CIUDAD
La asociación civil Paseo Cultural Ciudad Vieja organiza un circuito especial por varios puntos emblemáticos de la obra y vida del escritor uruguayo. Revista Domingo estuvo allí.
La Ciudad Vieja puede ser lo que uno quiera. Ocre, gris, verde. Una postal para nada estática, pero con un anclaje a tiempos remotos que alimentan la imaginación. La del Montevideo fundacional, la de las familias patricias, la de los dibujantes viajeros, la del barro o los adoquines. La de los transeúntes modernos que van a la oficina; la de Bruno Salvo, el escritor que vende sus libros cara a cara alrededor de la Plaza Matriz; la de los músicos callejeros, la de los museos y el Teatro Solís, la de la vista panorámica al Cerro, los colores cálidos del Puerto, el río o el Salvo. La Ciudad Vieja puede ser infinitas cosas y escenarios; variará por el gusto, el tiempo, el ojo, el oído del transeúnte.
La Ciudad Vieja puede ser, también, un punto de encuentro con el Mario Benedettimás mítico y romántico, el admirador de su Montevideo, la que lo recibió a sus cuatro años y de la que se enamoró, esa a la que de niño veía verde y con tranvías, por la que caminó su personaje más famoso, Martín Santomé el de La Tregua. El barrio y Mario Benedetti han tenido siempre un vínculo especial y con el centenario de su nacimiento, la asociación civil Paseo Cultural Ciudad Vieja dio por inaugurado un circuito especial para conmemorarlo (ver recuadro). Revista Domingo estuvo presente para hacerlo junto a los fans de Mario.
El recorrido
Es sábado 19 de septiembre y el invierno se despide con un viento que corre fuerte, que penetra en los huesos más de lo que lo hace el sol intenso con un cielo despejado. No somos tantos. Somos los que se permite por las medidas sanitarias que trajo la pandemia. Abrigados con boinas, sombreros, bufandas y esperando. A partir de ese momento, Gabriel Fernández, profesor de Literatura y su equipo, estará a cargo del recorrido.
A la sombra de la peatonal Sarandí, sobre los Soles que homenajean a figuras emblemáticas, el frío corta. Así y todo, el profesor saca sus manos de los bolsillos y abre uno de los dos libros que carga consigo. Camina rumbo a la puerta de la Ciudadela y lee. Nosotros, los curiosos, caminamos y, a pesar del viento, podemos comprender palabras. Dice algo sobre labios, sueños, sangre y tiempo. El libro que abrió es Inventario 1 y no cuesta demasiado identificar el poema No te salves. El otro libro, claro, es La Tregua.
El Teatro Solís es el segundo punto del circuito. Tanto esa explanada como la esquina enfrente son, dice el profesor, fundamentales para la vida y la obra de Mario. Entonces allí se detiene, abre la novela y nos remite al día 26 de julio en la historia de Martín Santomé.
“Ocho de la mañana. Estoy desayunando en el Tupí. Uno de mis mayores placeres. Sentarme junto a cualquiera de las ventanas que miran hacia la Plaza. Llueve. Mejor todavía. He aprendido a querer ese monstruo folklórico que es el Palacio Salvo. Por algo figura en todas las postales para turistas. Es casi una representación del carácter nacional: guarango, soso, recargado, simpático. Es tan, pero tan feo, que lo pone a uno de buen humor. Me gusta el Tupí a esta hora, bien temprano…”, escribe Santomé.
Pronto se nos explica que Tupi Nambá era un café bastante popular en la época. Que estaba ubicado allí, en Juncal y Buenos Aires, que tenía vista a la Plaza Independencia, al Palacio Estévez, al Salvo. Que Benedetti, en cualquier café, siempre elegía las ventanas.
Desde la vereda del Teatro Solís ya no se ve el Salvo, pero cruzamos buscando la calle Bacacay y por detrás de los vidrios de la Torre Ejecutiva empieza a asomar la “estructura monstruosa” que, cuentan las anécdotas capitalinas, un día hasta el suizo-francés Le Corbusier quiso derribar. El palacio Salvo subsistió, al café Tupí lo cerraron en 1959.
Nos dirigimos a la Plaza Matriz -Constitución para los que prefieren nombres oficiales-. Dice el profesor que Mario caminaba por allí, por los alrededores que ahora caminamos nosotros.
La Ciudad Vieja no se parece ni por asomo a aquella que dejamos en marzo pre pandemia: no hay turistas, los puestos han disminuido y los vendedores que quedan conversan entre ellos como para matar el vacío del tiempo muerto. Ahora, además de libros, objetos viejos, pinturas y artesanías, se venden tapabocas.
Nosotros, el público del profesor Gabriel, caminamos en silencio. Si hablamos, lo hacemos murmurando bajito como para no romper la mística que él quiere lograr con su relato.
En la Plaza Matriz un muchacho practica música con su trombón. Puedo contar tres parejas que conversan frente a la fuente. Un niño juega a contar piedritas con sus manos mientras sus padres escuchan la descripción del Club Uruguay con su estilo que mezcla renacimiento, manierismo y barroco. Habla de la iglesia, la ciudad que supo ser y lo que queda de ella. De la Generación del 900.
“Mario amaba profundamente esta ciudad”, repite Gabriel en más de una ocasión. Y entonces abre su libro, busca la página marcada por iluminador amarillo, lee. Nos ubicamos un mes y un día después de aquel café en el Tupí. Es 27 de agosto y Martín Santomé está en la Plaza Matriz. “Frío y sol. Sol de invierno”. Mario parece describir ese mismo día que estamos viviendo nosotros. Escuchamos las vicisitudes del obrero del que escriben Mario y Martín.
Contamos los supuestos 102 pasos que Mario hacía desde la esquina de la plaza hasta el Café Brasilero. Los pasos varían, el café está cerrado.
Nos dirigimos al mítico Sorocabana de la calle 25 de Mayo que hace menos de un año volvió a abrir sus puertas. Adentro, para salvarnos del frío, nos espera Carmen Morán que recita a Mario. Cristina, su madre, la escucha atentamente. Ambas terminan disertando sobre Mario y la importancia de defender a uña y dientes nuestra cultura. En el Sorocabana de antes Mario escribió La Tregua.
Debemos continuar. Café de las Misiones con sus azulejos verdes, Plaza Zabala, peatonal Pérez Castellano, el Mercado del Puerto y allí, al frente, subimos por unas escaleras a una terraza donde la vista a la Montevideo de colores ocres es privilegiada. Ahora, todos con un libro de Benedetti en la mano (obsequiados por la editorial Planeta), escuchamos al profesor y a Carmen hablar una vez más del escritor.
El profesor nos invita a cerrar los ojos y trasladarnos como en una máquina en el tiempo hacia ese otro Montevideo que veía Mario.
El paseo llegó a su fin, pero volverá a repetirse para otros curiosos unos cuantos sábados siguientes. El recorrido sería perfecto para los turistas extranjeros que hoy, por la pandemia, no pueden venir. Pero también es una invitación a apropiarse de lo urbano y la historia literaria para uruguayos y los propios montevideanos.
Un paseo para los sábados de primavera
Desde el 19 de setiembre y varios sábados hasta diciembre, a las 11.00, el Paseo Cultural Ciudad Vieja -con el apoyo de la Fundación Mario Benedetti, Club El País, Municipio B, Intendencia de Montevideo- organiza una circuito inspirado en la obra y vida del escritor uruguayo Mario Benedetti. En una hora y media -puede extenderse a dos- el profesor de Literatura, especializado en la obra del autor- Gabriel Fernández guía al público por varios puntos como el Espacio de los Soles, Teatro Solís, peatonal Sarandí, Plaza Matriz, Café Brasilero, Café Sorocabana, Café Las Misiones, ex La Industrial Francisco Piria, Plaza Zabala y el edificio de Descubrí Montevideo en el Mercado del Puerto.
En el transcurso del recorrido Gabriel Fernández intercala anécdotas del autor, detalles históricos y arquitectónicos de la ciudad y lectura de fragmentos de la obra del autor.
El circuito bajo la mirada de Mario Benedetti tiene un punto fuerte en la parada del Café Sorocabana, donde Carmen Moran recita poesía del autor.
El Café Sorocabana nuevo es un negocio familiar inaugurado en el mismo predio donde supo funcionar uno de los Café Sorocabana del siglo XX, en la calle 25 de Mayo, esquina Misiones. En ese escenario, donde Mario Benedetti solía sentarse a escribir La Tregua, todavía conservan un par de mesas redondas con tapa de mármol de la época. Además, cuentan con un espacio dedicado al escritor.