En una sala silenciosa del Teatro Solís, en el Centro de Investigación, Documentación y Difusión de las Artes Escénicas (CIDDAE), la voz de Alfredo Zitarrosa (1936-1989) sigue sorprendiendo. No es una metáfora: allí, dentro de cajas perfectamente ordenadas, se conservan cientos de cintas magnéticas, casetes, cartas, manuscritos, fotografías, recortes de prensa, objetos personales y hasta un tucán disecado. Todo forma parte del Archivo Zitarrosa, un universo íntimo que guarda el rastro material de uno de los mayores creadores de la música popular latinoamericana, quien el próximo 10 de marzo estaría cumpliendo 90 años.
El archivo pertenece a Nancy Iris Marino, la esposa del cantor, y a sus hijas Carla Moriana y María Serena Zitarrosa. Desde hace tres décadas, su director es Martín Monteiro, investigador y docente, casado con la hija menor de Alfredo y Nancy, Serena.
En el subsuelo del Solís, un enorme y moderno espacio que se ganó tras la reforma del teatro hace dos décadas, Monteiro se mueve entre papeles y cintas que todavía tienen mucho que decir del creador de Adagio en mi país, Stéfanie y El violín de Becho. “El archivo es enorme y abarca casi toda la vida de Alfredo, no solo su trayectoria de músico”, explica Monteiro a Domingo. Es que pocos saben que Zitarrosa empezó su carrera en 1964 como locutor y periodista, y poco después debutó como cantor en radio. Su voz grave, su estilo sobrio y la hondura poética de sus letras lo distinguieron rápidamente. Agrega su yerno: “Él tenía una afición muy particular por conservar determinados fragmentos de su vida en esa forma, de documentarla”.
Esa vocación obsesiva por guardar y clasificar explica por qué el archivo es tan vasto. Hay más de 6.000 fotografías, miles de diapositivas, películas en 8 milímetros, libros encuadernados con las iniciales “A.Z.”, y correspondencia cuidadosamente ordenada por fecha y destinatario. “Conservaba incluso las copias en papel carbónico de las cartas que enviaba”, cuenta Monteiro, con admiración por su suegro, al que no conoció.
Pero el corazón del archivo son las cintas de audio: más de 300 horas de grabaciones en carrete abierto y unos 500 casetes. Zitarrosa grababa todo. Ensayos, recitales, conversaciones, pruebas de canciones, entrevistas radiales, o simplemente momentos de inspiración efímera. “Hay grabaciones de lo más diverso”, dice Monteiro.
“Desde conversaciones con amigos hasta ensayos con sus guitarristas. A veces son apenas murmullos, tarareos que después se transforman en canciones. Alfredo registraba su propio proceso creativo”, añade.
La creación por dentro
Esa obsesión por registrar lo condujo, sin saberlo, a dejar uno de los testimonios más completos del trabajo musical de un artista en el Río de la Plata. De allí surgió, en los años 90, la monumental colección de 10 discos Los archivos inéditos de Alfredo Zitarrosa. La creación por dentro, publicada en 1998.
El proyecto nació de una urgencia: las cintas originales, grabadas en los años 60 y 70, corrían riesgo de perderse. En 1996, con apoyo del Fondo Nacional de Música (FONAM) y del Fondo Capital de la Intendencia de Montevideo, la familia emprendió una tarea titánica: digitalizar el material.
“Fue carísimo, y muy lento”, recuerda Monteiro. “En aquel momento los discos compactos grabables recién empezaban a existir y costaban US$ 30 cada uno. Pero era lo único que nos garantizaba preservar el sonido original. Así empezó todo, digitalizando cinta por cinta”, agrega.
De ese trabajo paciente surgieron las primeras publicaciones póstumas: en 1995, Zitarrosa Siempre. Los inéditos y luego la serie de 10 discos de 1998. En ellos, el oyente puede apreciar cómo nacen clásicos como El violín de Becho o Adagio en mi país, o descubrir tangos que Zitarrosa grabó pero nunca quiso editar. “Los tangos para mí seguirán siendo siempre inéditos. Porque Alfredo nunca tomó la decisión de publicarlos. Somos nosotros, su familia, los que asumimos la responsabilidad de compartirlos con la gente”, dice Monteiro.
La colección, reeditada en formato digital en 2020, permite espiar el “laboratorio” creativo del cantor. Se escuchan versiones en vivo, ensayos, entrevistas, y grabaciones caseras que revelan el proceso de construcción de su obra. Como escribió el propio Zitarrosa alguna vez, se trata de “la creación por dentro”: el instante en que la idea aún es apenas un hilo de voz y una guitarra buscando su forma.
Del hogar al Teatro Solís
Durante casi dos décadas el archivo se conservó en la casa familiar de Malvín. “Hasta 2014 lo cuidamos nosotros mismos -recuerda Monteiro-, lo organizamos y seguimos catalogando. Pero llegó un momento en que necesitábamos otro espacio, más estable y con condiciones técnicas adecuadas”.
Ese año, la familia firmó un convenio con la Intendencia de Montevideo para trasladarlo al CIDDAE del Teatro Solís, donde hoy se encuentra bajo custodia y continúa su proceso de organización y digitalización. En 2016 se sumó el apoyo del Ministerio de Educación y Cultura y de la Universidad de la República, a través del Archivo General y el Laboratorio de Preservación Audiovisual.
Entre 2016 y 2018 se digitalizó buena parte del material pendiente -fotografías, recortes de prensa, cintas y casetes-, aunque aún quedan muchas cajas por procesar. “Todavía tenemos cartas, parte de la prensa, documentos que seguimos trabajando con María, la archivóloga del CIDDAE. Esto no termina nunca”, confiesa Monteiro.
La ardua tarea de digitalizar
El CIDDAE fue creado a partir de la reapertura del Teatro Solís el 25 de agosto de 2004, luego de su largo proceso de reestructura. Y al frente de esta importante y silenciosa dependencia se encuentra Marcelo Sienra.
“A partir del ingreso del Archivo Zitarrosa se conformó un equipo multidisciplinario, financiado por el Ministerio de Educación y Cultura, en coordinación con la Universidad de la República, que aplicó el proceso de gestión documental que realizamos acá en CIDDAE, y que tiene que ver con todas las etapas de tratamiento documental de la colección”, comenta Sienra a Domingo.
El archivo es tan vasto como diverso. “Desde grabaciones a ropa y papelería... hay una temperatura determinada para preservar eso”, indica Sienra. Esa variedad de soportes -ópticos, magnéticos, fotográficos, textiles y hasta objetos personales- planteó un reto inédito para el centro. “El archivo de Zitarrosa es, más allá del valor histórico-artístico, muy importante por la cantidad y variedad de tipos y soportes documentales. Fue un desafío bastante importante, y no sé si hay precedente a nivel local de esta coordinación entre Teatro Solís, Intendencia de Montevideo, MEC y Universidad de la República”, destaca.
Durante dos años, el equipo del CIDDAE trabajó en la digitalización y catalogación de los materiales, creando bases de datos específicas para cada serie documental. “No es común tener en un solo lugar el equipamiento o los recursos necesarios para abordar desde textil hasta un animal disecado”, comenta con una sonrisa. Aunque el proyecto avanzó de forma sustantiva, aún queda una parte del acervo por procesar.
La tarea de conservación también dio pie a una labor de difusión e investigación. En noviembre del año pasado, el CIDDAE inauguró junto al Teatro Solís la muestra Exilio y desexilio de Zitarrosa, que se extendió hasta abril. “Ahí presentamos un proyecto que estamos trabajando con la Universidad de la República, financiado por el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), en investigación sobre Zitarrosa y otros artistas, pero principalmente sobre él”, explica Sienra. Y añade: “Hicimos un guion museográfico que exhibió materiales originales y de investigación sobre la obra y el recorrido del artista en su exilio y en su vuelta a Uruguay”.
La exposición culminó con un simposio sobre Zitarrosa, de dos días, que reunió enfoques académicos y artísticos. Fue una forma de devolver al público parte de ese inmenso patrimonio que el Solís resguarda entre sus depósitos y bases de datos.
Además del archivo de Zitarrosa, el CIDDAE conserva muchos otros fondos relevantes del teatro uruguayo: “Recientemente recibimos el archivo de Teresa Trujillo, bailarina y coreógrafa, y de compañías como Italia Fausta. También tenemos parte del archivo de Taco Larreta y Luis Cerminara, junto con material de los elencos del Teatro Solís, la Comedia Nacional, la Orquesta Filarmónica y la Banda Sinfónica de Montevideo”.
“El acervo del CIDDAE es, en gran mayoría, en soporte de papel o fotografías, pero también hay vestuario, objetos y maquetas”, detalla Sienra mientras abre el estuche de una de las guitarras de Zitarrosa. “Todo esto forma parte de una política de preservación y acceso público a la memoria escénica y artística del país”, agrega.
El CIDDAE está abierto al público “de lunes a viernes, y también de forma virtual”, recuerda su director. Allí, entre documentos que cuentan la historia del Teatro Solís y archivos que reconstruyen vidas como la de Zitarrosa, se teje un puente entre la memoria y el arte, con la misma dedicación con que el cantor construyó su obra: pieza por pieza, soporte por soporte.
En el conjunto, un tucán
Entre los objetos más insólitos que custodia el archivo hay uno que suele provocar asombro: un tucán disecado. Monteiro relata la historia con cariño y un dejo de humor doméstico: “Alfredo adoraba los animales. Tenía canarios, gatos, perros... En uno de sus viajes se trajo un tucán vivo. Pero en Montevideo el clima no lo ayudó, y cuando él estaba fuera, el tucán murió. Nancy, desesperada porque Alfredo lo encontraba muerto al regresar, lo mandó a disecar. Así que cuando volvió, lo encontró... pero en otro estado. Ese tucán todavía está aquí, entre sus cosas”.
También se conservan sus trajes, algunos de los cuales pueden verse en fotografías de discos o recitales, y sus antiguos grabadores de cinta. Pequeños fragmentos materiales que, juntos, componen la silueta de un hombre que hizo de la memoria una forma de resistencia.
Otros objetos que llaman la atención del conjunto son un guitarrón mexicano “Salinas” (otra de sus guitarras se encuentra exhibida en la Sala Zitarrosa, de 18 de Julio 1012), dos discos de oro y un maletín de cuero de uso personal.
Todo esto es el compendio de una vida que discurrió en buena medida en el exilio. Y que Zitarrosa retomó cuando volvió al país en 1984, no para pasar sus mejores años.
En buena medida, la cultura había quedado herida de muerte tras el proceso cívico militar. Y él tuvo que sobrevivir como pudo, cantando en restaurantes y pequeñas salas. Además, su salud, castigada por los excesos personales, no lo acompañó, falleciendo en 1989. Como en otros casos (Eduardo Mateo, por ejemplo), el reconocimiento le llegó tras la muerte.
Un archivo vivo
El fondo Zitarrosa no se concibe como un depósito inerte. Desde su llegada al Solís, ha buscado convertirse en un archivo vivo, generador de nuevos contenidos. En los últimos años ha impulsado proyectos musicales, exposiciones, publicaciones, y colaboraciones con investigadores de Uruguay, Argentina y Chile.
Entre sus iniciativas recientes figuran el proyecto Adagio a Zitarrosa con la Orquesta Filarmónica de Montevideo -basado en las cintas multipista que permiten aislar la voz del cantor-, una muestra itinerante en colaboración con el Centro de Fotografía y la Universidad de la República, y la reedición digital de discos inéditos.
Para 2026, en el marco de los 90 años del nacimiento de Zitarrosa, el archivo planea abrir al público un sistema de consulta digital dentro del CIDDAE, con pantallas táctiles que permitirán explorar grabaciones, fotografías y prensa.
“La idea -dice Martín Monteiro- es que el público pueda acceder a él como en una biblioteca moderna. No se trata de ponerlo todo en internet, sino de ofrecer un espacio de consulta, con auriculares, donde uno pueda escuchar la voz de Alfredo, ver sus manuscritos, recorrer su historia. Que el archivo esté vivo, que siga generando actividades, investigación, música. Que siga hablando y nos siga interpelando”.
Y así será. Porque entre esas cintas, manuscritos y fotografías, late aún la voz profunda de Alfredo Zitarrosa: esa voz que hizo del canto una forma de resistencia y memoria colectiva. Y que ha marcado a generaciones.
"Es como si todavía estuviera en casa"
Entre las cintas, los papeles y las fotografías que hoy integran el Archivo Zitarrosa, María Serena -la hija menor del cantor (foto)- reconoce fragmentos de su infancia; ecos de una casa donde la figura del autor de varios clásicos de la música uruguaya nunca se fue del todo. “Es como que sigue viviendo en casa todavía”, dice a Domingo con una serenidad que no oculta la ternura.
Serena tenía 15 años cuando su padre falleció, en 1989. Era apenas una adolescente, pero ya convivía con la presencia monumental -y al mismo tiempo doméstica- del artista. Cada objeto guardado, cada cuaderno o cinta magnética, formaba parte de un universo íntimo que con los años se convertiría en un patrimonio cultural. “Para mí, todas las cosas que están ahí son parte de mi vida cotidiana, son todas cosas con las que convivía. Pero quizás las que más me identifican son las fotos y las diapositivas”, cuenta. “Fueron las primeras con las que me relacioné, las primeras que empecé a organizar”, añade.
El archivo, que hoy se conserva en el CIDDAE nació del impulso familiar por ordenar una herencia que se desbordaba entre paredes. “Había que estar pensando en dónde lo poníamos. Lo mudábamos, no lo mudábamos. Tenía media casa nuestra parada”, recuerda Serena. “La ropa de él ocupaba el lugar en los roperos, las cintas, la grabadora, la biblioteca... Así estaba tomada toda la casa”, recuerda.
El paso de esos materiales a un espacio institucional fue también un gesto emocional. Un desprendimiento. “Me gustó mucho también el desprendernos de alguna manera, que eso dejara de estar en casa para pasar a estar en otro lado, aunque de alguna manera es un pedacito de uno”, dice. No fue una decisión fácil. También evoca las discusiones familiares en torno a qué conservar y qué entregar. Hasta que el consenso llegó con la certeza de que la memoria debía estar a salvo. “Había una habitación con humedad, como en una casa normal. Dijimos: esto acá no puede estar, porque se va a empezar a estropear”, explica.
La casa de los Zitarrosa fue, durante años, una suerte de museo involuntario. Un refugio donde la ausencia del cantor se transformó en presencia constante. Serena habla con afecto de aquel tiempo de silencios y grabadoras, de objetos que, sabía, contenían una voz íntima. “No daba una casa para organizar todo ese archivo”, admite.
Sin embargo, entre los miles de documentos que hoy integran el acervo público, Serena conserva todavía un tesoro personal: una canción que su padre le compuso. “No es la letra definitiva”, admite como si temiera profanar un recuerdo. “Es un primer ensayo con una letra que no está... Pero tampoco es una cosa que escucho, lo tengo guardado, porque sé que si lo paso se va a estropear”, señala. Guarda ese casete como un diálogo suspendido entre la niña y el padre. “Eso debió haber estado en el archivo, pero uno se agarra esas cosas para sí mismo. Fue un error, porque no se respaldó junto con el resto de las grabaciones. Pero bueno...”, dice.
Alfredo Zitarrosa, figura esencial de la canción uruguaya, fue también un hombre severo consigo mismo. Serena lo recuerda con una mezcla de admiración y comprensión. “Papá era muy autocrítico, excesivamente. Para hacerse una idea, mandó a borrar todos los tangos. Si no fuera por la publicación de las cosas que hicimos con el archivo, esos tangos no se conocerían. Él sentía que no estaba hecho para eso, que habían quedado horribles. Y, sin embargo, los tangos son una cosa... sería una pena que la gente no los conociera”, destaca.
Algo similar ocurrió con su primer libro de poemas, escrito cuando Alfredo Zitarrosa tenía apenas 20 años y con el que ganó un concurso literario municipal. “Tampoco hubiera querido publicarlo”, dice Serena. Y agrega: “Sentía que ese premio no se lo merecía. Tenía esa cosa medio autodestructiva, de que lo que hacía no era suficientemente valioso”.
Por eso, el trabajo del archivo -ese rescate paciente, casi artesanal- no solo preserva la obra de un artista, sino que también le devuelve la voz a un hombre que dudaba de su propio valor. “Hace falta que venga otro y diga: ‘¿Sabés qué? Esto sí vale la pena, y es importante que se conozca’”, afirma la hija menor del cantante.
Serena es hoy madre de dos jóvenes mujeres que tienen muy presente la obra de su abuelo, aunque las charlas en torno a su legado se reservan, por lo general, al ámbito familiar.