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Humberstone, el pueblo fantasma del desierto chileno

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Humberstone

VIAJES

Cuando el negocio del salitre declinó, los habitantes emigraron y el lugar quedó desolado.

En pleno desierto de Atacama subsiste Humberstone, un pueblo desolado que hasta antes de la pandemia visitaban anualmente más de 120 mil “turistas valientes”, como los definen los guías chilenos. Desde principios del siglo XIX, los pobladores que allí se asentaron y sus vecinos de Santa Laura, vivieron con distinta suerte el apogeo de la actividad salitrera. Pero todos emigraron hacia 1960 cuando declinó la actividad, aunque se dice que han quedado espíritus deambulando por allí. Lo cierto es que conserva importantes sitios, edificios y maquinarias que testimonian cómo el “oro blanco” impactó en sus vidas.

La historia forjada en la inhóspita pampa atacameña tuvo episodios sangrientos y abrevaron el imaginario popular, dando cuenta de la presencia de fantasmas y de otros extraños fenómenos inexplicables en lugares que hoy recorren los turistas. Los más difundidos se refieren a un supuesto espíritu que fue visto vestido de blanco caminando por la cámara frigorífica de la pulpería; el de una mujer saliendo de la iglesia y el de otra que anda recorriendo la antigua estación de trenes. Diversos testimonios de visitantes que alcanzaron repercusión, aluden a sonidos y voces provenientes del viejo e imponente teatro.

Al mito local se suman como atractivo los hechos reales que tuvieron lugar en este pueblo, ubicado 47 kilómetros al este de la ciudad de Iquique, en el norte de Chile, que junto a Santa Laura fueron declarados Monumento nacional y Patrimonio de la Humanidad, por la Unesco en el 2005.

Ambas salitreras son consideradas, además, por ese organismo, parte de la Lista de Patrimonio en Peligro, una herramienta que procura facilitar la conservación y asistencia internacional “para sitios amenazados en forma potencial o comprobada, por causas naturales o humanas”. 

Una actividad clave

En su época de esplendor Humberstone contaba con 3.700 habitantes y Santa Laura aportaba algo más de 500. Algunos provenían de ciudades del sur de Chile y muchos otros de países vecinos, especialmente de Bolivia y Perú. Formaron una gran comunidad que compartía casas y campamentos en la llamada Región de Tarapacá. Allí ejecutaban un trabajo clave para el desarrollo económico del país: la producción y exportación de salitre, un material propio del “caliche”, como se denomina a la corteza del desierto, rica en nitrato, que se usaba para producir fertilizantes y también explosivos.

“En los periodos de alta producción, las salitreras llegaron a financiar hasta el 50% del erario nacional”, destacan desde el Servicio Nacional de Turismo (Sernatur). Una historia promisoria que arrancó por el 1800, cuando las principales oficinas dedicadas a esta actividad eran La Palma y Santa Laura. Se estima que la región alcanzó a tener 118 oficinas y más de 46 mil trabajadores en aquellas épocas.

A principios del siglo XX el negocio se fue derrumbando, en parte por el contexto mundial, con la Gran Depresión financiera en 1929; y porque Alemania, que era el principal cliente del exterior, comenzó a desarrollar una producción sintética de fertilizantes. En un intento arriesgado e incierto para fortalecer el negocio, esas dos oficinas del desierto chileno fueron adquiridas y modernizadas por la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta, en 1934.

En ese entonces La Palma fue rebautizada Santiago Humberstone, nombre del ingeniero químico inglés que se instaló en la región y bregó porque el salitre natural se mantuviera competitivo en los mercados internacionales.

Si bien lograron buenos resultados durante algo más de una década, la actividad fue mermando, sin alcanzar para satisfacer las expectativas de propietarios y trabajadores, hasta que sobrevino el abandono de ambas oficinas: Humberstone en 1960 y Santa Laura en 1961. 

Unidos por el espejismo

No todos gozaban de comodidades en el hostil desierto de la pampa atacameña. Las clases sociales estaban delimitadas entre jefaturas, empleados y obreros. Por ejemplo, cuentan que en Humberstone se tenía en cuenta si un empleado era profesional o un obrero sin especialidad, si era casado o soltero, para determinar qué tipo de vivienda le asignaban. Publicaciones de la época dan cuenta de que los encargados de las salitreras eran administradores y que los dueños, en su mayoría extranjeros, no se establecían en esos lugares.

Aún cuando los trabajadores excavaban el salitre todo el día bajo el sol, se ocupaban de su trituración y de hervirlo en las calderas, con graves consecuencias para su salud (como enfermedades pulmonares causadas por los vapores emanados en los distintos procesos), vivían con sus familias en asentamientos precarios. Entre ellos “siempre existió una gran cohesión social, sin importar el lugar de donde provenían, pues llegaban atraídos por el espejismo de ser parte de la riqueza que producía el oro blanco y convencidos de que no podían volver a sus tierras sin recursos”, reseñan desde el Sernatur.

En un primer periodo “se produjeron graves conflictos sociales derivados de las condiciones laborales, sanitarias, y del aumento del costo de vida que llevó a huelgas que causaron la muerte de miles de trabajadores”, relatan. “Los obreros se fueron mancomunando y aparecieron los primeros partidos políticos que eran reprimidos violentamente”, a pesar de lo cual continuaron organizando huelgas “que abarcaron a casi todas las salitreras existentes. Nada conseguían, hasta que en la década de los años 25 -aseguran- se legisló en torno a las peticiones obreras, mejorando sus condiciones laborales, educativas y sanitarias”.

De hecho, refiriéndose a esas reivindicaciones, la Unesco destaca en su sitio de Internet “los vínculos solidarios entre sus miembros y su lucha precursora por la justicia social, que dejaría una honda huella en la historia de los movimientos sociales”. 

Humberstone 2
Un lugar abandonado, ideal para rodajes.

Museo al aire libre

Después del deterioro que produjeron los fuertes vientos de la pampa atacameña, además de los desguaces y saqueos que sufrieron durante años, Humberstone y Santa Laura, entre otras salitreras, fueron adjudicadas a la Corporación Museo del Salitre, creada por ex pobladores y descendientes. Junto a las iniciativas privadas, el Sernatur y otras instituciones públicas se hicieron cargo de la restauración e iniciaron su apertura al turismo. “El incremento de las visitantes fue notorio y actualmente supera los 120.000 por año, de los cuales un 12% son extranjeros”, señalan desde el organismo turístico.

El mantenimiento permitió que hoy se pueda revivir aquel pasado de fortuna e infortunios. En Humberstone se puede recorrer el que fuera su centro social y comercial, alrededor de la plaza principal, donde sobresalen llamativas construcciones con madera de oregón. Entre ellas se destaca la pulpería, que era una especie de mercado, adonde los trabajadores estaban obligados a comprar alimentos y vestimentas con las fichas que a cada uno le daba su compañía. En el interior hay una veintena de esculturas en tamaño real, realizadas por el escultor arequipeño Fredy Luque Sonco, que recrean las actividades de los empleados que allí trabajaban, como panaderos y carniceros.

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