Entró al teatro buscando novia, escribió la comedia éxito de los '90 y hoy actúa en países impensados

Franklin Rodríguez quiso ser futbolista, pero se enamoró del teatro y terminó escribiendo "Debajo de las polleras", obra que lo marcó. Hoy tiene su espacio cultural y viaja con sus monólogos por el mundo.

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Franklin Rodríguez.
Foto: Estefanía Leal.

Llega con las manos manchadas de rojo. “Vengo de pintar la escalera del teatro”, dice y agrega: “Me pasé el verano pintando paredes, rasqueteando, limpiando, arreglando… Si no lo hacés, no tenés teatro”. Para Franklin Rodríguez (62 años) esa es su maldición. “A mí no me pasa nada, nadie me ayuda. Me lo autogenero todo porque muchas veces cuando pido ayuda no está”, acota con una sonrisa que deja en claro que está usando el humor para decir verdades. Eso le ha costado caro, pero él no se baja de ser cómo es.

Según el actor, dramaturgo y director, en Uruguay tenés dos posibilidades: o hacés las cosas por las tuyas o esperás que venga alguien a hacerlas y, si no aparece, no se hacen. “Son válidas las dos, pero yo prefiero la acción porque me genera mucha más adrenalina. Me gusta decir que no le pedí a nadie un favor, pero también soy agradecido con la gente que me da una mano”, aclara.

Entonces hace gala de su faceta de hurgador. “Soy un bichicome con buena intención”, alega cuando cuenta que busca en la basura elementos que le pueden servir para sus obras o, viceversa, a partir de lo que encuentra crea una historia. Le pasó con una puerta que acababan de tirar de un edificio y que fue no solo el puntapié inicial para Franklin ha salido del grupo, sino que luego colocó en un baño del teatro.

Para la reposición de La gotera, la obra que viene agotando funciones en El Sitio Cultural —su espacio teatral—, se hizo de unos caños que descubrió en unos contenedores. Aunque, en realidad, de lo que más se enorgullece es de haber encontrado a la actriz que lo acompaña entre los alumnos de su escuela. “Hace años que egresó y cuando la llamé no lo podía creer, me decía que le daba vergüenza actuar conmigo cuando era a mí que me daba vergüenza hacerlo con ella. ‘Ojalá esté a tu altura’, le dije”, señala sobre María José Andreoli, quien trabaja en dos hospitales y a la que Franklin decidió abrirle la puerta “porque es muy buena comediante”, asegura.

Hizo lo mismo con el periodista Federico Paz, al que le dio el empujón para estar en Que envejezcan los otros, su próxima obra. “Hace de un comentarista deportivo”, apunta. Para Franklin eso es abrir la cancha y se siente muy contento cuando lo hace. “Es parte de lo que a mí no me pasó cuando egresé de la EMAD (Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático), tuve que pagar derecho de piso muchos años. Incluso tenés 40 o 50 años y seguís pagando”, se lamenta y menciona como ejemplo lo que le sucede en los pocos castings de cine a los que va. “¡Hace 42 años que hago esto y me preguntan a qué me dedico!”, exclama.

Y pensar que fue el creador de uno de los grandes éxitos teatrales de los años 90, Debajo de las polleras. La obra estuvo nueve años en el Teatro del Centro —“945 funciones, una locura”—, ocho meses en El Galpón y dos años en Espacio Teatro, además de las muchas veces que se representó en Argentina de donde se la siguen pidiendo.

“Estuvo buenísimo, pero también tuvo sus costos porque me puso la idea de que solo hago eso. Y yo tengo más de 80 obras escritas”, comenta y enseguida recuerda la forma despectiva como fue definida esta comedia por un crítico teatral: “Franklin Rodríguez es la cumbia del teatro”, escribió. “Más allá de lo terrible y agresiva que fue la crítica, a mí me pareció lindo al punto que ese es el título que le voy a poner a mi autobiografía, que escribiré cuando esté grande: La cumbia del teatro”, lanza.

De biografías sabe solo la que escribió bajo el título El comediante: Biografía imposible de Ricardo Espalter. Explica que la hizo para que no se perdiera todo lo hecho por el cómico uruguayo, algo que pasa habitualmente en Uruguay porque no hay archivos.

También ha escrito novelas, pero lo suyo es el teatro si bien empezó escribiendo por necesidad. Con sus compañeros de la EMAD había creado el grupo Teatro sin cueva, con el que actuaban en la explanada de Tristán Narvaja llamando al público con un cencerro, y en un momento comenzaron a necesitar obras. Entonces se lanzó a crearlas, pero no les dijo porque sabía que, característica muy uruguaya, no iban a aceptarlas si sabían que él era el autor. Fue así que se transformó en Quiñones de Benavente, nombre que eligió buscando e investigando en la Biblioteca Nacional.

Con la dirección pasó algo parecido, no encontraba quien dirigiera sus historias o los grandes directores ya no estaban, y terminó por asumir ese rol. “No queda mucho en la vuelta y prefiero hacerlo yo”, sostiene.

El tiempo le ha dado la razón y un presente de mucho trabajo. Además de La gotera, el 8 de marzo repondrá Nuestras mujeres en el Movie, obra en que comparte elenco con César Troncoso y Diego Delgrossi con dirección de Mario Morgan. Serán 10 funciones intentando repetir el éxito logrado en 2018 en el Teatro del Notariado.

Lo suyo también trasciende fronteras. Desde 2007 sale de gira por el mundo con sus monólogos. Ha recalado en Israel, Nápoles, Estocolmo, Frankfurt, Francia, España… y más recientemente en El Cairo, toda una experiencia de la que recuerda a las alumnas todas tapadas preguntando “¿qué es Uruguay?, ¿un califato?” Él les contestaba en broma que era un “colifato” y a los hombres, para que ubicaran nuestro país, tenía que hablarles del futbolista Darwin Núñez, el compañero del egipcio Mohamed Salah en el Liverpool de Inglaterra.

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Franklin Rodríguez.
Foto: Estefanía Leal.

Actor a pesar de todo

Franklin entró al mundo del teatro buscando novia. Iba al colegio Maturana y no había mujeres, y en los bailes del club Rampla Juniors lo rechazaban por ser muy flaco, narigón y, según dice, con el perfume equivocado. Pero en la EMAD no le fue mejor porque era el más chico de su generación y por eso no lo invitaban a las fiestas. El único amor que encontró fue por las tablas y fue para toda la vida.

No fue fácil; su padre no quería que fuera actor. Quien sí le dio su apoyo por ese entonces fue un tío muy particular. “Era un tipo educadísimo, religioso católico a muerte, de la izquierda del 26 de Marzo y… proxeneta. Un combo indigerible, pero para el que te daba sus razones”, recuerda de quien le acercó autores como Dostoievski, Tolstoi o Dickens. “Todavía vive, se jubiló, tiene 82 años, pero no está en Uruguay. A veces nos escribimos”, acota sobre a quien nunca juzgó por más que no compartía lo que hacía.

Su padre lo fue a ver una sola vez al teatro y lo único que le dijo fue “¡qué nombre te puse!” Lo entendió, quizás para él era más fácil aceptar que Franklin hubiera sido futbolista, cosa que intentó con poca suerte en filas de Progreso. “Me decían ‘El Hormiga’ porque corría rapidísimo, como con muchas patitas. No era bueno jugando, pero sí era bueno cortando, pegando codazos, era tramposo, sucio… muy feo. Pero era la época en que te decían ‘el puntero es muy bueno, partilo’. El que me arruinó la carrera fue Coquito Rodríguez, puntero de Peñarol, porque nunca lo pude agarrar”, rememora.

Esa faceta de trancar fuerte nunca la perdió y le trajo problemas ya como actor conocido con el Teatro El Galpón por criticar el sistema de Socio Espectacular y, más acá en el tiempo, por hablar en contra de algunas actitudes del Frente Amplio, si bien es un hombre de izquierda. Dice que por eso cree que hace poco lo desinvitaron de un programa de TV Ciudad. Entonces lamenta esa grieta que ha ido apareciendo en los últimos años y que se esté juzgando más a las personas fuera de un contexto. “Con esa cabeza no puedo leer más a Arthur Rimbaud porque traficaba esclavos. Por suerte la cancelación ha ido desapareciendo; Johnny Depp hizo mucho por nosotros”, apunta con su habitual humor.

Franklin tiene tres hijas, dos de ellas viviendo en España, y dos nietos de 8 (León) y 5 años (Bruna). Se podría decir que El Sitio Cultural es su cuarto hijo, que mantiene con mucho esfuerzo, trabajando codo con codo con su socia Soledad Viera, que se ocupa de toda la parte administrativa y de organización. “En la escuela hay gente con mucho talento y hay otra que no lo tiene o tiene más o menos, pero es un lugar donde lo pasa muy bien”, destaca satisfecho.

Hizo TV (estuvo en Plop, en el magazine Más cerca del que se retiró al aire porque no se sintió cómodo con el rol que le estaban asignando y condujo un programa nocturno en Canal 5); también radio (Sarandí, El Espectador) y le encantó. Todo le sirvió para confirmar que es un hombre de teatro, fundamentalmente actor.

“El teatro está agonizando siempre, pero han pasado la TV color, el VHS, el DVD, el streaming… y la gente sigue yendo porque es el único lugar del mundo donde el actor se muere y sale al final manchado de sangre a saludar. ¡Si será artesanal y maravilloso que la gente llora y se emociona con una mentira! Y a mí me encanta ser parte de esa mentira organizada y divertida”, afirma sin olvidar los sacrificios: “Tiene costos, obviamente. Emocionales, de cansancio… pero soy de los tipos que no se pueden quejar porque vivo de lo que hago. ¿Es más dificultoso? Y, sí, es como salir con Angelina Jolie: te va a salir más caro, ¡pero estás con Angelia Jolie!”, concluye entre risas.

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