FANÁTICOS
En Uruguay hay muchos seguidores de la marca, pero en febrero habrá muchos más por un encuentro internacional que tendrá lugar en Punta del Este
En 1947 los hermanos Maurice y Spencer Wilks, directivos de la fábrica inglesa Rover, tuvieron la idea de producir un vehículo todo terreno para el público civil. Utilizando el robusto chasis de un Jeep Willys de la Segunda Guerra Mundial, le adaptaron de Rover un motor a nafta, una caja de cambios y el eje trasero. Así nació el primer prototipo de Land Rover. Un grupo de tres sencillos asientos delanteros sobre un cajón metálico transversal junto a dos banquetas situadas en sentido longitudinal en la parte trasera permitían transportar nueve personas. Y el techo era de lona con un armazón metálico para sujetarla. Finalmente, en 1948, este orgullo de la industria automotriz inglesa fue presentado en el Salón del Automóvil de Amsterdam. E inmediatamente se inició su fabricación, sin tener muy en claro si el vehículo, fuerte pero algo tosco en su diseño, sería aceptado por el público masivo.
Lo que seguramente los hermanos Wilks nunca sospecharon era que el Land Rover llegaría a todos los rincones del planeta, ya sea por sus cualidades utilitarias o por embelesar a una multitud de fanáticos de la marca que está dispersa en cinco continentes. Mucho menos podían imaginar aquellos jóvenes emprendedores que su creación inspiraría la camioneta Indio, de manufactura charrúa. O que sería el elemento de adoración del Club Land Rover Uruguay, fundado en 2016, que hoy tiene unos 100 socios.
El club es una entidad con personería jurídica, sin fines de lucro, cuya sede se encuentra junto al lago Botavara de Carrasco. Y sus miembros comparten tanto travesías como almuerzos de camaradería o conocimientos sobre la compra y la reparación de estos vehículos. Es, a su vez, el organizador del Tercer Encuentro Sudamericano Land Rover, que tendrá lugar en Punta del Este entre el 7 y el 9 de octubre próximos (ver nota aparte).
El presidente del Club Land Rover es Roberto Moraes, un conocido arquitecto (en estos momentos involucrado en la construcción del World Trade Center de Punta del Este) y un fierrero tenaz, lo cual lo ha llevado a reunir una impresionante colección de motos y vehículos de cuatro ruedas. También posee, en su propia casa, un taller en el que repara y acondiciona unidades de distintas marcas.
“Hasta que vine a estudiar arquitectura a Montevideo viví en la ciudad de Rivera, donde nací. En la puerta de la casa paraba un Land Rover, pero aparecía cada tanto, porque obviamente tenía tareas rurales, pertenecía a un vecino que tenía campo. No sabía por qué me gustaba, porque en realidad era feo: iba en contra de todos los parámetros de diseño de los autos. A uno cuando es joven le gusta la velocidad, lo deportivo. Pero este me atraía. Y después me di cuenta de que en realidad era lindo, que era conceptualmente coherente. El primer Land Rover lo compré cuando era estudiante. Era muy barato, pero nunca lo pude hacer funcionar, lo tuve que vender como chatarra”, recuerda Roberto al ser entrevistado por Revista Domingo.
Con el tiempo estudió mecánica en la UTU y se comenzó a conectar con otros fanáticos de la marca. “Este diseño inglés tiene una permanencia total, inclusive sus defectos (que no son graves), no se cambian. Es algo similar a lo que pasa con las motos Harley-Davidson, que se hicieron con unos cuantos defectos. Por intermedio del club hemos logrado recuperar unos 40 vehículos. Y hacemos muchas actividades y travesías”, destaca.
El que fue más lejos
Alejandro Martirena tiene 10 Land Rover y es uno de los fundadores del club. Pero ese no es su mayor logro: es el uruguayo que ha ido más lejos con una de estas camionetas, hasta Alaska, en una travesía que hizo en 1997. “Fui uno de los primeros en traer una Land Rover al país, en 1994, cuando recién se instalaba el importador, que era British Cars. Demoró un año en venir, fue como un parto. Llegó a fines del 95 y en el 97 salimos de viaje desde Uruguay. Fui hasta el sur, hasta Ushuaia. Y después empezamos a subir por Argentina, Chile, Bolivia y Perú. Cruzamos en barco a Panamá porque ahí está el Tapón del Darién que no te permite cruzar: Estados Unidos declaró una zona de Panamá como reserva natural, por lo que Sudamérica no está unida con Centroamérica ni Norteamérica. Lo tenés que hacer en ferry. Después hicimos todo México, Estados Unidos y Alaska. Fuimos hasta Inuvik, que es un lugar (en Canadá) al norte del Círculo Polar Ártico y después volvimos a Nueva York. Tras nueve meses de viaje, la camioneta se embarcó en New Jersey para acá”, relata Alejandro.
Eran épocas en las que no había GPS ni teléfono celular, por lo que era más difícil hacer estas aventuras. “Hice un curso de radioaficionado, con eso te la tenías que arreglar. O tenías que llegar a un lugar donde hubiera un teléfono con ficha para comunicarte”, subraya.
El Land Rover es un vehículo todo terreno, nadie lo discute. Pero también es “duro” para largas travesías. “Y dentro de los duros, yo elegí el más duro”, dice entre risas. Y explica: “En esa época los autos japoneses recién empezaban a aparecer. Y el Land Rover Defender, que es la consecuencia de los Land Rover Series, era el vehículo de viaje por excelencia. Hoy encontrás a alemanes y suizos por la Interbalnearia que vienen de viaje en estos vehículos, porque son confiables y los podés armar y desarmar a tu gusto”. Para estar medianamente preparado para enfrentar las contingencias de tan largo derrotero, Alejandro hizo un curso rápido de mecánico impartido por British Cars.
“Cuando llegó la camioneta a Uruguay hice dos viajes de prueba, el primero (dos días después de haberla recibido) a Santiago de Chile y el segundo a Río Gallegos”, dice. En el viaje a Alaska no tuvo casi problemas, salvo una rotura de rulemanes a la altura de Yukón, al norte de Canadá, donde las lluvias son muy intensas. Hizo el viaje con 26 años y luego vendió la camioneta, pero hoy se arrepiente de haberse desprendido de ella, entre otras cosas porque la tenía acondicionada con cocina y cama en la parte posterior. “Después me compré otra igual”, anota.
Matías, uno de los cuatro hijos de Alejandro Martirena, no había nacido cuando su padre hizo aquel viaje formidable. Hoy, al igual que su padre, es un amante de estos todo terreno utilizados por la ONU para sus misiones de paz. Y está aprendiendo a repararlos. “Trabajo todos los días en un taller de Land Rover que puso mi padre con un amigo, para rescatar y recuperar los que están como perdidos en Uruguay. Acá no hay repuestos, se traen de afuera. Y lo que es carrocería por lo general está hecho paté”, ilustra.

¿Computadora o automóvil?
Carlos “Coco” Lasnier es otro de los que tiene la marca inglesa en su genética. “Con mi padre aprendí a quererlos y a ver que tienen algo diferente. Por los 70 íbamos a Punta Colorada y Punta Negra por la playa porque no había caminos. Pero mi padre después lo vendió”, dice a Revista Domingo. Cuando su padre se deshizo del Land Rover, Coco tenía 17 años y estaba esperando la mayoría de edad para poder manejarlo. “Entonces, arranqué con el plan para comprarme uno. Y pude hacerlo en 1990”, destaca.
Hace 32 años Coco estaba estudiando Sistemas (hoy trabaja en un banco, en esa área) cuando se le presentó la oportunidad de tener su primer Land Rover. Pero también necesitaba comprarse una computadora. Y por sus posibilidades económicas, era una cosa o la otra. “Le conté a mi jefe de ese entonces, un contador, que la computadora y el Land Rover costaban más o menos la misma plata, como esperando que me respondiera ‘lo que precisás es la computadora’. Pero me sorprendió cuando me dijo ‘sacate el gusto y comprate el auto’”, recuerda y se ríe.
Estuvo varios meses buscando en el Gallito Luis, hasta que halló el que tiene hoy. “Salía un poquito más de lo que yo podía pagar, entonces hice una sociedad con un compañero de la empresa en la que trabajaba y lo compramos a medias. Él casi no lo usó porque tenía un cero kilómetro, así que al tiempo le pagué su parte”, dice. Lo tuvo durante cuatro años como único coche, hasta que compró otro más nuevo, más “usable”, con calefacción y puerta trasera. “Este último fue mi vehículo titular durante 13 años. Y el otro se quedó, nunca lo vendí”, destaca.
Pero cuando su esposa quedó embarazada, consideró que ese no era el auto apropiado para viajar con ella. “Así fue que vendí el otro, el más nuevo”, señala Coco. Y acota: “Después me separé y me compré una Discovery, que es la que hoy por hoy estoy usando”.
Junto al Club Land Rover Uruguay ha hecho varias travesías, todas dentro de fronteras. También ha explorado muchos caminos recónditos por su propia cuenta.

La única mujer
Hace algún tiempo Beatriz Costa Gibert manejaba por la zona de Millán y Suárez. Era de noche y se dirigía a tomar una clase cuando sintió que una camioneta la seguía. Bajaba la velocidad y el otro conductor hacía lo mismo. Igual respuesta recibía cuando aceleraba. Hasta que estacionó. El otro vehículo aparcó y de él bajó un hombre, que se le acercó lentamente.
—Disculpe -le dijo de un modo respetuoso. Y se presentó.
—Dígame -respondió ella todavía algo sorprendida.
—Soy del Club Land Rover Uruguay. Me gustaría invitarla a que participe de nuestras reuniones.
—Bueno, déjeme ver -expresó Beatriz. Y se quedó con su contacto.
Ella ya había recibido información de este grupo de fanáticos, pero nunca había pensado en formar parte de él. “Sabía que si me vinculaba iba a ser la única mujer. Y así fue: desde que entré, soy la única”, cuenta a Revista Domingo y se ríe.
Beatriz es ingeniera agrónoma. Y como otros del club, llegó a la marca por tradición familiar. “En mi familia siempre hubo dos o tres Land Rover. Incluso llegaron a ser cuatro o cinco, porque mi padre tenía dos, y mi tío y mi hermano también tenían. Siempre salíamos a pasear en ellos, por eso tengo un recuerdo de muy chiquita. Yo acompañaba a mi padre a los remates y él los elegía”, recuerda.
Tiene otras lindas vivencias, por ejemplo de haber ido al Cabo Polonio con su padre y de haber recorrido buena parte del país en 4x4, por lo general en Semana Santa. “Cruzamos por Paso de los Libres (Corrientes), llegamos a Córdoba…. Ese tipo de paseos en familia son inolvidables”, destaca.
En su vida de adulta, la marca Land Rover también estuvo siempre presente. “Después que fallece mi papá, heredé su auto. Íbamos a la playa con mis hijos y mi madre, todos cargados, con cosas en la baca. Luego lo usé para ir a trabajar y ahora es un auto ‘de calle’; en general no lo manejo en carretera, sino en recorridos cortos”, anota.
Beatriz dice que cuando precisa algún repuesto, su hijo se encarga de importarlo. Y que “siempre aparece alguien para hacer la reparación”. Las piezas no son baratas, apunta, aunque siempre trata de tener el vehículo en buenas condiciones. “El club para mí es un lugar de encuentro, todavía no he hecho ninguna actividad porque hace poco que entré, un mes aproximadamente”, concluye.

Los más jóvenes
Junto con Matías Martirena (19), Lukas Alcaín (20) y Pablo San Martín (26) son los miembros más jóvenes del Club Land Rover Uruguay. Lukas tiene una Discovery 2 y Pablo una Discovery 1 de 1994, con un motor V8 que consume como alcohólico deprimido. “En carretera te da seis kilómetros por litro y en ciudad entre 1 y 2 kilómetros por litro”, dice, dejando patidifuso a este periodista.
Pero sarna con gusto, no pica. “La compré cuando recién había cumplido los 20, fue mi primer vehículo. No lo uso mucho, por lo que no me cambia tanto el tema del consumo, lo manejo en salidas o de forma recreativa nomás”, destaca Pablo, quien es historiador y por esa afición llegó a los Land Rover.
“Mi camioneta fue de la Embajada de Japón. Estaba parada cerca de casa y cuando yo tenía 19 años me dije ‘la voy a comprar en algún momento’. Y efectivamente, un día fui y la compré”, recuerda.
Cuando se le pregunta a él y a Lukas cuáles son los contras de los Land Rover (después de lanzar como fanáticos varias loas sobre los vehículos), el segundo de ellos primerea la respuesta: “Tienen sus temitas, pero son cosas llevables. El más conocido es la pérdida de aceite, pero por lo menos en la mía no es un problema grave”. Pablo agrega: “En mi caso ese problema no lo tuve porque la restauré casi toda cuando la compré. Te podría decir el tema de la electrónica, pero como cualquier cosa vieja en la que la electrónica te termina generando algún problema”.
Muchos del club coinciden en un mecánico cuando necesitan reparaciones: Marcos Recuero, conocido por los fanáticos de la marca incluso fuera de fronteras. “Básicamente es San Marcos, está canonizado ya”, bromea Pablo.
Lukas dice que su camioneta tiene casi 20 años y unos 300.000 kilómetros, por lo que, por su antigüedad y uso, también es normal que presente algunos inconvenientes. Pero esos problemas también son “parte del asunto”. Una de las excusas que les permiten reunirse, compartir ideas, experiencias y soluciones a los socios del Club Land Rover Uruguay.

Los precios van de los US$ 4 mil a los US$ 150 mil
El costo de los Land Rover en Uruguay, dependiendo de su estado, antigüedad y modelo, varía de los US$ 4.000 a los US$ 150.000. Los primeros clásicos (series 1, 2 y 3) se pueden conseguir pagando entre US$ 4.000 y US$ 8.000, aunque una vez restaurados, pueden valer el doble.
El Defender Clasic vale unos US$ 40.000 y el Defender nuevo (una reinterpretación del histórico) puede costar hasta US$ 150.000.
El Land Rover Serie/Defender apareció por primera vez en 1948 y es un todo terreno 4x4 válido para acceder a las superficies más inaccesibles del planeta. A lo largo de su historia ha sido elección de exploradores y trabajadores, ampliando su público en nuestros días a aventureros y apasionados del off-road en general, por continuar siendo un verdadero todo terreno. Siempre espartano en terminaciones o acabados en cuanto a interiores se refiere, pero práctico en resultados, el Land Rover Defender se consolidó en la década de 1950 entre otros muchos usos como vehículo militar.
Pero con los años, la marca británica -que entre otras inspiró a la uruguaya Indio- tuvo muchos cambios.
En 1967 pasó a formar parte de Leyland (la de los ómnibus), que más tarde se convertiría en British Leyland. Y así nacieron los Rover Triumph. En 1970, se introduce al mercado el Range Rover. Y en 1975, British Leyland colapsa y es nacionalizada. Durante el proceso, se recomienda que Land Rover se separe de Rover y sean tratadas como compañías diferentes pero contenidas dentro de British Leyland. Muchos de los viejos Land Rover que circulan en Uruguay pertenecieron a la Marina y al Ejército y fueron comprados luego por particulares en remates.
Viajes y camaradería

Los socios del Club Land Rover Uruguay han hecho viajes por distintos puntos del Uruguay y también más allá de fronteras. En 2019 la comisión de eventos se encargó de organizar una salida fuera del país con el objetivo de cumplir con la propuesta realizada por varios de los socios del club respecto de unir, a través de la playa, las ciudades de Hermenegildo y Cassino, del estado brasileño de Rio Grande do Sul.
Entre las salidas locales destacan un mitin en la estancia El Calabrés de Colonia y un encuentro internacional en Las Cañas (2017). También una travesía por las serranías del departamento de Treinta y Tres. En estas salidas prevalecen la camaradería, los asados y la pesca. Y como no podría ser de otra manera, las charlas interminables sobre la marca Land Rover, presente en el mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial.