Los molestos y ruidosos cohetes de Fin de Año

MARTÍN FABLET

Washington el hijo de Juana supo tener en jaque por mucho tiempo al portero de un edificio de la calle Ellauri. Su gracia en vísperas de Año Nuevo consistía en hacer detonar "peditos de vieja" en el pozo del ascensor principal.

La maniobra se realizaba subiendo hasta el décimo piso y tirando estos inofensivos petardos por la estrecha rendija que se generaba entre el ascensor y la pared del pozo.

El desconcierto era total. Nadie imaginaba cómo se producían los estruendos. El portero hacía guardias en busca del molesto responsable.

Luego de un par de días, el hijo de Juana decidió que era tiempo de aumentar la capacidad explosiva. Lo más adecuado sería permutar los inofensivos flatos de anciana por una poderosa bomba brasilera.

Algo indeciso, aquella tarde Washington subió hasta el décimo piso, encendió la bomba, se dispuso a liberarla, y entonces algo muy desgraciado e inesperado sucedió. Se produjo una tremenda explosión no en el pozo, sino en el interior del ascensor.

Al parecer la bomba brasilera no era lo suficientemente delgada como para pasar por la rendija.

Pobre Washington, no sólo se perforó un tímpano sino que también se hizo acreedor a innumerables y contundentes patadas en el trasero.

Los petardos pueden producir fácilmente niveles sonoros muy altos, siendo el ruido que producen de carácter impulsivo. Esto significa que tiene un tiempo de subida muy corto, es decir un comportamiento transitorio muy rápido. Aunque el oído humano tiene varias protecciones naturales contra el ruido, ninguna de ellas es capaz de contrarrestar ese tipo de ruido.

En efecto, los mecanismos protectores requieren tiempos considerables para actuar. Por ejemplo, en el oído medio hay un músculo que, 200 ms después del comienzo de un ruido intenso, reacciona restringiendo su transmisión hacia los delicados mecanismos del oído interno.

Sin embargo, 200 ms es demasiado tiempo cuando el ruido en cuestión es impulsivo. Esto implica, por lo tanto, que sin una adecuada protección auditiva artificial el oído queda expuesto a estímulos muy peligrosos que podrían causar daños auditivos irreversibles como el trauma acústico, los acúfenos y diversos grados de sordera.

Si no desea exponerse ni exponer a sus nenes a los molestos petardos en una de esas le conviene procurarse unos SilentEar NRR32.

Son tapones re-usables para oídos. Son considerados los mejores del mundo, tanto por su calidad como por su performance. Fabricados en silicona y goma premoldeada consiguen anular los picos sonoros volviéndolos perfectamente soportables para el oído humano.

No sólo los podrá utilizarlos este Fin de Año sino que también son muy recomendables para dormir en entornos ruidosos, práctica de deportes motorizados, tiro al blanco, entre tantas otras situaciones sumamente sonoras.

El precio del SilentEar en los Estados Unidos es de 8,95 dólares el par. Vienen en distintos tamaños y colores, para todos los gustos.

A Washington le hubieren venido de maravilla. Tengan mis queridos lectores un muy feliz Fin de Año.

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