Las puertas y las llaves que permitían el ingreso a la antigua ciudad amurallada de Montevideo

Tuvo dos portones de acceso durante la época colonial: uno en la actual calle 25 de mayo y otro a la altura de la rambla sur. También había otras salidas “ocultas”, utilizadas con distintos propósitos.

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Llave y cerradura de la Ciudadela de Montevideo.

Aunque muchos turistas (y uruguayos también) se confunden y creen que la Puerta de la Ciudadela era el ingreso a la antigua ciudad amurallada, Montevideo tuvo dos portones de acceso durante la época colonial: uno en la actual calle 25 de mayo y otro a la altura de la rambla sur. También habría otra forma de ingresar: una pequeña puerta escondida en el foso de la Ciudadela, fuerte que se encontraba donde hoy se ubica la Plaza Independencia.

Durante la era colonial, el cono urbano de Montevideo ocupó un espacio aún más reducido de lo que hoy conocemos como Ciudad Vieja -pues con los años se le fue ganando terreno al mar-, finalizando en la actual calle Ciudadela. Su fuerte principal, que llevaba el nombre de esta calle, ocupaba aproximadamente la mitad de la actual Plaza Independencia. Y ofrecía un aspecto de grandilocuencia formidable, con su cerco amurallado de granito gris de nueve metros de altura y seis de espesor, expandido en una superficie cuadrada de 145 metros de lado. Tenía, además, un enorme foso seco, cual castillo medieval, que lo hacía prácticamente inexpugnable.

El frente de defensa de tierra de Montevideo se completaba con murallas que encerraban a la ciudad y emanaban como brazos zigzagueantes desde los costados del fuerte. Ese murallón hacía el cierre completo de la península y culminaba, en cada extremo sobre la costa, con dos torreones conocidos como cubos. El acceso a Montevideo más viejo y transitado era el Portón de San Pedro, utilizado por sus conexiones hacia la aguada y otras zonas. El otro era el Portón de San Juan, ubicado en las inmediaciones de la actual rambla sur, sitio por el cual los ingleses abrieron la famosa “brecha” que les permitió ingresar a la ciudad. Hoy, la calle que lleva ese nombre recuerda el hecho y sigue el trazado de la antigua muralla.

Pero Raúl Baroffio, autor del libro Al rescate de las murallas de Montevideo, considera que con seguridad había otras “salidas” subterráneas. “Con certeza hubo un túnel en dirección hacia donde hoy está el anexo de Casa de Gobierno, porque en esa zona, fuera de las murallas, había un manantial. Y para la ciudad el acceso al agua potable era vital. Se sabe que había túneles bajo la iglesia Matriz, el Cabildo y el Fuerte del Gobernador, que estaba donde hoy se encuentra la Plaza Zabala”, comenta el investigador a Domingo. En su trabajo, Baroffio contabilizó la existencia de 341 metros de fortificaciones originales en la Ciudad Vieja, de los cuales 118 se encuentran en la vía pública y 223 dentro de propiedades.

“El manantial se desbordaba y generaba un arroyito que iba a parar a la playita que todavía existe en la rambla. Y que se encontraba en la zona de extramuros, cerca del Cubo del Sur”, anota el escritor.

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Puerta de la Ciudadela con su puente levadizo.

Una puerta “escondida”

Andrés Barrera ha investigado los túneles subterráneos de Montevideo y Maldonado durante 30 años y asegura que existen elementos como para señalar que había otra forma de ingresar a la capital por su frente de tierra: una pequeña puerta que se encontraba en la muralla de la Ciudadela y que daba hacia el foso. Dice que estaba ubicada detrás del revellín, una fortificación triangular, exterior e “independiente” al fuerte, situada en el medio de la actual Plaza Independencia, en dirección hacia donde se encuentra la avenida 18 de Julio. “Esa puerta, fina y alta, era muy importante para sacar los cañones y las municiones hacia el revellín. Y estaba ‘oculta’ por éste, como para que los enemigos no abrieran una brecha a cañonazos”, señala Barrera a Domingo. Y agrega: “Ningún enemigo se metía al foso porque ahí les tiraban bombas desde la muralla y no tenían escapatoria”.

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Señalados, los portones de San Juan y San Pedro. Delante del fuerte, el revellín “tapaba” otra entrada.

Las llaves de la ciudad

En la Casa de Rivera, sede del Museo Histórico Nacional, se exhiben dos llaves y una cerradura que pertenecieron a la Ciudadela. La puerta principal de este fuerte, que se hallaba en una ubicación aproximada a la actual, apuntando hacia la calle Sarandí, tenía un puente levadizo de madera que fue inmortalizado por Juan Manuel Blanes en su cuadro “Artigas en la puerta de la Ciudadela”, datado en 1884. Baroffio entiende que la puerta se abría y cerraba con ese puente únicamente y que no existía otra auxiliar con cerradura, aunque estos dispositivos de seguridad sí existían en los portones de acceso a Montevideo.

En un artículo realizado hace varios años por el investigador Rolf Nussbaum, se señala que el recordado cronista e historiador Isidoro de María poseía las llaves y cerraduras de la puerta auxiliar del Portón “Viejo” o de San Pedro, que era la salida hacia el camino (actualmente Avenida Uruguay) que funcionaba como ruta principal para dirigirse al interior del país o a los alrededores y suburbios capitalinos que se formaron a través del tiempo. En una de sus hojas, tenía una puerta secundaria o “de auxilio”, llamada así porque una vez cerrado el portón, en la noche, se abría solamente por alguna emergencia.

En una de sus múltiples crónicas y transcripciones de documentos históricos, De María menciona que el posible “constructor” de la cerradura y su llave habría sido el maestro mayor de Herrería Don Antonio Aguilar (entre 1782 y 1783), al figurar con los comisionados, ingenieros, maestros mayores y sobrestantes en la construcción de las fortificaciones.

“La casualidad y el interés por el pasado histórico permitieron que, gracias a tres personas del siglo XIX, llegara hasta nuestros días el testimonio de relevancia que aquí comentamos”, comenta Nussbaum. Y agrega: “A fines de abril de 1892, De María recibe una larga y detallada carta de un amigo llamado Juan Ignacio Fernández, que además le adjuntaba un paquete. En la carta, su amigo le agradece el recibo de la última publicación del historiador, indicándole que le enviaba como regalo una cerradura y su correspondiente llave que, según señalaba, perteneció al Portón de San Pedro, integrante de la antigua muralla defensiva de Montevideo”.

En aquella carta se describían las peripecias de la cerradura y su llave luego que empezaron a demoler las murallas, por los años 1830-31. Sus portones fueron llevados al antiguo “Parque de Artillería e Ingenieros”, acompañando restos de cureñas, calderos, fusiles, quizás cañones y muchos otros objetos.

“Por el año de 1837 o 1838, el predio pasó a manos de los barraqueros Errasquin, que se ocupaban de la comercialización de los ‘Frutos del País’, habiendo posteriormente en el mismo predio una fundición atendida por un vizcaíno llamado Ignacio Garragorri, que era empleado de confianza de los mencionados. Posteriormente, el fundidor compra todo el establecimiento a los hermanos Errasquin, trabajando únicamente en su ramo”, relata Nussbaum.

En la citada carta, Fernández comenta también que el fundidor, ya en 1843, tenía conocimiento de la misión cumplida por el portón, preservándolo por varios años, ignorándose cuándo fue desguazado.

Al irse a España en 1867, prepara la venta del taller dejando a Fernández como custodio de esos bienes, volviendo meses después a Montevideo. Errasquin se quedó con la cerradura y su llave como recuerdo de su actividad laboral, hasta que tiempo después se la regaló al dueño de la carta, en agradecimiento por la custodia efectuada. Y así pasó -según culmina la historia- a fines del siglo XIX a manos de Isidoro De María.

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