“‘Vengan niños para cantar, vengan de cualquier lugaaaar’. Con esta canción, hace 50 años, comenzaba el primer espectáculo de Canciones Para No Dormir la Siesta. Fue el 19 de junio de 1975, en la Sala Mercedes del teatro El Galpón. Pasaron muchos años, pasaron muchas cosas, pero la alegría siempre estuvo presente”.
Así iniciaba el posteo realizado en Instagram por Gonzalo Moreira hace poco más de un mes, motivando una catarata de comentarios: “Maravilla que atravesó generaciones y corazones”, “gracias Canciones por acompañar nuestra infancia”, “un cacho de mi vida”, “crecí escuchando Canciones”, “mis hijos crecieron con ustedes”…
Todos mensajes de un tono muy similar destacando el fenómeno que marcó una época, que hoy muchas generaciones desconocen e incluso los que lo vivieron, a veces ignoran muchas cosas porque fueron 15 años de vida muy intensos.
¿Sabían, por ejemplo, que Jaime Roos fue parte de la formación inicial? ¿Que Ruben Rada los acompañó en un tablado de Carnaval pero tapado por un turbante? ¿Que uno de sus fundadores desapareció de forma misteriosa? ¿Que Nelson Mancebo les hacía el vestuario? ¿Que no nacieron como un grupo musical?
Pues sí, Canciones Para No Dormir la Siesta surgió como una obra de teatro infantil creada por Horacio “El Corto” Buscaglia y Nancy Guguich, una pareja de artistas.
“Ellos nos llaman a Walter Venencio y a mí porque ya veníamos haciendo espectáculos para estudiantes en la Facultad de Arquitectura”, recuerda Leticia Moreira, hermana de Gonzalo, quien permaneció en el grupo solo hasta fines del primer año porque estaba embarazada. Sería sustituida entonces por Susana Bosch.
Otro de los originales fue Jorge Bonaldi, que acota que “no tenía mucho sentido para nosotros hacer una obra de teatro tradicional, sino más bien hacer un espectáculo de corte revisteril donde cada canción fuera un número. Eso nos pareció que era mucho más atractivo para los gurises que seguir todo un argumento de cabo a rabo”.
“Pero había un hilo conductor”, corrige Gonzalo, quien no estaba en los planes iniciales para el elenco. Moreira había hecho el año anterior Flor de Pillo al ataque —“lo primero que hice en teatro de verdad”, acota—. En esa obra estaba Leticia, interpretando a una de las brujitas. Al año siguiente decidió ir a ver los ensayos de la nueva obra que estaba preparando su hermana y de la que también conocía a Venencio. Y la casualidad hizo de las suyas.
“Estaban esperando a un actor, ‘El Manso’, pero nunca llegó. Venencio me dice: ‘Gonza, haceme esta voz, así vamos probando’. Yo sabía tocar el tambor, sabía tocar la guitarra… entonces ‘El Corto’ me pregunta: ‘¿No te animás a hacer vos de actor?’ Ahí arranqué con Canciones, tenía 20 años”, señala Gonzalo, uno de los integrantes que estuvo de forma ininterrumpida de principio a fin.
Cree este mismo que fue Héctor Manuel Vidal que inventó el nombre Canciones Para No Dormir la Siesta. “Héctor era parte del Club del Teatro donde nació Canciones y aparte era amigo de todos nosotros. Un crá, era director de teatro y nos daba una mano, opinaba sobre los espectáculos que hacíamos. Siempre colaboró con nosotros de muy buena onda, era muy escuchado”, evoca Gonzalo.
La formación inicial quedó entonces conformada por Nancy Guguich, Horacio Buscaglia, y Leticia y Gonzalo Moreira (cantantes y actores), mientras los músicos eran Walter Venencio (guitarra), Jorge Bonaldi (charango y flautas) y Jaime Roos (bajo).
Susana Bosch tuvo una primera aproximación en setiembre, cuando sustituyó a Leticia en una actuación que se hizo para un laboratorio en la Asociación Cultural Israelita. Por ese entonces era parte de una obra para niños en la Asociación Cristiana de Jóvenes con música de Jaime Roos e integraba el grupo Los Campos, que tocaba a bordo de El Vapor de la Carrera.
“Uno de los días en que volvíamos a Montevideo, me acuerdo que llovía y en el puerto estaban esperándome mis padres y Walter Venencio, con quien yo había iniciado un vínculo afectivo. Yo no entendía nada, ‘se murió alguien’, pensé. Y me acuerdo que Walter me dijo: ‘Pasado mañana hay una función (la del laboratorio), ¿te animás?’ Inconsciente, yo tenía 16 años, dije que sí”, cuenta sobre un debut en el que, en plena función, Héctor Manuel Vidal le iba dando el orden de los cuadros en los que ella debía cantar. “Fue un toro de aquellos”, acota aludiendo al término que usan los actores cuando deben reemplazar de apuro a un colega.
"¡Ha pasado tanta gente por Canciones!"
La frase del título corresponde a Gonzalo Moreira y alude a que por Canciones pasaron muchos músicos uruguayos, muchos de los cuales construyeron y siguen construyendo grandes carreras.
“En aquel momento viví la obra con mucho entusiasmo. Era realmente original y de calidad musical, como todo lo que hacía Venencio”, cuenta a Domingo Jaime Roos, el primer bajista de lo que primero fue una obra de teatro.
Además, integraron este grupo: Horacio Buscaglia, Nancy Guguich, Walter Venencio, Gonzalo y Leticia Moreira, Jorge Bonaldi, Susana Bosch, Gustavo Ripa, Carlos Vicente, Jorge Lazaroff, Cecilia Prato, Pippo Spera, Daniel Queirós, Jorge Galemire, Coco Fernández, Guzmán Peralta, Marcos Gabbay.
Breve pausa
Canciones nació entonces como parte del Club del Teatro, que le alquilaba la Sala Mercedes al teatro El Galpón, lo que se llamaba ‘El Galpón Chico’… Justamente a Canciones el lugar le quedó “chico” y pasaron a la sala mayor, en la que permanecieron hasta que la dictadura clausuró esta institución teatral por su vínculo con el Partido Comunista. Fue a inicios de 1976 y los instrumentos del grupo quedaron dentro.
Por esa época, empujados por la situación política, muchos de los integrantes de Canciones empezaron a dejar el país. Jorge y Jaime se fueron para España, Horacio y Nancy marcharon para la Argentina, país al que iba a emigrar Leticia en 1980 y desarrollar una exitosa carrera.
El regreso se dio a partir de la obra Para cuando llueva, que en 1977 hacían Susana y Walter dirigidos por Horacio. Con ese nombre Canciones bautizó el espectáculo con el que volvió a escena en 1978, esta vez en el Teatro Circular, su nueva casa hasta que la cambiaron por La Candela en sus últimos años.
Precisamente, en 1978 se dio el ingreso de Gustavo Ripa. “Yo los había visto en El Galpón en el año 75 e incluso los grabé con un grabador de casete”, señala quien dos años después se vino de Salto a estudiar guitarra clásica y ese mismo año participó en la obra infantil Entre pitos y flautas. “Tenía unos 18 años y la vida me dio la suerte increíble de que Walter Venencio me invitara al regreso de Canciones. Me quedé asombrado”, confiesa y agrega que Walter le indicó que tocara el bajo eléctrico, cosa que Gustavo nunca había hecho en su vida. “‘Vos tocá las notas que yo te sigo y va a estar todo bien’, me dijo y así fue. Entré y siempre fui el más joven de Canciones. Para mí fue un regalo de la vida”, apunta desde Lomas de Solymar, donde reside actualmente. Se quedó hasta 1988, en que sintió que su carrera artística necesitaba un cambio.
En 1980 se dio la llegada de uno de los últimos integrantes, Carlos Vicente, que permaneció hasta el final. Este músico era parte del emblemático grupo Rumbo, junto a Gonzalo Moreira y Gustavo Ripa, entre otros, y había colaborado en el primer disco de Canciones. Necesitaban reemplazar a alguien que se iba, lo llamaron, dio una prueba y quedó. Solo había hecho una obra para niños con música de Jorge “Choncho” Lazaroff (otro de los integrantes), de quien fue alumno.
En Canciones, Carlos tocó la guitarra, aprendió a revolverse con el cuatro venezolano, y tocó también el bajo eléctrico, el charango y hasta un instrumento de cuerdas yugoslavo que aportó Nancy. “Menos vientos, toqué cualquier cosa”, asegura. “Canciones era como un hálito de libertad, de belleza, de disfrute”, comenta hoy, jubilado de todo.
Las letras: de las inocentes a las censuradas
Horacio, Gonzalo, Jorge y Nancy integraban el equipo básico de compositores de las canciones. “Después había una cocina donde todos participábamos de algo: cambiar una palabra, una frase, una melodía”, cuenta Susana.
Gonzalo apunta que el de las letras con doble sentido o trasfondo un poco más político era Buscaglia. Y ahí están El botón de la botonera o El País de las Maravillas, escritas por él y musicalizadas por Moreira. Increíblemente no están entre las que la dictadura les puso el ojo, como Si usted tiene muchas ganas de o El mundo de Martín. Esta última fue compuesta pensando en Martín Buscaglia. “Es una letra que escribió mi viejo en cana. En una visita se la dio a mi vieja y le dijo: ‘Pedile a Venencio que le haga una música’”, cuenta el músico.
También se acuerda de que Los Parchudos surgió porque una vez volvió de la escuela diciendo que sus amigos escuchaban a Los Parchís o a Menudo y le preguntó a sus padres cuáles eran mejores. “Los buenos son Los Parchudos”, le contestaron y de inmediato surgió la canción.
En cuanto a los discos, Canciones grabó nueve, consiguiendo ser Disco de Oro varios de ellos. Martín, y Federico y Soledad Moreira (hijos de Gonzalo) participaron de algunos.
“Me acuerdo que Canciones ensayaba en mi casa del barrio La Mondiola, donde hoy vive mi hermano, en el patio con el limonero”, evoca.
Sin personajes
En Canciones había un libreto, pero la improvisación siempre estaba presente y muchas veces era la que mandaba.
“Nosotros rascábamos mucho, que quiere decir que hacíamos cosas que se nos ocurrían en el momento”, relata Gonzalo. “En el proscenio había una realidad protagonizada por Gonzalo, por Leticia, por Nancy… pero yo me iba con ‘El Corto’ para atrás y hacíamos unas contraescenas que nos divertían a nosotros dos”, recuerda Jorge.
En cualquier caso, siempre eran ellos. “Si hay una cosa de Canciones que es muy importante destacar, es que nosotros fuimos nosotros, nunca elaboramos un personaje”, aclara Susana. “Gonzalo es todo risueño y jodón; Jorge es medio amargo… somos así”, añade. Gustavo Ripa, por ejemplo, confiesa que empezó siendo muy tímido y se le fue quitando con el tiempo, aunque nunca dejó de serlo del todo.
Todo el tiempo interactuaban con el público y se caracterizaban por no usar micrófonos.
¿El vestuario? Gentileza de Nelson Mancebo que, salvó los gastos, nunca les cobró nada. “Hay que hacerle un homenaje, eran vestuarios espectaculares y tenía una onda bárbara”, destaca Gonzalo.
“Lo que marcó Canciones es que se podían hacer letras y músicas de calidad que trascendieran o integraran la escucha de un niño con la escucha de un adulto, y funcionaban para esos dos mundos”, rescata Gustavo al hablar de que no subestimaban al público, fueran grandes o fueran chicos.
La prueba más clara era que los espectáculos encantaban a todas las edades por igual, pero a fin de cuentas era un espectáculo para niños, entonces se solía decir, un poco en broma, que los adultos pedían niños “prestados” —un sobrino, el hijo de un amigo— como excusa para poder ir a verlos.
Aunque llegó un momento en que eso ya no hizo falta y terminaron haciendo funciones trasnoche sin cambiar ni una palabra de la obra inicialmente pensada para los más chicos.
“La única diferencia era que con los adultos salíamos del Teatro Circular, los llevábamos hacia la Plaza Cagancha y ahí terminaba el espectáculo. Llegamos a actuar un 30 de diciembre. Era una locura”, recuerda Susana.
Llenaron teatros, hicieron giras por el Interior y el exterior, y hasta se le animaron al Carnaval. Durante tres años recorrieron tablados en épocas en las que el sonido de los escenarios no era tan bueno y cuando llegaba Canciones, con sus propios equipos, eso se notaba. Debajo del escenario repartían unos pins que bautizaron los “blablalatas”.
“Hicimos la misma cantidad de tablados que Falta y Resto el año en que la murga la rompía”, apunta Susana, mientras que Gonzalo menciona la vez que en el club Albatros se subió a actuar con ellos Ruben Rada con sus tumbadoras, envuelto en un turbante que solo dejaba ver sus ojos. “La gente no lo reconocía”, comenta entre risas.
"Los Derechos del Niño" en Palacios llenos
Susana Bosch tenía un libro en italiano que le había regalado la madre de su esposo, nacido en Italia. Se llamaba Los Derechos del Niño. Se lo acercó a Horacio Buscaglia, que “se iluminó” —dice— y escribió el espectáculo con ese mismo nombre que hizo que en 1983 Canciones Para No Dormir la Siesta llenara dos Palacio Peñarol y un Cilindro Municipal (hoy Antel Arena).
Fue un espectáculo a beneficio de UNICEF que, como en ese entonces no tenía representación en Uruguay, lo recaudado fue destinado a los niños de Bolivia. “Era para desarrollar un sistema que tenía que ver con la hidratación de esos niños”, rememora Susana.
Jorge Bonaldi apunta que “nunca nadie llenó tanto un ámbito como nosotros esa vez”.
Esa presentación les insumió un año de preparación, realizando talleres por todos los barrios. “Logramos tener todas las paredes del Palacio Peñarol tapadas con miles y miles de dibujos de niños”, comenta Susana.
En tanto el 6 de enero de 1989, para celebrar los Reyes Magos, actuaron en el Parque Central con el apoyo de Canal 10. “Lo que mostró Jaime Roos en el Estadio Centenario hace poco fue lo mismo que mostramos nosotros 36 años antes”, señala con orgullo Jorge sobre un show de gran despliegue tecnológico, muy avanzado para la época.
El principio del fin
El éxito teatral llegó a la pantalla chica en 1988 con una serie de especiales de Canal 10 que derivaron, un año después, en un programa semanal que se realizaba en vivo, los domingos, desde el club Defensor Sporting. Fueron 31 programas a los que les fue bien de rating, pero terminaron por matar a Canciones.
“No fuimos inteligentes. En vez de hacer un programa para niños de sketches, hicimos un programa musical, entonces íbamos gastando todas las canciones y la gente no quería ir más al teatro”, reflexiona Gonzalo sobre lo que define como “un gastadero de plata impresionante” por lo que significaba montar esa infraestructura todas las semanas.
“Además, Canciones era un fenómeno en vivo, lo que se lograba en el lugar no lo podías traducir al que lo veía por televisión”, opina por su parte Susana. “‘Ustedes no están para la televisión’, nos dijeron en Canal 10, ‘no tienen conducta frente a la cámara’, y tenían razón”, reconoce Jorge.
A esto hay que sumarle que, según Susana, se vivía una convivencia feroz. “Con Nancy sentíamos que teníamos cinco maridos y había como un celo natural que hacía que las mujeres, esposos o lo que sea, quedaran por fuera. Nos íbamos de vacaciones y alquilábamos cuatro cabañas de AGADU, una al lado de la otra”, relata y enseguida aclara que el final nunca respondió a que se hubieran peleado, como algunos dijeron. Simplemente ocurrió.
¿Pensaron alguna vez en darle un cierre a Canciones? Gustavo Ripa sostiene que si alguien creara una especie de museo de la música uruguaya, Canciones debería tener “un lugarcito interesante ahí”. Jorge se lo llegó a plantear a la Intendencia de Montevideo (IMM), pero sin suerte. Susana, en cambio, cree que el mejor museo y el mejor lugar donde están los recuerdos de Canciones, es en sus integrantes y en toda la gente que los sigue parando por la calle para manifestarles su cariño. Por eso rechazó la idea de la IMM de la administración Cosse de declararlos Ciudadanos Ilustres. “Me parece que hay cosas que llegan tarde”, opina.
Por el lado de Gonzalo hay una idea que a Carlos Vicente lo “alborotó”, que es un día llevarse a todos sus hijos y sus nietos al balneario Buenos Aires, donde vive actualmente, y grabar juntos las canciones de Canciones. “Por el momento, voy haciendo un cierre personal en las redes porque yo amé Canciones”, dice sobre los posteos que semanalmente va colgando en Instagram con material de archivo (lo que le ha quedado, porque hace un tiempo se le incendió la casa y perdió mucho).
“En Canciones Para No Dormir la Siesta siempre apostamos a la alegría, a la buena onda. Fue lo que significó, para nosotros primero y para la gente después. Sigue vigente en el corazón de todos”, concluye resumiendo el sentir de todos.
Venencio, Corto y Nancy: pilares que no están
“Era un combo de tres patas: el combo musical, donde en la cúspide estaba Walter Venencio; el combo pedagógico, que sin duda era Nancy Guguich, y el combo de la puesta en escena, de la cosa política pasada como una carta por abajo de la puerta, que traía sin duda ‘El Corto’ Buscaglia”. La definición es de Martín Buscaglia, hijo de los dos últimos que cuando se creó Canciones tenía 2 años.
De Venencio, todos los consultados hablan maravillas: “Era un capo” (Ripa), “el gran maestro” (Gonzalo Moreira), “dejó la impronta musical, el sello de Canciones” (Leticia Moreira), “realmente es la piedra fundacional de la música de Canciones Para No Dormir la Siesta” (Bonaldi). Lo anecdótico —y triste— del tema es que este músico al que todos admiran desapareció hace unos años y nunca más se supo de él. Susana Bosch, quien fuera su pareja y recibió su visita unos días antes de que no se lo viera más, consiguió que su hija Lucía, que lo sigue buscando, pueda cobrar todo lo referido a los derechos de autor que le corresponden.
Nancy, en tanto, fue definida por Carlos Vicente como “el alma máter de orientación pedagógica que infuía en todos nosotros. Con esa orientación era difícil hacer las cosas mal”. A lo que Bonaldi agrega: “Nunca levantó la voz para hacer prevalecer sus razones. Tenía una cierta calidad para marcar lo que nosotros decíamos sobre el escenario”. Y Ripa confiesa que le enseñó a perder la vergüenza. Nancy Guguich falleció en 2021, a los 76 años. Antes de Canciones había editado un disco del que sus hijos tienen una copia cada uno y Bonaldi, otra.
En cuanto a Buscaglia, pareja de Nancy y padre de sus dos hijos, Ripa dice que fue “el tipo verborrágicamente más creativo que conocí en mi vida”. Leticia Moreira confiesa que “es el único tipo que yo conocí que en media hora te levantaba un espectáculo. Fue un deleite imposible de reproducir con palabras”. Mientras que su hijo Martín lo considera “la cereza de la torta, el revulsivo final”. Falleció en 2006, con 62 años, consecuencia de un cáncer.