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Jordania: un viaje entre rocas, desierto y mar

La Ruta Jordana, que cruza el país, descubre los atardeceres de la ciudad de Amán, la historia de Egeria, la autenticidad de Salt, la icónica Petra y sorpresas marinas (no solo las del mar Muerto).

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Jordania
La ruta jordana

En Jordania se pueden seguir los pasos de Egeria, la primera escritora hispana de la historia, por los santos lugares; perderse en la evocativa Salt, ciudad patrimonio mundial de la Unesco; y caminar por el Petra Back Trail para disfrutar del famoso yacimiento con nuevos ojos. Motivos para ir hay de sobra.

La primera y obvia parada de cualquier viaje es la capital. Son las 17.30 en Amán, el instante preciso en que todo encaja. El sol comienza su descenso y sus rayos, cada vez más oblicuos, lo tiñen todo de un tono rosáceo. Desde lo alto de la ciudadela se observa la ciudad a sus pies y, a esa hora exacta y con esa luz, el modesto cemento de los miles de casas levantadas en las colinas se mimetiza con las piedras nobles de esta zona histórica, en una armonía cromática separada por siglos. Las columnas del templo romano de Hércules dibujan una silueta perfecta y, junto a ellas, sombras humanas con el brazo levantado, semejantes a las estatuas de los emperadores, salvo por el móvil en modo selfie en la mano. Toda la magia de Amán se puede absorber desde aquí.

La vista se va hacia su espectacular teatro romano con capacidad para 6.000 almas, con la plaza Hachemita a sus pies. Otro punto de fuga para la mirada es el moderno mural de 30 metros de altura de un hombre acarreando un capitel en la cabeza, obra de los artistas Jofre Oliveras y Dalal Mitwally.

La impresionante Umm Qais

Un viaje en coche de dos horas desde Amán hasta Umm Qais lleva hasta el principio de la Ruta Jordana. Aquí comienza un impresionante recorrido a pie de 650 kilómetros -también se puede aligerar realizando tramos en automóvil- que cruza el país de norte a sur atravesando aldeas y asomándose a los acantilados en el valle del Rift, las ruinas de Petra y el desierto rojo de Wadi Rum, hasta llegar a las aguas turquesa del mar Rojo. Antes de hincarle el diente a algunos tramos de este recorrido, la atención se detiene en las ruinas de Umm Qais y la antigua ciudad de Gadara, enclave fundamental en las rutas comerciales en el siglo II.

La impresionante avenida principal cubierta con losas de basalto y flanqueada por columnas es testimonio de la opulencia de una ciudad creada para impresionar. Bajo tierra, un acueducto subterráneo de 170 kilómetros de longitud, considerado el mayor logro de ingeniería hidráulica de la Antigüedad. El encanto de este sitio no solo está en su pasado. Situado en un promontorio privilegiado, la vista se extiende incluso más allá de las fronteras de la propia Jordania, alcanzando los Altos del Golán y el mar de Galilea en Israel. Bíblicas también, pero más de carne y hueso, fueron las andaduras de Egeria, una de las mujeres españolas más fascinantes y más olvidadas de la Antigüedad. Egeria recorrió los lugares santos en el siglo IV, convirtiéndose a través de sus cartas en la primera escritora hispana conocida.

Fuera de la ruta de lugares santos de Egeria, pero en el pódium de los históricos de Jordania, está Jerash, la capital imperial de la Jordania romana, situada solo a 50 kilómetros de Amán. Son las ocho de la mañana y al puñado de personas que aguardamos a que abran las puertas nos espera una recompensa en forma de luz mágica y silencio, atravesando solos el arco de Adriano, imaginando las carreras de cuadrigas en el hipódromo y caminando por el Cardo Maximus, la imponente avenida principal flanqueada de columnas que conectaba las puertas norte y sur de la ciudad. En los enormes adoquines de piedra aún son visibles las huellas de los carros que transitaron este mismo camino hace más de dos milenios. Catedrales, fuentes monumentales, templos, plazas y dos impresionantes teatros hacen de Jerash la ciudad romana en mejor estado de conservación del mundo fuera de Italia.

Continuamos rumbo al sur hasta la ciudad de Salt, declarada patrimonio mundial por la Unesco en julio de 2021. En las callejuelas del antiguo zoco, pequeñas tiendas de puerta de madera flanquean la calle protegida del sol con lonetas. Calle arriba, las construcciones se enciman unas sobre otras y en algunas de ellas restauradas abren hoy coquetos cafés y tiendas de artesanía. En cada esquina surgen las casas de piedra amarilla con ventanales con arcos, que reflejan la prosperidad de un emplazamiento de comerciantes durante el imperio otomano. Mezquitas, iglesias ortodoxas y católicas conviven en esta ciudad entregada a la tolerancia religiosa.

Dos mosaicos

Con la religión como brújula, continuamos hasta uno de los sitios santos descritos por Egeria: el monte Nebo, que desde sus 700 metros de elevación sobre el río Jordán es el mirador donde Moisés vio la tierra prometida antes de morir. El día claro permite observar las formas de las montañas de Judea y Samaria, el monte de los Olivos, el mar Muerto, Belén y el valle de Jericó. El valor de este punto se mide también en sus restos arqueológicos, entre los que destaca el mosaico del Diaconicón-Baptisterio, con sus escenas de caza y pastoreo.

Cerca de aquí, en Madaba, es otro mosaico el que también se lleva todos los focos. Parcialmente conservado sobre el suelo de la iglesia ortodoxa de San Jorge está el mapa de las cruzadas del siglo VI, que constituye la representación cartográfica de Tierra Santa más antigua de la historia.

Petra como nunca antes

Hay pocas cosas más reconfortantes que ver lo que todo el mundo ha visto con ojos diferentes. Todos podemos dibujar mentalmente los contornos del famoso conjunto arqueológico de Petra, y, sin embargo, aún es posible experimentarla desde un espacio distinto. Son las seis de la mañana y el sol del amanecer resalta el color anaranjado de las fachadas excavadas en la roca arenisca en los cañones de Little Petra. En este misterioso lugar que, como su nombre indica, es la versión en pequeño de su hermana mayor, comenzamos el Petra Back Trail, un trekking de 12,6 kilómetros que a lo largo de unas cuatro horas cruza un poblado neolítico, asciende sobre dunas, cruza estrechos senderos entre cañones y atraviesa el desierto hasta llegar a Petra.

La ruta aumenta la pendiente hasta llegar al punto más alto en la cumbre de Umm Saisaban, a 1.100 metros. Desde aquí se inicia una bajada entre riscos y tramos de escaleras esculpidas en la roca en la que nos cruzamos con un pastor guiando sus cabras a lomos de una mula sorteando desniveles casi imposibles para un equino. Al fondo, despuntando entre las rocas, aparecen unas estructuras demasiado perfectas para haber sido moldeadas por el viento. Bordeamos la montaña y aparece la majestuosa fachada del monasterio, misteriosa y solitaria, en una visión que unida al cansancio de la travesía adquiere una dimensión casi mágica. Desde aquí, cinco kilómetros más de escarpado camino donde irán surgiendo el resto de los otros grandes monumentos nabateos que componen el vasto conjunto arqueológico de Petra. Al final, la famosa fachada del Tesoro de Petra, imponente y espectacular, es el premio tras una caminata que te deja la agradable sensación de habértelo ganado.

A unos 113 kilómetros rumbo al sur espera Wadi Rum, el más cinematográfico de los desiertos. Filmes recientes como Dune o clásicos como Lawrence de Arabia se han rendido a un paisaje épico. Las paredes de Jebel Khazali están cubiertas con inscripciones talmúdicas, nabateas e islámicas y representaciones de seres humanos y animales. No lejos de allí, una espectacular duna roja de más de 100 metros de altura dibuja una silueta perfecta de triángulo escaleno.

La meta es el mar

Este viaje atravesando Jordania de norte a sur llega a su fin en Áqaba, una bulliciosa ciudad que se abraza a sus 26 kilómetros de costa, que son el único balcón del país al mar Rojo. Sus aguas repletas de arrecifes de coral y vida marina la convierten en unos de los mejores destinos de buceo.

Otros premios esperan a tan solo una hora en barco de la costa. En el fondo marino, a 25 metros de profundidad, descansa la imponente carcasa de un Airbus A330. Las diminutas siluetas de los buceadores proporcionan la escala frente a las gigantescas dimensiones de la aeronave. El avión, hundido a propósito para crear un arrecife artificial y como reclamo para los amantes del buceo, es tan solo uno de los espectaculares encuentros submarinos que incluyen tanques, un helicóptero y un barco de guerra. En el país que lo tiene todo, las sorpresas aparecen hasta en el fondo del mar.

Rafael Estefanía * El País de Madrid.

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