por Apegé
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—En la película hay una construcción coral de testimonios sobre los problemas de la ciudad que tejen una mirada sobre el presente, pero recostada en los mojones históricos de las grandes transformaciones arquitectónicas en sus tres siglos de existencia.
—A mí me parecía muy importante no dar por sentada la historia para llegar a públicos más amplios. No todo el mundo sabe lo que es Art Decó, por ejemplo. Entonces quisimos dar unas pinceladas de lo que ocurrió en el plano de la arquitectura en esos primeros siglos: qué se construyó, qué quedó hasta ahora y qué es lo que estamos demoliendo hoy.
—La periodista española Magdalena Martínez, radicada en Uruguay, dice que la felicidad de la gente está relacionada con la cantidad de metros cuadrados que habita. Ella pararía por 15 años las construcciones en Montevideo.
—Y trae el ejemplo de cómo se vive en países como Japón o también en Europa, donde el espacio es muy caro, un lujo. En Uruguay, precisamente, el espacio es lo que abunda. A nosotros nos están convenciendo de que vivir en monoambientes y en edificios con amenities es sinónimo de éxito y de vivir bien. Pero hay mucho marketing detrás de eso, y sumado a la entelequia de la seguridad, se plantea una ecuación muy poderosa para vender lo que sea.
—Hace años para llegar a una Bienal de Arquitectura en Venecia participaste con una propuesta con ese concepto: Uruguay en venta y sponsoreado por varias marcas.
—Decíamos que el problema del arte y la arquitectura en el Uruguay era que estaba vendiéndose al mejor postor. Nuestra propuesta era vender el espacio publicitario de la fachada del Pabellón de Venecia. No ganamos, obviamente. Hicimos un video que recorría un largo tramo de la Rambla mostrando toda la cartelería abusiva. Desde las banderas clavadas en la arena en las playas hasta los carteles de chorizo arriba de los edificios. Que a vos te interrumpa la línea del horizonte una serie de banderas insulsas, con diferentes marcas y que no las quieras prender fuego… Me sorprende cómo naturalizamos esas apropiaciones. También investigamos cuánto costaba todo eso: para las empresas es muy barato y la Intendencia no recibe algo sustantivo en relación a lo que está vendiendo, que es el espacio visual de todos.
—Todo parece “en venta”, sobre todo en Maldonado, donde inversores o privados compran largos tramos de costa. Parece que en Uruguay podés comprar cielo y mar.
—Podés comprar sol. Ramiro Rodríguez Barilari hizo un trabajo sobre el robo del sol por parte de los edificios nuevos. Sí hay derecho a construir un edificio, pero las personas tienen derecho a seguir viendo el cielo y el sol. Me parece muy simple.
—¿Si todo suena tan simple por qué resulta tan complejo resolverlo?
—Te diría tipo tribuna: “Es Uruguay, papá”. Si para temas tan importantes como la infancia nos cuesta tanto llegar a acuerdos, vos imaginate en la cabeza de los dirigentes políticos llegar a un consenso en la conservación de estilos de arquitectura, una cosa que ni siquiera conocen.
—¿Por qué en la película no hay un plano aéreo o terrestre de las enormes franjas excluidas de la ciudad, los llamados asentamientos irregulares?
—Ya abrir ese plano era inacabable y no queríamos ser superficiales en eso. Lo que decimos en un momento es que la ciudad de Montevideo, en las únicas áreas que crece, es en las periferias y los barrios privados. Desde que me acuerdo se habla de solucionar el tema de los asentamientos irregulares, y esos asentamientos irregulares no parecen haberse enterado. Nunca se habla de la ciudad consolidada.
Romperlo todo.
—Pensando un poco en clave de ciencia ficción, si mañana aparece un “Musk inmobiliario” y quiere adquirir, digamos, 8 manzanas del Parque Rodó, puede hacerlo comprando casas y altura y destruir y construir lo que quiera.
—En principio dijiste un barrio en el que capaz hay más presión social para que eso no pueda ocurrir. No sé si 8 manzanas, pero si vos te pasás dos o tres niveles de lo permitido en un edificio, si demolés algo que no debías, si cometés cualquier infracción a la regla patrimonial de la ciudad, pagás una multa y listo. Y esa multa, generalmente está dentro de tu presupuesto. A nivel micro esto ocurre todo el tiempo. En el centro lo que está es la voluntad política. Los capitales no es que se te van si vos tomás ciertas resoluciones; sino que tienden a ir hacia donde tienen las facilidades y espacios de ganancia en la restauración. Imaginate no haber demolido prácticamente todo Pocitos y que ahora aquellos caserones fueran pequeños edificios de 6 o 7 apartamentos. Hubo una mirada cortoplacista de obtener dinero y generar empleo rápidamente, que implicaba demoler y construir muchos pisos.
—Lo que otro entrevistado, el arquitecto Erich Schaffner, llama “cacotectura” en referencia a esas nuevas edificaciones: allí no hay arquitectura sino un ladrillo arriba del otro, y con objetivos netamente económicos.
—Si vos construís solamente guiado por la utilidad, eso se va a volver inútil. Si vos construís un edificio guiado por la belleza, eso va a ser útil siempre. Todo lo que fue creado solo por utilidad, hoy es un adefesio. Nadie quiere ir a trabajar, estudiar o vivir en esos espacios. La utilidad sin belleza tiene patas cortas, se desvanece. Hablar de belleza es como hablar del amor, roza lo cursi, pero la belleza no es la frutilla de la torta, es una actitud ética frente a las cosas. La búsqueda de belleza también implica una búsqueda de trascendencia.
—Más cuando está servida y no hay que construirla de cero.
—Esa es la suerte de Montevideo. ¿Qué es lo que no está haciendo clic entre nosotros y la escenografía que nos rodea? O tal vez hay otra cosa, una sociedad que desde hace 50 años va levantándose de una crisis detrás de otra: predictadura, dictadura, posdictadura, la crisis del 82, la crisis del 2002. Es mucho golpe.
—Una de las tantas voces que aparece en el documental es la del secretario del sindicato de la construcción (SUNCA), Daniel Diverio, que sin decir “agua va”, te da un marronazo en el cerebro: la actitud ante una pieza arquitectónica de 100 o 200 años: demolerla o llevar el plato de guiso a la mesa esa noche.
—Estábamos grabando y el equipo entero quedó paralizado.
—Aparece la belleza del gesto: las manos del pasado en la construcción de la ciudad.
—Él va al rescate de esa arquitectura por el esfuerzo acumulado. Una visión preciosa, el reconocimiento de ese saber hacer. Fijate en cosas muy simples como los revoques. Ya no una voluta ni una reja ni un mosaico. El revoque liso de antaño hoy no lo logran hacer. Hay unas imágenes de la antigua periferia, la industrial de los barrios obreros como Nuevo París y Paso Molino, donde aun encontrás gestos de estilo y de cuidado de otras épocas: casas con ojitos de buey, el revoque con mica brillante. Yo entiendo que las cosas no se protegen por la edad, pero acaban de demoler una casa de 1890 en la calle Convención casi San José que era un palacete a la italiana y que podría estar en Roma: el despliegue de virtuosismo en la fachada, sus columnas, y por dentro, un festival del mármol.
—También hay cosas que pasan entre las cosas. Como una escena donde todo es niebla y esa niebla, en ese momento, es Montevideo.
—El hecho de cómo sufrimos el viento, los días de niebla, la presencia de tanta agua. La niebla en la película es una metáfora de la depresión que se siente frente a la realidad y la destrucción.
—Frente a esa depresión, una de las cosas que más sana en una bella ciudad es poder caminarla. Me parece que en Montevideo tenemos ese derecho casi expropiado.
—Y no siempre fue así. La mayor parte de mi vida transcurrió en la ciudad y en mi adolescencia y juventud, el entretenimiento era caminar. Y mirábamos mucho la ciudad. Había un común denominador.
—Trillarla.
—La trillábamos. Probablemente eso se ha perdido. Yo trato de seguir haciéndolo, pero es cierto que con un grado de inconsciencia.
—La violencia está dando miedo.
—Hay riesgo, pero más que en riesgo, yo me siento triste con la realidad que ves: personas hechas paté, con vidas destruidas. Y cada vez más hechos de violencia extrema, es cierto.
—¿Qué demolerías vos de Montevideo?
—¡Fuaaa! Varias estaciones de servicio. Principalmente la de Bulevar Artigas y Canelones. En una época las estaciones de ANCAP en ciertos barrios eran preciosas. Se conserva una en Carrasco, otra en Agraciada. Si en una avenida había casonas o caserones, la estación era como una casa también.
—¿Un secreto de la ciudad?
—La calle Parra del Riego, en la acera de enfrente de la Facultad de Arquitectura. Un barrio que tiene muchísimo Art Decó, de una escala hermosa, doméstica. Me gusta mucho también Avenida Uruguay, y es difícil de defender, pero si soñara con que me dieran un trabajo, sería que me hicieran diseñarle un plan maestro. Conserva edificios impresionantes, muchos en abandono, mucho agujero por los parking. Y me gustan mucho esas calles con túneles de plátanos: Blanes, San Salvador, 19 de abril, que ya es como viajar a Viena.
—¿Y una que digas “esto tendría que transformarse por completo”?
—La avenida Fernández Crespo.
—Gracias.
—Es que te juro que le tengo fe. Mis amigos me quedan mirando… Hay mucha inteligencia puesta ahí. Une el Cordón con el Palacio. Hay calles que cada vez que las camino las pienso mucho. En el día a día y cómo la gente las ve y las usa y por el estado en el que están, son muy difíciles de defender, pero lo tienen todo. Garibaldi es otra que me parece fantástica.
—Sobre la avenida Garibaldi está el Hospital Español, que en la entrada te recibe con vitrales que te caés de espaldas.
—Y la plaza que está al costado y al lado de la Iglesia, los falansterios que aun están y la Fábrica de fósforos con toda una manzana desaprovechada. O sea, potencialidad tenemos hasta decir basta.
—¿“Ghierra presidente”?
—Me estás redoblando la apuesta…
—Imaginemos. ¿Qué decreto o medidas de los primeros 100 días de gobierno establecerías en relación a las ciudades de Uruguay?
—Vería la forma de juntar el déficit habitacional no tanto construyendo sino poniendo a funcionar todo lo que ya hay construido. Y no segmentar. Eso de Avenida Italia al Norte y al Sur, tan dañina esa existencia. No digo que no exista.
—Pero daña el espíritu.
—Daña mucho el espíritu. La analogía de Montevideo como la “tacita del Plata” me gusta mucho. Yo siempre me imagino pasándole el brilla metal, como cuando agarrás un azucarero todo herrumbrado y le sacás brillo y aparece…
—La tacita y su belleza.
—Es que le tengo tremenda fe a Montevideo. Está a una lustrada del brillo.


