Bicho Amaral: la historia detrás de un apodo, su compromiso profesional y su carrera en un "tanque" televisivo

El periodista de Santo y Seña y La Fórmula cuenta cómo hace del estrés su herramienta de trabajo

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Alejandro "Bicho" Amaral
Francisco Flores

Hueso, Látigo y, finalmente, el apodo que terminó fagocitando al “Alejandro Javier” escrito en su documento de identidad: Bicho. Salvo por su esposa, la periodistaPaula Scorza, o sus padres y hermanos, que en ocasiones aún le dicen “Ale”, el sobrenombre ocupa ahora la primera línea de su presentación. “La gente espera que sea por alguna característica medio perversa, pero surgió de algo muy inocente y sonso”, cuenta el periodista de Santo y Seña a Domingo. Solía saludar a sus compañeros de Últimas Noticias con esa palabra y, devolviéndole la gracia, ellos terminaron rebautizándolo.

Antes de ser Bicho, había sido “Látigo”, un apodo creado por Mariano López y otros compañeros de la facultad, quienes estaban “convencidos” de que su rostro se parecía al del exboxeador argentino Juan Martín Coggi. Y más atrás en el tiempo, durante su adolescencia entre los barrios de Punta Carretas y Parque Rodó, sus amigos lo llamaban “Hueso” por su delgadez. “Era un sobrenombre medio tumbero”, bromea.

Hasta su llegada a la televisión en 2014 para integrarse a Santo y Seña (programa que finaliza su ciclo en Canal 4) y sumarse este año al streaming junto a Paula en La Fórmula, casi toda la carrera periodística de Bicho Amaral, hoy de 50 años, transcurrió en las páginas cargadas de tinta de un diario. Fue cronista parlamentario, luego cubrió Presidencia; más tarde se desempeñó como editor de Política y terminó siendo secretario de redacción de Últimas Noticias hasta su cierre en 2012.

Alejandro "Bicho" Amaral y Paula Scorza conducen "La Fórmula", un nuevo periodístico que se puede ver en You Tube.
Alejandro "Bicho" Amaral y Paula Scorza conducen "La Fórmula", un nuevo periodístico que se puede ver en You Tube.
Foto: Estefanía Leal

Antes de eso, tuvo un breve paso por Radio Cristal como periodista deportivo, un trabajo que, según él, consiguió “por una carambola”. Fue a hacer unas entrevistas para un proyecto de la facultad sobre una comunidad de gitanos instalada en la ciudad de Las Piedras y terminó saliendo con un empleo que incluía viáticos para cubrir partidos de la B y la C, lo que para un joven estudiante se sintió como lo mejor del mundo. También trabajó como productor en Radio Rural.

“No llegué a vivir la época más dulce ni de las radios ni de los diarios. Ni siquiera la de la televisión. Ya todos los medios estaban desafiados y empobrecidos”, apunta.

No obstante, nunca se le ocurrió meter reversa. Lo que comenzó como una elección forzada —“el revólver en la cabeza que me puso mi madre para decirme que tenía que estudiar algo”— llegó en un momento marcado por “crisis personales”: la separación de sus padres, una adolescencia algo rebelde, el descubrimiento de que la matemática avanzada lo alejaba de su sueño de ser “fabricante de autos” y la posibilidad de tener que recursar quinto y sexto año de liceo en otra orientación. Esa presión lo llevó a ingresar a la UTU para estudiar Comunicación, y luego a pasarse a la Universidad de la República.

Rápidamente, esa decisión lo atrapó, casi como una adicción, pero a la primicia. “El periodismo es una actividad competitiva, siempre bajo presión; ahora compito contra mí mismo, haciendo informes de investigación peliagudos, pero no sé trabajar de otra manera. No me siento cómodo con el trabajo light”, reconoce.

Programa La Formula
Nota a Alejandro Amaral y Paula Scorza, conductores del programa periodistico La Formula, transmitido por streaming en Youtube, en los estudios de Trimax Media en Montevideo, ND 20241009, foto Estefania Leal - Archivo El Pais
Estefania Leal/Archivo El Pais

En estos 10 años en Santo y Seña, un programa que califica que ha sido un “tanque”, Bicho Amaral afirma que ha conseguido colgarse varias “cocardas”. Menciona informes como los de Envidrio, Michelle Suárez, Beraca y el pastor Márquez, los sacerdotes pedófilos, el Pato Celeste como prófugo de la Justicia y las irregularidades relacionadas con una casa de Óscar Andrade, algunos de los cuales le demandaron años de investigación y decenas de entrevistas. “Periodísticamente hemos tirado bombas… provocamos terremotos grandes. Tratamos de ofrecer informes de calidad”, asegura.

Reconoce que ha sido un trabajo que lo ha mantenido con “estrés en la cabeza”, una carga que incluso ha tratado en terapia. Lo obliga a recibir denuncias, analizarlas, lidiar con informantes que se arrepienten, enfrentarse a denunciados que se niegan a dar la cara y perseguirlos para obtener respuestas. Pero, nuevamente, admite: “Toda mi vida trabajé así y no sé trabajar sin estar estresado”. Incluso asegura que se ha acostumbrado al “hateo”.

Afirma que no ha recibido amenazas ni censuras, aunque admite que en ocasiones la ha pasado mal. Una de las experiencias más tensas ocurrió hace unos años durante un viaje a Venezuela, en un contexto marcado por el arresto frecuente de periodistas.

“Fue cuandoJuan Guaidó se autoproclamó presidente y muchos países lo apoyaron, pero Uruguay no. Entonces, un ex canciller mexicano salió en televisión diciendo que Uruguay no lo apoyaba porque Tabaré Vázquez estaba hasta el cuello con los negocios de su hijo en Venezuela”, recuerda. Santo y Seña ya había informado previamente que un hermano de un vicepresidente venezolano, acusado de narcoterrorismo, estaba oculto en Uruguay. Solo tenían que googlear su nombre.

El viaje duró una semana, y durante todo ese tiempo no logró respirar tranquilo ni un momento. La Policía siempre estuvo en los alrededores del hotel. En realidad, su presencia se debía a que estaba alojado un equipo de fútbol del interior y luego llegó Liverpool para jugar un partido de la Libertadores, pero él estaba demasiado paranoico. Incluso pasó nervios en el aeropuerto.

En Migraciones, declaró que era comerciante (aunque nunca llegó a pensar qué vendía si le preguntaban) y que había ido a la playa, entre otras cosas, lo que le permitió pasar sin problemas. Sin embargo, al camarógrafo —que también era psicólogo— lo retuvieron y le hicieron preguntas para confirmar su profesión.

“Nos sentamos a comer una hamburguesa, cagados hasta las patas, a esperar el vuelo”, dice ahora entre risas. Pero en eso escucharon sus nombres por los altoparlantes. Temiéndose lo peor, el camarógrafo fue a averiguar, y ocurrió lo inesperado: les ofrecieron cambiarse a unos asientos en primera clase, aunque separados. “No sé por qué pasó eso. Hasta que el avión no aterrizó en Panamá no estuve tranquilo. Pasé la peor semana de mi vida”, confiesa.

¿Volvería a hacer un viaje así de conflictivo si su profesión lo requiere? Bicho responde que no, que no quiere hacer pasar a Paula, a sus padres —que pensaban que estaba en el norte del país— y a sus hijos —Delfina y Marcos— por un mal momento. “Además me estoy haciendo viejo”, se ríe.

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