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Los cuatro puntos cardinales de Menorca

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Playa, Menorca

VIAJES

Un recorrido por esta isla sirve no solo para descubrir a uno de los destinos más encantadores del Mediterráneo, sino también para conocer el lugar donde, dicen, se inventó la mayonesa.

A las ocho de la mañana la situación era esta: unos viajeros listos para salir del barco en en el que se iban y conocer la isla de Menorca, la segunda mayor de las Baleares, en menos de un día. Ni siquiera eso: había que estar de vuelta máximo a las 16:30, porque el barco zarpaba a las cinco.

Pese a la presión, el escenario era auspicioso: contábamos con un día cálido y despejado en el Mediterráneo, sin una gota de viento, con un minibús y alguien que conocía bien este lugar. Fernando Serrano, el guía, tenía unos 60 años y un dominio perfecto de al menos cuatro idiomas: español, catalán, francés y, desde luego, menorquín, el dialecto propio de esta isla. “Menorca sorprende porque es llana y tiene una particularidad que la diferencia de otras islas mediterráneas: es totalmente verde, salvo entre junio y septiembre, que pierde algo de verdor", decía Serrano en español mientras por la ventana del minibús se asomaba Menorca en todo su esplendor.

Efectivamente: todo era verde, con extensas praderas y colinas, pinos y olivos silvestres, y unas cercas de piedra que flanqueaban la carretera por la que viajábamos. Los campos de Menorca, nos habían explicado, son pedregosos. Si uno escarba unos 10 centímetros encontraría un auténtico pedregal. Los primeros habitantes, y eso se remonta al año 2.250 a.C., usaron estas rocas para hacer cercas de piedra seca, es decir, montadas una sobre otra, sin argamasa o yeso, y las amontonaron para dejar a los animales. Hoy, todo el campo de Menorca está dedicado a darles de comer a las vacas. Con ellas se hace el queso Mahón-Menorca, que tiene denominación de origen y sale exportado precisamente desde el puerto de Mahón, la capital de la isla.

Como había poco tiempo, recorreríamos la isla en un viaje exprés por los cuatro puntos cardinales. La idea era tener una impresión lo más completa posible de Menorca, a ver si nos daban ganas de regresar, algo que al final del viaje nadie puso en duda.

El oeste: Ciudadela

Ciudadela, Menorca
Foto: Shutterstock.

A la ciudad más poblada de Menorca (lo que no es mucho decir: tiene solo 30 mil habitantes, mientras que en todo Menorca hay 90 mil) le dicen “la Florencia del Mediterráneo” por su cuidada arquitectura y el color de sus calles: casi todo aquí está construido con piedra calcárea, que le da un tono blanquecino-amarillento muy particular. En el centro se ven palacios y bellos edificios de estilo catalán-gótico, como la Catedral de Santa María, a los que se llega a pie sin problemas caminando por callejuelas y pasajes de nombres curiosos como Que No Passa o Ses Voltes.

No se trata de una ciudad-museo: la gente todavía vive en el centro, claro que en los segundos o terceros pisos, ya que las plantas bajas hoy están ocupadas por restaurantes, cafés y heladerías. Cada 23 y 24 de junio se realiza en Ciudadela uno de los eventos más tradicionales de esta isla: el llamado Jaleo de Menorca, una fiesta popular que data del siglo XIV en la que se reúnen al menos 200 caballos que avanzan en romería hacia una pequeña ermita en honor a San Juan y hacen gala de todas sus habilidades ecuestres.

Ciudadela también es un buen lugar para comprar uno de los suvenires más famosos de la isla: las llamadas "abarcas" o "menorquinas", unas sandalias originalmente hechas de piel y utilizadas por campesinos y soldados, pero que luego cambiaron su suela a caucho de neumático y hoy son uno de los calzados favoritos de la realeza española.

Cerca de Ciudadela también está uno de los hitos arqueológicos más famosos de Menorca, la Naveta des Tudons, una construcción funeraria de forma piramidal levantada entre los años 1200 y 750 a.C. por la cultura talayótica.

El sur: Cala Galdana

Cala Galdana, Menorca
Foto: Flickr.

 Pasamos primero a la Hort San Patrici , una granja, bodega de vinos, quesería, jardín de esculturas y además hotel boutique en el interior de Menorca donde llevan varios años elaborando algunos de los productos más famosos de la isla, el queso Mahón-Menorca (que se presenta con varios sabores y ahumados) y la sobrasada, un embutido artesanal hecho con carne de cerdo insular, el cual se cura durante mínimo uno a tres meses, dependiendo de la variedad.

Pero en rigor, el objetivo primordial era admirar la playa más famosa de Menorca: Cala Galdana. Una hipnótica bahía de aguas transparentes que solo tiene un detalle que la “afea”: un hotel Meliá que desentona con la belleza natural.

Las playas quizás sean el atractivo imbatible de Menorca. El dato dice que la isla tiene 45 playas y 145 calas (o bahías), las cuales se diferencian según cuán urbanizadas están. Hay algunas que son prácticamente vírgenes, y para llegar muchas veces hay que caminar varios kilómetros. Su belleza, sin duda, lo justifica.

El norte: Fornells

Fornells, Menorca
Foto: Flickr.

Antes de seguir hacia el norte, hicimos una escala técnica en el monte Toro, el punto más alto de Menorca (357 metros). “Desde el monte se ve el 98% de la isla de golpe, y cuando está despejado, incluso se ve hasta las costas de Mallorca", dijo Serrano. Y efectivamente, la famosa isla de Mallorca está a solo dos horas en ferry desde Menorca. El día estaba despejado, pero no lo suficiente como para llegar a divisar Mallorca, aunque sí nuestra siguiente escala: Fornells, un pueblo de casas blancas que sigue manteniendo el espíritu de una aldea de pescadores. Fornells es conocido por un plato típico llamado caldereta de langosta, que se hace con un sofrito de tomate, cebolla y pimienta verde, más agua y aceite, y que se sirve tradicionalmente en una fuente de greda. El lugar más famoso para probarlo es un restaurante llamado Es Cranc. Hay que ir preparado para el precio: una caldereta individual sale 70 euros (2900 pesos uruguayos). Reservar una caldereta en Fornells es vital. El producto es escaso, y hay demanda.

El este: Mahón

Mahón, Menorca
Foto: Pixabay.

Dejamos la última parte del día para conocer la ciudad de Mahón y su puerto natural, considerado uno de los más grandes del mundo. Fotogénica por donde se le mire, Mahón es una ciudad de construcciones blancas y amarillo pastel que se levantan sobre una colina y que son atravesadas por pequeñas callejuelas empedradas que suben y bajan. Es famoso el pintoresco Mercat de Peix, donde se pueden probar variedad de pescados, mariscos y pinchos.

Basta un par de minutos en Mahón para querer quedarse más y conocer la playa de postal que es Sa Mesquida, o para caminar por los senderos del Parque Natural S'Albufera des Grau, donde cada año llegan miles de aves migratorias. No por nada celebridades como Joan Manuel Serrat, Ana Belén y Víctor Manuel tienen casa de verano en Mahón.

Quedaba poco tiempo, así que Fernando Serrano preguntó: “¿Sabían que la mayonesa se inventó en Mahón?”. La historia que cuenta es que en 1756, el duque de Richelieu estuvo en Menorca y una noche decidió entrar a comer en una sencilla taberna. El dueño del lugar, asombrado por la visita de tan ilustre personaje, se dio cuenta de que lo único que tenía era pescado a punto de echarse a perder. Para arreglarle el sabor, preparó una salsa a base de huevo, aceite, ajo picado y limón para disimular el olor del pescado.

Quizás por el apetito voraz que tenía, el duque encontró que esa había sido la mejor cena de su vida, y de inmediato preguntó por la receta de esa maravillosa salsa, que se llevó anotada a Francia. Unos días después, hubo un banquete en el Palacio de Versalles y el duque de Richelieu insistió que fuese servido pescado a la menorquina, es decir, con esa misma salsa. Tras la cena, y también asombrado por su sabor, el rey Luis XV preguntó cómo se llamaba esa emulsionada delicia “Mahonesa”, contestó el duque, porque la habían encontrado en el puerto de Mahón. “Pero lo pronunció con acento afrancesado. Entonces sonó ‘mayonesa’”, dijo Serrano, con la convicción de quien maneja una verdad definitiva

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