El amor por la pintura es uno de los lazos más fuertes que une a la pareja de Federico Veiga y Manuela Fleitas. Pero estos artistas tienen otras cosas en común, como la literatura y los clásicos del blues y el rock. Ambos acaban de abrir un taller en Pocitos (La Madriguera) en el que proponen experimentar el arte a través de los cinco sentidos. Es que, para ellos, la creatividad tiene mucho que ver con la exploración personal, el intercambio y las experiencias sensoriales.
La pintura es la gran pasión de Federico Veiga, un pintor reconocido por sus cuadros sobre artistas de la música y sus grandes murales. Pero como todo creador, su experiencia vital se basa en una búsqueda constante, que lo ha llevado a hacer obras variopintas a lo largo del tiempo. Sin querer, hace algunos años descubrió el mundo de la papiroflexia (crear formas utilizando la técnica del plegado de papel, el equivalente al Origami japonés), lo que ha mezclado con otro de sus intereses: la lectura.
“En esta serie de trabajos que vengo haciendo apunto a la conjunción de todos estos pasatiempos, una fusión distinta y original entre dos mundos paralelos. Para ello, busco el enlace entre ambos en la paleta, la forma, la composición y la temática. Y utilizo la lectura como motor creativo. Comienzo por realizar bocetos tradicionales que luego llevo a la papiroflexia para armar las escenas, perspectivas y poder estudiar las luces, combinaciones y encuadres. Este proceso puede llevar meses, ya que cada etapa requiere su tiempo y maduración”, comenta a Domingo.
Veiga nació el 24 de enero de 1984 en la ciudad de Rocha, donde rápidamente demostró cualidades para el dibujo y la pintura. En su juventud participó en talleres de artes plásticas con Melita González. Y en su madurez estudió en la Escuela de Bellas Artes de Montevideo, aunque hoy se define como autodidacta.
“En el liceo intercambiaba dibujos por tareas de literatura e historia”, recuerda sobre estas dos materias que entonces no eran su fuerte. “Siempre tuve un vínculo más con la parte artística y también con los tatuajes, por haber estado rodeado de tatuadores. Tuve la incertidumbre de querer pintar y dibujar y no encontraba un estilo que me quedara cómodo. Empezaba y me aburría. Hasta que llegó un momento en el que entendí que había cosas que me gustaba verlas, pero no hacerlas. Y empecé a soltarme más a buscar un estilo propio”, señala.
Y agrega: “Hace unos años surgió la posibilidad de hacer un mural y había una mariposa en origami. Y bueno, ahí surgió la primera idea de empezar a mezclar; el estilo que estoy haciendo ahora”.
La literatura
Su pareja Manuela Fleitas, además de pintora, es dueña de la librería Isadora de Pocitos, por lo que la literatura está muy presente en su cotidianeidad. Y ello ha permeado en Veiga: “El texto lo uso como puntal creativo, me gusta leer y de repente surge alguna frase que me despierta una idea. Esto no significa que el cuadro tenga que ver después con el libro, pero lo uso mucho como disparador”, explica el pintor, cuya profesión lo ha llevado a trabajar en distintas partes del mundo como Argentina, Brasil, Colombia, México y la India. En muchos casos, haciendo murales que destacan por la espontaneidad en el uso de los colores y el espacio.
“El trazo y el color son dos características muy puntuales en mi estilo. Trazos para canalizar una necesidad expresiva, artística y humana. Y color para acentuar ese gesto sensible que se convierte en miradas de mi propia interioridad”, reflexiona quien también ha vendido sus cuadros a coleccionistas de Argentina, España y Holanda.
Artista “por casualidad”
Manuela Fleitas comenzó dedicándose a la escritura. Era su canal para exteriorizar sus sentimientos y emociones. “Lo mío con los cuadros arrancó hace 4 o 5 años y fue más bien un accidente. Yo escribía mucho y un día haciendo un recorte de algo se plantearon unas formas geométricas y me colgué a pintar. Lo que tenía a mano eran las crayolas de mi hija, así que arranqué con eso. Lo encontré muy interesante porque para mí la escritura era el único medio válido para expresarme. Y como tengo una librería estaba muy atada a la literatura. Si bien me gusta mucho la música y ver arte, nunca me lo había planteado para mí”, confiesa Fleitas a Domingo.
“De todos modos, cuando pinto trato de meter en los cuadros aquello que escribía, muy metafóricamente, muy simbólicamente. Casi que nadie entiende lo que quiero decir, pero adentro mío es como que la escritura no se perdió, lo que cambió fue el lenguaje”, añade.
Conoció a Veiga a través de Instagram, donde le puso “me gusta” a una de sus obras, un cuadro sobre Keith Richards, el guitarrista de los Rolling Stones. Like va, like viene, empezaron a conversar. Terminaron saliendo y fundiendo sus pasiones.
“Fede pintaba un montón de obras y yo tenía que estar ahí acompañándolo. Entonces dije: me pongo a pintar. Fue así que conocí los acrílicos, los pinceles, los bastidores, los atriles”, rememora.
A lo largo de la historia hubo muchas parejas famosas de pintores: Frida Kahlo y Diego Rivera; Françoise Gilot y Pablo Picasso; Lee Krasner y Jackson Pollock son solo algunas de ellas. Seguramente todos estos artistas tuvieron una opinión sobre el trabajo de sus compañeros de vida, como la tienen Veiga y Fleitas.
“A mí me encanta el trabajo de Manuela, tiene un lado muy creativo. Después que ves varias de sus obras entendés que hay un lenguaje, porque de repente ves una y como que la percibís demasiado ‘viajada’. Pero al ver dos o tres, empezás a interpretarlas. Y es alucinante, una explosión de creatividad”, analiza Veiga.
Por su parte, Fleitas opina: “Lo que Fede está pintando actualmente me encanta porque tiene un proceso de estudio, de leer, de dejarse atrapar por la historia para después reversionarla, pensar las perspectivas, los colores, todo eso, hasta que llega al lienzo. Además, son obras que ya te cautivan por su tamaño, porque son enormes. Él cuenta una historia. Y aunque yo conozco la original, al final siempre me asombra. Me encanta ver cómo va evolucionando”.
El taller La Madriguera se encuentra en José Scosería 2609 y está abierto los jueves y viernes. No se trata de un espacio estructurado para el aprendizaje de técnicas de dibujo y pintura, sino de un sitio distendido para pasar un momento de disfrute, se tengan o no conocimientos sobre artes plásticas. “Somos un grupo, a veces la gente viene incluso a hablar solamente. Para muchos es como una terapia, una forma de evadirse de la realidad y los problemas”, comenta Fleitas.
Y remata Veiga: “La gente viene a pintar y a compartir, generalmente desde las 16 horas en adelante. Es un ambiente más distendido, podés venir a aprender y a compartir sin apuros. A veces terminamos tomando una copa de vino o con una cena compartida”.