Miguel Bardesio
Regreso de beatas uruguayas
Dos meses antes había estallado la Guerra Civil Española, el conflicto interno más sangriento del siglo XX que dejó entre 500.000 y un millón de víctimas civiles. Era la noche del 19 de setiembre de 1936 y las hermanas uruguayas Dolores y Consuelo Aguiar Mella estaban secuestradas en una casa de Madrid. En un momento y por razones que en parte se tragó la historia, sus captores las obligaron a arrodillarse. Apoyaron un revólver en sus nucas y les volaron la cabeza.
El 11 de marzo de 2001, el papa Juan Pablo II las declaró beatas (paso previo a la santificación), junto a otros 230 religiosos también asesinados en la España de aquellos años. Fueron considerados "mártires", es decir, muertos por su fe, por lo cual no se necesitó comprobar un milagro para la beatificación.
En total, se calcula que fueron 7.000 las víctimas religiosas asesinadas por el bando republicano, integrado por el gobierno y los grupos de izquierda que fueron vencidos en 1939 por los nacionalistas, liderados por Francisco Franco.
Las hermanas uruguayas eran laicas católicas y protegían a las monjas escolapias (Escuelas Pías), a cuyo colegio habían asistido en Madrid. Una de ellas, Dolores, no fue monja porque un problema de salud le impidió iniciar el noviciado, pero hizo votos de castidad y llevaba siempre crucifijo, toda una provocación para los republicanos.
El domingo pasado, los restos de las dos beatas, las primeras y únicas de Uruguay, fueron recibidos en la Catedral de Montevideo. El arzobispo Nicolás Cotugno presidió la concurrida ceremonia y dijo que las "las reliquias" regresaron a Uruguay para que sean "objeto de veneración", o sea, de culto y pedido.
Para que se conviertan en las primeras santas uruguayas, hace falta que las hermanas faciliten un milagro, que El Vaticano lo investigue y confirme. Y ya hay uno esperando su ratificación. Clara Inés, una monja de clausura del Monasterio Santa Clara, de San José de Carrasco, se curó en 1999 de un cáncer de páncreas invocando a las hermanas, según dijo. Incluso, uno de sus médicos, Fernando Drocco, aseguró que la rehabilitación fue "milagrosa". La documentación del caso ya fue enviada a Roma.
REPATRIADAS. Dolores Manuela Cirila Aguiar Mella Díaz nació el 29 de marzo de 1897 en una casa de Camino Suárez (hoy Av. Suárez 3062). Un año más tarde, la misma fecha, nació su hermana, Consuelo Trinidad.
El padre, Santiago Aguiar Mella, era un abogado español, asesor y amigo del emprendedor Emilio Reus. Su madre, María Consolación, pertenecía a la acaudalada familia montevideana Díaz Zaballa; su abuelo Pascual era conocido en el Cerro, donde vivía, como el "millonario Pascualón".
Sin embargo, llegó la crisis económica de fines del siglo XIX, que en Uruguay se manifestó en penuria social, cierre de bancos, revoluciones blancas en el interior y la decadencia del gobierno del dictador Máximo Santos. Y la familia (padre, madre y seis hijos) marchó a España en 1899: Dolores tenía dos años y Consuelo, uno.
El 18 de julio de 1936 (pronto se cumplirán 70 años), el Ejército español se sublevó contra el gobierno republicano que había provocado la salida del rey Alfonso XII, en 1931. Los republicanos, al quedarse sin militares, resolvieron dar armas al pueblo para resistir. Surgieron así los milicianos: sindicalistas, comunistas, socialistas, anarquistas o simplemente republicanos, todos contrarios a la monarquía y a Franco, apoyado a su vez por Hitler y Mussolini. Los presos también fueron liberados y armados.
La mañana del sábado 19 de setiembre de 1936, Dolores salió a comprar leche. Vivía con ocho monjas escolapias, que se habían refugiado de la persecución republicana en un apartamento a una cuadra de la Puerta del Sol, Madrid. De regreso, fue interceptada por cinco milicianos que se la llevaron, pese a que ella traía brazalete diplomático. Era hermana del vicecónsul uruguayo en Madrid, Teófilo Aguiar Mella.
Las monjas miraban por la ventana y avisaron a Teófilo y a Consuelo. El viceconsul salió a hacer indagaciones y Consuelo fue al apartamento con las religiosas, según cuenta la monja María Luisa Labarta, española y escolapia, patrocinadora en Roma del caso y autora de un libro sobre ellas: Mártires escolapias.
De repente, un miliciano se apareció en el apartamento y dijo que si la madre superiora, María de la Yglesia, lo acompañaba, liberarían a Dolores. La monja aceptó y Consuelo Aguiar Mella fue con ella, pues también tenía brazalete diplomático y confiaba en que con el distintivo nada ocurriría. Y desaparecieron; Yglesia corrió la misma suerte que las hermanas.
Teófilo las buscaba sin éxito. Al otro día, encontraron los cuerpos en la morgue del depósito municipal. Tenían el rostro desfigurado y las reconocieron por los vestidos y el brazalete.
ESCÁNDALO. "Fusilaron en Madrid a distinguidas compatriotas, las Señoritas Aguiar". Así tituló El País su crónica sobre el tema, el 23 de setiembre de 1936. El texto aseguraba que los milicianos que secuestraron a Dolores "disponían de dos automóviles con los emblemas de la Federación Anarquista Internacional". El diario El Mundo de Puerto Rico dijo que los captores vestían "overall y lucían pañuelos rojos atados al cuello". Y señaló que un miliciano le confesó a Teófilo que sus hermanas "fueron llevadas de `paseo`, lo que bajo la situación reinante en Madrid implica que fueron ejecutadas".
Consuelo Fernández, de 74 años y sobrina de las beatas, es la única testigo viviente de aquel episodio. Es hija de Trinidad Aguiar Mella, hermana menor de las asesinadas. Consuelo tenía siete años aquel setiembre de 1936. "Recuerdo que mis padres se encerraron en una habitación y lloraban, mi madre me dijo que rezara por mis tías", contó la mujer, que vive en Montevideo desde 1951.
El asesinato provocó enérgica reacción del gobierno del dictador Gabriel Terra. Fue el primer país que rompió relaciones diplomáticas con la República española; el caso fue presentado en la Liga de Naciones, antecesora de ONU, donde comenzó el aislamiento internacional de los republicanos, apoyados sin embargo por la URSS.
VIVIR EN GUERRA. En primera instancia, el gobierno español especuló con un error de prensa: "Agencia periodística extranjera da noticia relacionada con reciente doloroso suceso de que fueron víctimas las Señoritas Aguiar, confío trátase de un error informativo, pero en todo caso, deseo hacer saber a V.E. el sincero y profundo sentimiento con que el Gobierno de la República ha tenido conocimiento del tristísimo acontecimiento. Se está procediendo a severísima urgente investigación policíaca". El mensaje, con la síntesis característica de los telegramas de entonces, está firmado por el ministro de Estado de España, Giner de los Ríos y dirigido al canciller uruguayo de entonces, José Espalter. El telegrama está en el archivo de la Cancillería uruguaya.
Consuelo Fernández recordó que la noche del 19, mientras buscaban a sus tías, un grupo de milicianos asaltó el Consulado uruguayo en Madrid y robó los ficheros C y D, pero olvidaron la A, de Aguiar; "eran tan brutos", dijo la sobrina.
Un telegrama anterior, del ministro plenipotenciaro uruguayo en Madrid, Daniel Castellanos aseguraba el 10 de agosto de 1936: "Lucha asume indecible odio y ferocidad. Madrid (controlada por republicanos) aparece relativamente normal aunque hay mucha alarma por muertes. Milicias obreras dominan ciudad. Gobierno velará por seguridad cuerpo diplomático pero se teme sea impotente. Impresión lucha será larga".
El 25 de julio de ese año, se reportaba el primer episodio de violencia contra una uruguaya, también religiosa. La mujer, María del Carmen Doussinague, escribió una carta al canciller Espalter en la que aseguraba que fue detenida por "milicias rojas" que la habían "dejado sin ropa personal y sin dinero".
Dos días antes de la muerte de las señoritas Aguiar, fue "tomado" por milicianos el local de la "Asociación Civil del Uruguay": "Milicias rompieron el cartel, arriaron la bandera (uruguaya) y se apoderaron del local", denunciaba un telegrama del encargado de negocios de la Embajada uruguaya en Madrid, Francisco Milans, el 19 de setiembre de 1936.
En octubre, Milans se declaraba "sin recursos" y pedía "urgente" envío de salario de "junio, julio, agosto, setiembre". Desde Montevideo le respondieron que era "imposible girar" fondos a Madrid por la guerra. Finalmente, en noviembre, Milans se rendía: "desearía autorización traslado Portugal con algún cargo oficial", telegrafió.
A principios de 1937, la Embajada Argentina, que se había hecho cargo de los asuntos uruguayos después de la ruptura de relaciones, reportó la detención en Barcelona de otra uruguaya, Amalia Ruiz Gómez, pero esta vez, presa de los nacionalistas. Al parecer, tenía afinidad con las agrupaciones republicanas. La Cancillería uruguaya pidió a los argentinos que intercedieran por ella; en el archivo de Cancillería no aparece ninguna otra referencia sobre la mujer.
Al romper relaciones, el gobierno de Terra pagó el regreso de los uruguayos que quisieran regresar. La familia Aguiar Mella volvió entonces, salvo Trinidad, la madre de Consuelo Fernández. Según un conteo del Consulado, en setiembre de 1936 había en Madrid 74 familias uruguayas.
Después de la muerte de sus tías, la niña Consuelo Fernández vivió frente al Cuartel de la Montaña, bastión de resistencia republicana que fue bombardeado por los nacionalistas. "Estuvimos encerrados dos semanas 15 familias. Faltaba la comida. A los niños, mi padre nos daba agua con anís; nos emborrachaba para que durmiéramos", relató. Por fin, un amigo del padre, capitán republicano, logró sacarlos de ahí.
Uruguay normalizó los vínculos diplomáticos con España luego de la victoria de Franco, el 1o. de abril de 1939.
DEVOTAS. Cuando su madre murió de tuberculosis, en 1907, Dolores y Consuelo Aguiar Mella fueron internadas en el colegio escolapio de Carabanchel, en Madrid, donde se recibieron de maestras. Dolores quiso ser monja, pero una afección renal le impidió "emprender las tareas del noviciado", explica la monja María Luisa Labarta.
Con todo, Dolores hizo votos de castidad y se fue a vivir con las escolapias luego de la muerte de su padre, en 1929. Ingresó como oficinista en el Ministerio de Hacienda en la sección Deudas. Según el libro de Labarta, "un compañero de trabajo le pretendió con mucho empeño, pero ella le hizo saber pronto que no era ese su camino".
Consuelo vivía en Toledo pues consiguió un puesto en Catastro. "Según contaba su hermana Trinidad Aguiar Mella (que murió en 1998), a Consuelo le gustaba arreglarse, ir bien vestida y a la moda, llevar joyas, usar perfumes, asistir a cines, teatro, conciertos, pero observando siempre los preceptos cristianos", según se puede leer en el libro de Labarta.
Consuelo tuvo un primer novio, dentista él, "con el que salía de paseo", pero "el chico no le fue leal y al mismo tiempo que entretenía a Consuelo, tenía relaciones formales con otra muchacha", sigue el libro. Al morir, tenía otra pareja, un joven que había sido fusilado tres días antes, sin que ella lo supiera.
Consuelo Fernández recuerda sobre todo a Dolores, que la preparó para la primera comunión, el 20 de mayo de 1936.
"Un día, salimos con mi tía Dolores y los rojos nos escupieron e insultaron. Y ella les gritaba: `Viva Cristo rey`, `viva Cristo rey`. Cuando volvimos, le conté a mi padre y él me prohibió andar con Dolores. Y a ella le dijo que se sacara el crucifijo, que era una provocación. Pero mi tía se negaba: `Yo nunca voy a renunciar a mi fe`, le contestó. Ella nunca cedió, se murió con la cruz en el pecho".
Al principio, a Consuelo Fernández no le gustó la pintura que se hizo de sus tías (ver en página 2), porque a Consuelo "le pusieron mucho escote". Sin embargo, le explicaron que la intención de El Vaticano era demostrar que los "laicos también pueden ser santos".
MILAGRO. La monja Clara Inés, del Monasterio Santa Clara, en San José de Carrasco, tiene 75 años. En 1996, se le diagnosticó un insulinoma, raro cáncer en el cuello del páncreas, por lo general incurable. Sufría entonces de picos de hipoglicemia (baja de azúcar); su nivel llegó incluso a 0,14, cuando lo normal es por lo menos 0,60. "Estaba casi muerta, eso no es compatible con la vida", dijo su médico, Fernando Drocco.
Después de enfermar, Clara Inés conoció a Consuelo Fernández, que le contó de sus tías. Entonces, le pidió fotos y las convocó para sanar. El 29 de diciembre de 1999, el cirujano José Pedro Perrier resolvió operarla, pese que no había antecedentes de una intervención así en el país. "Me dijo que era una operación muy difícil, que si acaso salía podía quedar diabética, o algo peor. Yo encomendé todo a las beatas y aquí estoy", contó la monja.
La operación, que se efectuó en el Círculo Católico, resultó un éxito. Clara Inés ni siquiera fue al CTI, si no a cuidados intermedios y luego de unas semanas, volvió al monasterio, con 29 puntos en el vientre.
La monja quedó con un catéter que drenaba el líquido pancreático; una gota en el organismo le produciría una peritonitis. El catéter lo tuvo hasta el 6 de marzo de 2000. "Yo veía que el líquido salía y salía, entonces las emplacé a las beatas. Les pregunté: ¿Hasta cuándo? E inmediatamente, el catéter se cayó. Al otro día, me hicieron una ecografía y no quedaba nada de líquido", relató Clara Inés.
Para Drocco, la curación fue "milagrosa". "Yo creo que hubo alguna intervención extrahumana. Soy creyente, pero si alguien que no es creyente analiza la historia médica de esta señora, tiene que concluir que algo raro pasó en esa recuperación", dijo.
El caso fue ya presentado a El Vaticano, aunque como ocurrió antes de la beatificación de 2001, es probable que no sirva para el proceso de canonización, aunque podría ayudarlo. "Se necesita de un milagro luego de la declaración de beatas", explicó la monja Labarta.
La madre superiora de Clara Inés en el momento de la operación, Teresa, escribió la carta a Roma con todos los detalles. En un fragmento, ella resalta: "El 6 de noviembre (de 1999, 20 días antes de las elecciones en las que triunfó Jorge Batlle) Consuelo (Fernández) visitó la comunidad, contándoles sus recuerdos y mostrándoles fotos. Todo fue encomendado a las beatas: la salud de Clara Inés y de otras dos monjas, enfermas seria y repentinamente, y las elecciones nacionales con inminente peligro de triunfo del Comunismo. Las beatas respondieron favorablemente a todo esto".
Para que sean santas, se necesita que produzcan un milagro; ya habría facilitado una curación
Jacinto Vera y Walter Chango, otros posibles santos
Otros dos uruguayos, monseñor Jacinto Vera (1813-1881) y el laico Walter Chango (1921-1939), son también candidatos a la beatificación o por lo menos su trámite se ha iniciado en El Vaticano.
En el primer caso, la Iglesia uruguaya presentó la documentación en 1935 y Jacinto Vera, primer obispo de Uruguay, fue declarado "siervo de Dios", rango previo a beato y santo.
Sin embargo, aún resta la elaboración de un "trabajo documental histórico, una exposición completa de su vida y obra", según dice en la página Web de la Comisión Pro-canonización de Mons. Jacinto Vera.
El mismo sitio informa que hay noticias de "algunas gracias de curación de enfermos obtenidas después de la invocación a monseñor Vera".
"El caso de Walter Chango fue presentado recientemente en El Vaticano", según informó el sacerdote Raúl Díaz Corbo, postulador de tal caso.
Chango era un joven laico, pero devoto con pasión del cristianismo desde la Basílica de Nuestra Señora del Carmen, comunidad a la que pertenecía. Además era catequista, pese a su corta edad.
Chango murió a los 18 años de una tuberculosis. Al enfermar, su familia se trasladó a una chacra en las afueras de Montevideo. El lugar tenía un jardín con una fuente y rosales. Un día, le pidió a su madre que al morir, le cubriera el cuerpo con esas rosas.
El 18 de noviembre de 1939 falleció y su madre fue a buscar las rosas, pero no había ninguna. Durante el velatorio, sin embargo, el jardín comenzó a tupirse de flores, según el relato del sacerdote Díaz Corbo, realizado en base a testigos.
Los restos de Chango fueron trasladados en 1999 a la Basílica de la Aguada, donde se celebran misas en su nombre cada 18 de mes. Hasta hoy, dice el párroco, florecen rosas sobre sus restos.
"Mi tía nunca renunció a su fe, nunca cedió. Se murió con la cruz en el pecho", dijo la sobrina Consuelo Fernández sobre Dolores
"Consuelo se arreglaba, seguía la moda, llevaba joyas, pero siempre observando los preceptos cristianos", dijo la monja Labarta
Exigen el perdón de la Iglesia
La visita que el fin de semana pasado realizó el papa Benedicto XVI a España, revigorizó la polémica por el papel que jugó la Iglesia durante la Guerra Civil. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), que agrupa a familiares de víctimas del franquismo, envió una carta a los obispos reclamándoles que aprovecharan la visita del sumo pontífice para retirar todas las placas falangistas de "caídos por Dios y por España", que persisten en centenares de iglesias; también les pidió que pidieran perdón por el papel que jugaron en la guerra.
Muchos templos y varias catedrales, entre ellas las de Avila, Burgos, Granada, Cáceres y Santiago, todavía esgrimen placas de piedra instaladas en los años 40 para recordar la victoria: están encabezadas por la frase "Caídos por Dios y por España", seguida de una lista de nombres que abre José Antonio Primo de Rivera, el líder y mártir de la Falange fusilado por los republicanos. Luego suelen listarse los nombres de vecinos de la localidad que murieron en la guerra por el bando nacional.
La Conferencia Episcopal ha esquivado esa reclamación con la idea de que la Iglesia también tiene sus mártires, ya que más de 7.000 religiosos fueron asesinados por los republicanos. La ARMH también reclama que se pida perdón a las miles de familias a las que se les negó que sus familiares fueran enterrados en un cementerio. (en base a El País de Madrid).