En una casa de la calle Pedernal, una llama mantiene viva una tradición milenaria. Es el fogolâr -fogón friulano-, donde Bernardo Zannier, presidente de la Famèe Furlane di Montevideo, prepara las recetas heredadas de su padre, inmigrante de la región del Friul (en italiano Friuli). Allí se cocina la polenta de las fiestas, se reencuentran los sabores del norte adriático y se transmiten, en lengua antigua, historias de un pueblo del noreste de Italia marcado por la frontera y el desarraigo.
La Familia Friulana está celebrando 80 años de presencia en Uruguay, aunque su historia en el país comenzó mucho antes. Zannier lo resume a Domingo: “Hay tres corrientes migratorias: una sobre fines del 1800, otra entre guerras -Primera y Segunda- y otra en la posguerra. Todas van acompañadas por lo mismo: temas políticos, hambre, falta de oportunidad de trabajo y muchas veces el miedo a un nuevo conflicto bélico”.
Para entender a los friulanos, hay que mirar su territorio: una franja donde chocan mundos e imperios. “El Friul fue una tierra de ocupación permanente de potencias, porque es la triple frontera étnica, cultural, religiosa, política, donde confluían los mundos oriental, occidental, balcánico, latino y germánico”, explica Zannier.
Los Alpes como muralla romana, las invasiones bárbaras, los longobardos, el Imperio austrohúngaro, las disputas entre Italia y Yugoslavia, la ocupación nazi: cada siglo dejó huellas y desplazamientos. “La Segunda Guerra Mundial para Italia empezó en el Friul y terminó en el Friul”, destaca.
Entre montañas, llanuras, playas y lagunas, los friulanos desarrollaron una lengua propia -el friulano- “varios cientos de años anterior al italiano”, y un carácter austero: “Es un pueblo honesto y trabajador... y callado la boca”, dice Zannier con orgullo.
Llegar a “hacer la América”
A fines del siglo XIX arribaron los primeros friulanos a Montevideo. Según Zannier, las travesías tenían patrones comunes: “Primero emigraba el padre de familia; cuando conseguía un buen trabajo mandaba a traer al resto. En algunos casos no se completaba y quedaba el emigrante solo formando una nueva familia en Sudamérica”.
Con el avance de la Segunda Guerra Mundial, un grupo numeroso decidió organizarse. En 1944 nació la Famèe Furlane di Montevideo, con el objetivo de recibir y acompañar a quienes escapaban de la devastación europea. “La intención fue apoyar y asistir a los nuevos emigrantes, mantener la unidad y el amor por la tierra natal”, explica Zannier. Y agrega: “Hoy tenemos 80 familias activas en la sociedad, pero entendemos que son más de 200”.
El mapa de su presencia se extiende más allá de Montevideo. “Hay en Paysandú, Colonia, San José, Canelones, Maldonado… Cuando hacemos actividades importantes, algunos de ellos acuden”, anota.
En un país con numerosas asociaciones italianas, la friulana destaca por mantener una intensa vida cultural: encuentros, clases de lengua, celebraciones regionales y, sobre todo, mesas compartidas en torno al fogolâr. La casa de Zannier conserva ese tesoro: “Aquí está el único fogolar que existe en Montevideo”, afirma mientras observa ese “imán” para las bacanales friulanas. Alrededor del fuego se hacen fiestas tradicionales como la sagra della polenta.
Historias que continúan
El padre de Zannier fue partisano y, tras la guerra, “vino a radicarse a Montevideo, donde parte de la familia ya había emigrado”.
Como ocurre en muchas comunidades, los matrimonios dentro del grupo fortalecieron redes y costumbres. Aunque el paso del tiempo y los cambios generacionales desafían la continuidad de las tradiciones.
Diana Baritussio, integrante de la colectividad, reconoce que, “como en todas las culturas migrantes, las nuevas generaciones muestran menos interés”. Sin embargo, advierte que el grupo ha sabido reinventarse: “Tratamos de inculcar las tradiciones por medio de la comida y de actividades artísticas, haciendo que los jóvenes participen”, explica a Domingo.
El desafío, dice Baritusso, no está solo en conservar la memoria, sino en preparar el terreno para que las nuevas generaciones encuentren en ella un espacio de identidad. “Nuestra responsabilidad es tener el campo preparado para que, cuando el joven sienta el llamado de sus orígenes, encuentre un terreno fértil donde ese sentimiento crezca y se afiance”, dice.
Programas de intercambio cultural y educativo impulsados por el Ente Friuli nel Mondo, organismo regional que apoya a las comunidades de emigrantes, han sido clave en este proceso. Jóvenes uruguayos de entre 15 y 20 años viajan a Friul para convivir con familias locales, aprender la lengua y conocer las costumbres de sus antepasados.
Ivana Goffi, también integrante de la Famèe Furlane de Montevideo, coincide en que una de las mayores preocupaciones del grupo es transmitir el legado. “Tratamos de inculcar las tradiciones por medio de la comida, de las actividades artísticas, y así atraer a los jóvenes. No siempre es fácil, pero cuando se despierta el amor por los orígenes, tiene que haber un terreno fértil para que ese sentimiento crezca”, afirma.
Además, el vínculo se fortalece con visitas de artistas italianos a Uruguay. En los últimos años, la colectividad ha recibido a la concertista Flavia Brunetto, a un grupo de teatro independiente que presentó una obra basada en cartas de emigrantes, y al cineasta Massimo Garlatti Costa, quien ofreció conferencias y talleres.
Mosaico que une dos mundos
El 80º aniversario llegó acompañado de un proyecto artístico y urbano que promete dejar huella. La Intendencia de Montevideo autorizó la colocación de un mosaico (estilo Torres García) sobre la hermandad uruguaya-friulana en la plazoleta que se encuentra en Luis Alberto de Herrera, Ramón Anador y Julio César. “Son dos grandes mapas: uno de Uruguay y otro del Friul. En el de Uruguay se colocan íconos del Friul; en el del Friul, íconos del Uruguay”, explica Zannier.
El trabajo fue realizado por estudiantes de la prestigiosa Escuela de Mosaico de Spilimbergo, en Friul, con participación de jóvenes uruguayos de la asociación. La inauguración está prevista para el 23 de enero.
El escritor italiano Ippolito Nievo definió al Friul como “un pequeño compendio de todo el universo”. Su gente, con un millón de habitantes en la región y más de dos millones en la diáspora, es prueba viviente de esa mezcla de resistencia y adaptabilidad.
En Uruguay, donde las comunidades migrantes suelen diluirse con el paso de las generaciones, la familia friulana sigue encendida como el fogolâr de Zannier.