Josefa sobrevivió a, quizás, los más sangrientos enfrentamientos entre compatriotas: la guerra civil y la Guerra Grande, que concluyó con el prolongado y sufrido sitio de Montevideo.
El cuarto período, de 19 años, va desde el fin del sitio en 1851 hasta su fallecimiento la noche del lunes 19 de junio de 1870 en su casa de Arroyo Seco, cuando contaba con 83 años.
“En el libro Nº 1 del Cementerio Central encontré, escrito en un último renglón, el número de sepulcro donde están enterrados sus restos. Es un nicho de la segunda área que está en un estado calamitoso. En cualquier momento se cae la tapa y se estropea. Se ve que no había buena onda entre los Suárez y los Álamo, tal vez por eso labraron mal el nombre en la lápida”, comenta a Domingo el investigador Jorge Redes Castilla, autor del libro María Josefa Álamo, una mujer con luz propia.
Mujer protagonista
Explica Redes que María Josefa Álamo supo confraternizar con los principales hacedores de la identidad nacional. “Recibió, seguramente, en su casa a nuestro principal prócer y amigo de la familia, José Artigas. Atendió con honores a Lavalleja en la estancia de Los Cerrillos durante su visita buscando apoyo en Joaquín para la Cruzada Libertadora. También atendió en Arroyo Seco a Rivera y a Oribe en relación a los menesteres políticos del momento que transitaron con su esposo”, detalla en el libro editado con el apoyo de la Intendencia de Canelones, interesada en poner en valor la figura de esta mujer relevante para el departamento canario.
Durante el Sitio de Montevideo integró, a iniciativa de la esposa de Rivera, Bernardina (octubre de 1843), la Sociedad Filantrópica de Damas Orientales, para recaudar fondos para atender a los heridos de las luchas en defensa de la ciudad sitiada.
Esta mujer tuvo varios hijos con Joaquín Suárez y soportó la pérdida de alguno de ellos, algo que se podría decir era común en la época. De hecho, los dos hermanos de Josefa murieron a poco de haber nacido.
El año 1811 fue de gran significación para su vida. En octubre, Joaquín Suárez acompañó a Artigas en el Éxodo. Y firmó, entre otros, la nota dirigida al gobernador supremo de las provincias unidas del Río de la Plata desde el campamento de Salto el 14 de diciembre de 1811. “En este punto, dejo constancia de que no hay registro de ella y sus hijos en el listado de las personas que acompañaron al prócer en el tomo sexto del Archivo Artigas”, aclara Redes. Y agrega: “Supongo que María Josefa quedó a cargo de la estancia ayudada por sus esclavos o posiblemente se trasladó al campo de sus padres para sentirse protegida, teniendo en cuenta a sus dos hijos, Margarita con apenas 2 años y el recién nacido José Bernardo”.
Joaquín Suárez regresó del exilio en 1812 para retomar sus actividades políticas. Y fue nombrado representante en el congreso de abril de 1813, donde desempeñó diversos cargos hasta la segunda invasión portuguesa en 1816. También acompañó a Artigas en la lucha contra los invasores.
“El triunfo del Imperio de Portugal en tierras orientales y el alejamiento definitivo de Artigas a Paraguay lo hicieron recluirse en la estancia de Los Cerrillos, donde se dedicó a actividades agrícolas-ganaderas. Josefa sostuvo anímicamente a su compañero durante el período de usurpación luso-brasileña”, anota el investigador.
Un matrimonio sin registro
María Josefa y Joaquín se casaron en Canelones en 1806. Sin embargo, no existe registro del enlace en los libros de ese año de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe en Canelones. Llamativamente, la unión matrimonial aparece registrada 67 años después, el 26 de abril de 1873, a cinco años del fallecimiento de él y tres del de ella.
Redes deduce que el pasaje de las tropas del virrey Liniers, quizás, fue la causa por la que no se registró el matrimonio en tiempo y forma. La omisión del canónigo se debió a que seguramente tuvo que atender las necesidades de los soldados. “Para sostener la hipótesis del olvido nos apoyamos en el documento que menciona el historiador Jorge González Alistar en su obra sobre Joaquín Suárez: ‘Se halla sin embargo entre las informaciones de libertad de Canelones un documento con fecha 17 de mayo de 1806, una solicitud común de Joaquín Suárez del Rondelo y María José Álamo y la conformidad de los contrayentes para contraer matrimonio, de modo que es de suponer que se casaron a mediados de ese año’”.
Por otra parte, promediando 1806, el estuario del Plata fue conmovido por el estrépito de las invasiones inglesas. Fue durante esa coyuntura político-militar que iniciaron la vida conyugal María Josefa y Joaquín. Los acontecimientos políticos y militares irán después moldeando sus vidas.
María Josefa Álamo vivió de todo y toda su vida junto a Joaquín Suárez. Y sus últimos años vinieron acompañados de períodos de pobreza, de angustia por el alejamiento de la patria de tres hijos buscando posibilidades de vida en el exterior y la pérdida de su amado esposo en 1867. Al final de sus días, fue espectadora de la gestación de un nuevo enfrentamiento entre orientales: la llamada Revolución de las Lanzas. Al poco tiempo, partió hacia su descanso eterno.
“Ella y muchas otras mujeres no se alejaron de la realidad en la que vivían, no se aislaron en la comodidad de sus hogares, no se apartaron de compromisos familiares; fueron madres, esposas, abuelas, trabajadoras y participaron en las luchas por la libertad y la independencia, en las trincheras algunas o fortaleciendo la retaguardia otras. Pese a la potente luminosidad de su compañero de vida, María Josefa no empalideció. Todo lo contrario: enfrentó sin claudicaciones su destino y brilló a su medida”, concluye Redes Castilla.
Un pabellón que bordó con hilo de oro, rodeada de sus hijos y esclavas
Comenta el escritor Jorge Redes Castilla que María Josefa bordó el primer Pabellón Nacional a fines de diciembre de 1828, con hilo de oro de su pertenencia. Se llevó la primera Bandera Nacional a la Villa Guadalupe al amanecer del 1° de enero de 1829, escoltada por la División de Infantería de Milicias de Canelones, al mando del Coronel Simón del Pino, uno de los treinta y tres orientales y vecino de la villa.
“María Josefa había cumplido con uno de los mayores actos patrióticos que alguien podría hacer. Imaginemos sus sentimientos al ver izar el primer Pabellón Nacional nacido de sus manos, ondear al viento como el mayor símbolo de nuestra nacionalidad, rodeada de sus hijos y seres queridos en ese significativo momento de la historia”, dice el investigador.
Y agrega: “Pensemos en el momento cuando Joaquín Suárez, investido como gobernador, le solicitó en la intimidad del hogar a su compañera de todas las vicisitudes el singular, histórico y significativo trabajo de, nada más ni nada menos, responsabilizarse de crear el primer Pabellón Nacional. Intentemos imaginar cómo se sentiría María Josefa, a pocos días de cumplir 42 años, rodeada de sus hijos y de esclavas que la ayudaban, bordando el sol de la patria en la bandera de un país naciente”.