"El candombe es nuestro y hay que cuidarlo": el camino de Claudio Martínez y la rueda que cambió la escena local

Tras décadas de tocar en proyectos clave del candombe, Claudio Martínez presentó "Tiempo de andar", su primer disco solista. Ahora, lo vuelve a tocar el 19 de diciembre en Sociedad Urbana. Antes de la fecha, esta charla con Domingo.

Claudio Martinez
El músico y compositor Claudio Martinez.
Foto: Ignacio Sánchez

En el mundo del candombe, donde la memoria late en los parches y la tradición se mezcla con la experimentación, Claudio Martinez encontró su manera de andar. No lo buscó. Llegó casi como un juego, como una especie de destino que lo rodeó desde chico. “La música siempre estuvo ahí acompañándome. Vengo de una familia muy musical”, dice en charla con Domingo. Su primer gran salto ocurrió a los 17 años, cuando entró a la banda de Jorginho Gularte. Era el más joven del grupo, un adolescente aprendiendo sin darse cuenta de que estaba frente a una de las escuelas más decisivas de su vida.

“Descubrí un mundo ahí que no había descubierto aún”, recuerda. Tocaba repique, todavía sin imaginarse como compositor ni como cantante. Pero mientras afinaba el oído en esos ensayos, empezó “a picarle el bichito del canto”. Estudió, se formó y transitó escenarios que lo empujaron hacia nuevos territorios: La Calenda Beat —con quienes ganó el Graffiti a Mejor Disco de Candombe Fusión—, La Candombera, La Caliente, los proyectos de Chole Giannotti y un largo etcétera que fue afinando su estética. Hasta que un día apareció la pregunta inevitable: “¿y tu disco, para cuándo?”.

Su primer álbum solista Tiempo de andar empezó a gestarse en el momento menos pensado, en plena pandemia. No había encuentros fluidos, no había certezas, pero sí había tiempo. “Me gustó la aventura de arrancar ahí”, cuenta. Lanzó el primer adelanto, “De flores y tambores”, y quedó obligado a seguir adelante. Lo que vino después fue un proceso artesanal: intercambios musicales en distintos husos horarios, grabaciones a distancia con sus primos que viven en Bélgica; el bajo de Francisco Fattoruso desde Los Ángeles. “Fue un trabajo de hormiga que llevó casi cinco años”, detalla.

Quiso que cada tema tuviera fidelidad con su género y, para eso, eligió músicos distintos según cada estilo. El disco se pobló de colores: candombe, afrobeat, reggae, timbalada, funk, timba cubana. Todo en diez temas que cuentan su propio recorrido. Lo presentó en el Teatro Solís junto a 18 músicos e invitados de lujo. Ese día lo recorrió una sensación difícil de explicar, dice. “Me generó orgullo, pero también alivio. Saldé una cuenta conmigo mismo”.

Ese material vuelve a sonar el 19 de diciembre en la Sociedad Urbana Villa Dolores, esta vez con una banda de 12 músicos “al servicio del ritmo”, como él lo define.

Un ritual que cambió la escena

Si hay algo que marcó el último año de la vida de Claudio es la explosión de la Rueda de Candombe, que co-lidera junto a Diego Paredes, Darío Terán, Hernán Peyrou, Rolo Fernández, Alejandro Luzardo, y Caleb Amado en la musicalización. La iniciativa, que empezó como un encuentro íntimo, terminó convertida en un fenómeno urbano, cultural y afectivo que cada semana convoca multitudes a la Plaza España. “A nosotros nos tomó muy de sorpresa la recepción”, admite.

Un día, a comienzos de este año, llegó el punto de inflexión. “Estaba en la tarima tocando y en el intervalo me levanté a buscar amigos y estaban a 70 metros, y entre ellos y el escenario era todo lleno de gente”. Con ese éxito vinieron nuevas responsabilidades, pero lo que más lo impresionó no fueron los números, sino las historias que cada frecuentador asiduo de la rueda les hace llegar.

Una tarde, antes de uno de los muchos toques a los que fueron invitados, un hombre se acercó y dijo: “Gracias, me salvaron la vida”. “Este hombre había decidido autoeliminarse días atrás, pero se cruzó con la rueda, se quedó, su ánimo fue cambiando y algo hizo que desistiera de aquella idea”, recuerda Claudio. “No sabíamos qué contestarle cuando nos contó. Ahí me di cuenta que cada persona llega con una historia, pero en la rueda es plenamente feliz”.

Rueda de Candombe
El regreso de la rueda de candombe para su segunda temporada en Plaza España.
Foto: Leandro Hurtado

El espacio donde hoy se realiza este ritual, también está cargado de simbolismo. El Cubo del Sur, frente a la Plaza España, es el mismo punto en donde en tiempos coloniales se concentraba la población negra para festejar, bailar y encontrarse. “Es muy loco como la historia vuelve al mismo sitio”, anota Claudio. “Hoy estamos bailando y cantando en el lugar donde disfrutaron y resistieron muchas de las personas que hicieron posible que exista el candombe”.

La rueda, además, se replicó. Ya existe una en Salto, otra en Melo, en Piriápolis y hasta en el exterior. “Lo que funciona se reproduce. Y esto posiciona al candombe como un género con una nobleza enorme”, sostiene.

En febrero, la Rueda de Candombe tocó en José Ignacio y allí nació una invitación para representar al Festival de Cine de José Ignacio en el Festival de Cannes, algo “totalmente impensado”, afirma. Tocaron en un yate frente a la alfombra roja y luego hicieron historia en Le Petit Majestic, un bar donde nunca había habido música en vivo. La escena fue conmovedora: uruguayos con banderas, caras pintadas, gente viajando desde otras ciudades solo para verlos. “Ahí entendí la necesidad y la fuerza de volver a tomar contacto con tu cultura si estás lejos”.

Claudio insiste en que no inventaron nada y que si la comunidad se apropió del espacio y del formato es porque así se vive puertas adentro en muchas familias. “La rueda puede ser un cumpleaños de cualquiera de nosotros y creo que mucha gente se sintió y se siente atraída por esa cuestión familiar y participativa”.

Tal vez por eso, considera, funciona tanto y tan bien, porque apela a una memoria íntima, doméstica, transgeneracional. “¿En qué otro lugar escucharías a la gente cantando, coreando y bailando temas de Pedro Ferreira como si fuera el último hit de Shakira?”, lanza con humor, haciendo referencia a una dimensión más profunda de la rueda: el trabajo de divulgación y reconocimiento de artistas locales históricos como Jorginho Gularte, figura central en su formación. “Fue un músico excepcional, no creo que volvamos a tener otro como él”.

A propósito de lo sucedido con el músico —falleció en 2013 debido a las secuelas de una salvaje golpiza que recibió en 2002, a la salida de un boliche en el Parque Rodó, un hecho que nunca quedó esclarecido—, le dedicó “Relato”, un tema presente en el disco homónimo de La Calenda Beat, sobre la impunidad que marcó su historia y su final. “Fue mi forma de recordar lo que sucedió”, comparte.

Valorar las raíces

La expansión del candombe hoy convive con un debe histórico: su escasa presencia en la radio. “Hablamos de un género autóctono, habría que tener una política de acción mucho más fuerte. Porque hay material, porque lo hubo y porque es la forma que nosotros podemos posicionarnos afuera también”, apunta Claudio. Y recuerda que hubo que aprobar una ley para que la radio pasara 30% de música nacional. “Y no siempre se cumple”, remarca. Para él, Uruguay fue siempre receptor de música externa, lo que trajo riqueza, sí, pero también un olvido de lo propio. “La identidad, claro está, la damos nosotros”.

Claudio Martinez
Claudio Martinez presentó "Tiempo de andar" en la Sala Zavala Muniz.
Foto: gentileza

Junto a la rueda, el músico vive un momento de expansión con varias fechas por la costa, toques en Buenos Aires, un viaje que se acerca a Porto Alegre, la participación en el próximo disco de Jorge Drexler —grabaron cuatro temas— y un verano que incluirá tocar en el Festival La Serena, en La Paloma. Pero también atraviesa una pregunta inevitable: ¿cómo equilibrar su proyecto solista con La Candombera, La Caliente, el Chole y la propia rueda?. “Imagino que en algún momento tendré que tomar decisiones”, reconoce. Pero, por ahora, es feliz y disfruta del vértigo.

Mientras se prepara para la fecha del 19 de diciembre, sabe que Tiempo de andar es más que un disco, es un punto de llegada y, al mismo tiempo, de partida. Una forma de pararse frente al presente del candombe, que vive un “momento bisagra, revelador”, y de reafirmar algo que sostiene con convicción: “No tengo nada contra el resto de los géneros, pero el candombe tiene una riqueza muy particular. Ha atravesado un montón de procesos y contextos socioculturales que le han dado un valor enorme. El candombe es nuestro. Como tal nos toca cuidarlo, disfrutarlo y entregarlo a las generaciones que vienen, bien vivo”.

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