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Por qué la Guerra de las Malvinas se sigue peleando

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Malvinas

A 40 años del conflicto

Lo aborda la novela Las islas de Carlos Gamerro, un policial de 1998 protagonizado por ex combatientes y un empresario cruel y corrupto.

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Al cumplirse cuarenta años de la Guerra de las Malvinas, el relato más común dice que un 2 de abril de 1982 soldados argentinos invadieron las Islas Malvinas bajo órdenes de una Junta Militar desacreditada y un presidente borracho, y que ese fue el día cero de un trauma nacional que todavía quema. Pero el relato menos común dice otra cosa. Que la invasión fue un mero emergente de una profunda crisis de identidad de la nación argentina, un acto más de una tragedia antigua, llena de mitos, donde incide lo histórico, sociológico, económico, psicológico y, por sobre todo, lo político.

El primero que lo entendió así fue un loco despegado, una cabeza única, distinta, y a la vez tan argentino como el licor Legui, y que en un rapto de demencia maníaco-literaria escribió sin parar una novela sobre la guerra de Malvinas en apenas 36 horas. Se llamaba Fogwill, y salió a ofrecer el manuscrito por las editoriales bonaerenses cuando todavía había dictadura y la guerra no había terminado. La novela, que hoy es un clásico, se titula Los pichiciegos, tiene numerosas ediciones, y trata en tono de sátira el devenir de un grupo de soldados argentinos desertores que se esconde en una cueva de Malvinas para escapar de la guerra, del abuso de sus propios oficiales y de la muerte a manos de algún soldado inglés, y que sobrevive robando alimentos.

Tendrían que pasar más de quince años para que en 1998, en pleno menemismo y cuando ya nadie hablaba de Malvinas, que un ensayista argentino llamado Carlos Gamerro publique una larga novela de 600 páginas sobre dicho conflicto. Se titulaba Las islas, y abordaba aquellos aspectos profundos de la psiquis argentina de los que, en general, mejor no hablar. Como era de esperar, a ninguna editorial comercial le interesó, y debió publicarla en Simurg, una casa pequeña que cobra sus ediciones a los autores. Lo que aquellos editores no intuyeron fue que a lo largo de los siguientes 20 años, y hasta hoy, el libro tuvo una lenta y feliz recepción por parte de ciertos lectores que comunicaban su experiencia a otros en el tradicional boca a boca. Que es, dicen, la más auténtica y honesta de las promociones (a este cronista se lo recomendó, en su momento, Jorge Fondebrider). Esa experiencia íntima, poderosa y a la vez comunitaria, le permitió a la novela tener hasta hoy varias ediciones en Argentina, e incluso que se tradujera y publicara en los exigentes mercados anglosajones, con notable recepción crítica.

El argentino Rolando J. Bompadre, académico, periodista y traductor, docente en la Universidad de Aberdeen, Escocia, y que en la actualidad está realizando un doctorado sobre la obra novelística de Carlos Gamerro en la Universidad de Edinburgo, decidió reunir en un volumen numerosos textos sobre el periplo del libro. Se titula Volver a Las islas, Lecturas sobre la novela de Carlos Gamerro, acaba de publicarse en Argentina, y reúne quince textos más un epílogo con dos textos a cargo del propio Gamerro.

Enigmas

Las islas es una novela policial negra donde un poderoso, despreciable y corrupto hombre de negocios argentino le encarga a un hacker la tarea de conseguir una lista con los nombres de los testigos de un crimen. La novela transcurre en 1992, con flashbacks a 1982, que transcurren en los combates en las islas, porque el hacker, Felipe Félix, es un conflictuado ex combatiente de Malvinas que deberá, para llegar a cabo su tarea, hackear los archivos informáticos del servicio estatal de inteligencia argentino (SIDE). Para esa tarea deberá apelar a viejos contactos que trabajan allí, todos ex combatientes, pero sobre todo a un antiguo oficial que comandó su unidad, Héctor Verraco, típico exponente de cierta oficialidad corrupta, violenta y militarmente mediocre que produjo la dictadura argentina, y que le provoca sensaciones encontradas. Aunque todavía no sabe por qué, debido a una profunda amnesia. Ese enigma es uno de los motores principales de la tensión en la trama.

Además, el retorno al ámbito de los viejos camaradas de armas implica ingresar a un mundo de discursos paranoicos y conspirativos, de historia alternativa que abunda en verbos en condicional, donde se busca justificar por qué se perdió la guerra —entre muchos culpables, siempre externos, el sionismo internacional— y por qué hay que recuperar las islas. Esa reescritura de la historia, en plan conspirativo, tiene momentos de humor negro, como cuando uno de ellos revela que el Virrey Sobremonte era, en su origen, Sobremosky, un judío converso.

Pero lo que atormenta al infeliz de Félix es la presencia de sus fantasmas, sus cuatro compañeros de trinchera, Carlitos, Chanino, Hijitus y Rubén, que murieron en las islas, aunque las circunstancias de sus muertes todavía estén difusas en la enigmática nebulosa del estrés postraumático. Él es el único sobreviviente, y eso perturba. Por si fuera poco, hay un texto mítico extraviado, un diario escrito por el Comandante X, un militar argentino que todavía estaría luchando en las islas. La recuperación de ese diario lleva a Félix a cruzarse con Gloria, que fue presa en dictadura, torturada, y que termina casándose con su torturador para tener con él dos hijas.

Lo que atenaza el estómago del lector es el increíble delirio de toda la empresa, personificado en esos oficiales que torturaron a sus propios soldados en las islas. En el documental que acompaña a la notable miniserie Band of Brothers (HBO, 2001), el Capitán Winters destacaba la calidad de los oficiales de su Compañía, una unidad de elite, señalando que un oficial o suboficial jamás debería quedar en una posición en la cual podía obtener una ventaja de sus subordinados. Por eso se ganaban el respeto de sus soldados. En Malvinas, cierta oficialidad argentina abusó de sus soldados, los hambrearon de forma atroz, y en algún caso los torturaron hasta la muerte. Oficialidad que, en raptos delirantes, vinculaban la Guerra Sucia de los 70 con esa guerra en las islas, arengando así a los conscriptos: “Aprendan cómo se gana una guerra, y después se lo vamos a enseñar a los ingleses, también. Mucho manual, mucho mapa, mucho pizarrón, los ingleses. Se creen que se la saben todas, pero nosotros —dijo golpeándose el pecho para aclarar que no nos incluía— somos veteranos de una guerra que ellos no vieron ni en los libros. ¡Vamos a ver de qué les sirve tanta teoría cuando estén amarrados acá abajo! ¡Denme solo unos elásticos de cama viejos y una batería bien cargada y van a ver cómo en este sector la guerra se termina en dos patadas! ¡Se hacen los machos porque vienen con chaleco térmico y mira infrarroja y munición trazante, pero en bolas y chorreando agua en un elástico se le aflojan las tripas al más piantao!”

Como remate, la descripción de la batalla de Longdon posee una verosimilitud de desarma al lector, con soldados ingleses avanzando a punta de bayoneta y Rubén, el chiquilín amigo de Félix, intentando rendirse brazos arriba gritando aterrorizado I love Queen, Freddy Mercury. God save the Queen, please, please, para que el inglés, también gritando, le clave su bayoneta una y otra vez en su estómago, luego en su cara, y la agonía del argentino en el barro se haga eterna, animalizada, instalando un horror que nunca se entenderá en una conversación casual de cualquier esquina de la bonaerense Avenida Santa Fe o en un comentario indignado de Facebook o Twitter. Pero sí, seguro, en la novela que Gamerro lanzó en la cara de todos los no entienden, o no quieren entender, de qué trata el horror de la guerra.

Otras lecturas

Rolando J. Bompadre reunió en Volver a Las islas (Edhasa) textos periodísticos, prólogos a Las islas y textos académicos, lo cual plantea diferentes niveles de comprensión, o abstracción, para entender por qué sigue vigente la novela. En el prólogo afirma que “la Guerra de las Malvinas ha destruido el concepto de comunidad, en el que nociones como memoria, verdad y justicia se construyen y tienen sentido, para reemplazarlo por identidades parciales, externas, que predeterminan e imponen comportamientos, ideologías, y hasta sueños. Si el mundo de Las islas no es moralmente bueno ni malo se debe a esa destrucción (...). Lo que la guerra le ha dejado a las víctimas es un mundo en el que solo puede aplicarse una idea degradada de justicia: la venganza”.

No es una novela fácil. El lector se verá atrapado en una doble fuerza antagónica, una que desea tirar el libro por la ventana, bien lejos, y otra que lo ata de forma poderosa a la narración. Sergio S. Olguín, en su texto del libro de Bompadre, tras señalar que los padres literarios de Las islas son Fogwill, Fontanarrosa y Lamborghini, afirma que “hay cierto descontrol en Las islas y cierta osadía en Gamerro al haber asumido el riesgo de que el relato se le escapara en cualquier dirección. En ese punto, el descontrol, se cifra gran parte de los aciertos de esta novela: descontrol de los personajes, de la historia, del lenguaje, de la política. No es un texto bienpensante ni manso. Se rebela constantemente contra los prejuicios del lector, que se ve arrastrado, como quería Kafka, hacia rincones que no soñaba visitar”. En eso, también, la novela es el Ulises de James Joyce, por su prosa removedora, que disuelve discursos y va adentrándose en el subconsciente y el inconsciente del lector, lugares donde a veces es mejor no ingresar. Las islas lleva en sí a la magna novela de Joyce (a pesar de las salvedades que el propio Gamerro señala en el Epílogo), y es lógico, siendo como es Gamerro un finísimo lector del Ulises, y un especialista que publicó una notable guía para lectores no iniciados, Ulises, Claves de lectura.

Como el Ulises, Las islas no tuvo al principio fácil recepción entre las editoriales. No eran empresarios desprevenidos, sabían que era una novela difícil de colocar. Pero había más: era pleno menemismo. En el texto de Elsa Drucaroff, “Las islas en loop”, ella explica que cuando se publicó la novela en 1998 en Argentina, “se lee poco y se escribe corto;_Las islas tiene 602 páginas. Lo que se escribe tiende a la historia mínima y fragmentaria; Las islas es una novela que hace un gesto total: busca pensar en su escritura la realidad política y social argentina, su presente y su pasado, incluso las perspectivas de su futuro. Estamos en 1998, la política es una profesión lucrativa que permite llegar rápido a la casa en el country, para hablar de una aspiración modesta. En Las islas, en cambio, la política es política y los profesionales cínicos beneficiarios de un mundo con salvajes explotadores y ensangrentados explotados. En 1998, ética y justicia son palabras ingenuas que hacen sonreír también a intelectuales de nuestra Academia. En Las islas, ética y justicia son dilemas sobre los que giran las acciones de los personajes. En 1998 los lectores no compran ni leen autores argentinos, y las pocas veces que lo hacen —salvo alguna rara excepción— eligen escritores consagrados como mínimo diez años atrás. Las islas es la primera novela de un hombre de 36 años”. Entonces, “¡Un libro como este aparece en años como esos! (...) en la Argentina del pensamiento único, Las islas trajo pensamiento;_en la Argentina asfixiante, Las islas fue oxígeno”.
Y lo trajo, paradójicamente, ilustrando un mundo “dominado por torturadores y megalómanos, regido por el miedo y la violencia” escribe Jimmy Burns en el texto “Introducción a la edición británica de Las islas”, libro traducido por Ian Barnett (2012). Una ficción que atrapa “por su lógica detrás de la locura” escribió el crítico Ben Bollig para el diario The Guardian ese mismo año.

Lo que no tiene desperdicio es el epílogo, con un texto del propio Gamerro titulado “Técnicas, tácticas, trucos”. Allí tira frases para escritores que anotó mientras iba gestando Las islas: “Escribir sin miedo, y después cortar sin miedo. Ninguna línea se pierde. En lo que queda está la fuerza de lo que se sacó”; “Si hay que elegir entre una idea y una acción, elegir la acción”; “No hacer juegos con el lenguaje, hacer juegos con la realidad”; “No termino de entender el enojo de Fogwill con los que escriben encendiendo, descendiendo, ascendiendo. De última, toda empresa purificadora es nazi. Si hay lenguajes inauténticos, exponerlos en lugar de expurgarlos. Dar un sentido más puto a las palabras de la tribu. Puto de mierda, si es posible”.

Sin embargo fue Fogwill el que mejor entendió el sentido de todo, cuando en la “Nota del autor” a la edición de Los pichiciegos de El Ateneo (3ra. edición, 2012), sentenció: “No he escrito un libro sobre la guerra, sino sobre mí y sobre la lengua de uno que jamás escribirá contra la guerra, contra la lluvia, los sismos, ni las tormentas, y siempre contra las maneras equivocadas de nombrar y de convivir con nuestro destino”. Por eso los leeremos siempre, a él y a Carlos Gamerro.

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