Detrás de un vidrio oscuro

Compartir esta noticia
 tapa cultural 20080328 300x300

VIRGINIA MARTÍNEZ

EL DESTINO le reservó a Gerda Taro un final terrible que la arrancó de la vida a los 26 años, y una muerte lenta y persistente que la esfumó en la bruma del olvido durante medio siglo. Perdió el sitio que había logrado en la Historia, la autoría de su trabajo fotográfico quedó escondida tras el prestigio de la marca Robert Capa y cuando se mencionó su persona fue apenas como dato importante pero fugaz en la vida del célebre fotógrafo de guerra.

La investigadora Irme Schaber rescató su memoria en una biografía editada en Alemania a mediados de la década del noventa, recientemente traducida al francés, Gerda Taro. Une photographe révolutionnaire dans la guerre d`Espagne (Anatolia-Rocher, 2006). A ella se sumó Francois Maspero (L`ombre d`une photographe, Gerda Taro, Seuil, 2006) y más tarde, la ubicación e identificación de más de 300 fotos permitió exponer su trabajo en el International Center of Photography de Nueva York. La muestra inaugurada en octubre pasado reúne ochenta fotografías, en su mayoría inéditas, y se trasladará a Londres y París el año próximo.

MUÑEQUITA DE LUJO. Gerda Pohorylle nació en Stuttgart en una familia judía. Su padre se dedicaba al comercio aunque, según testimonios familiares, era más un hombre de letras que de negocios. La tía paterna, que no tenía hijos, crió a Gerda como una segunda madre y fue artífice de un rasgo que distinguió a la niña y luego a la joven estudiante: la elegancia.

Menuda, hermosa y desenvuelta, ni sus rasgos físicos, el atuendo o el comportamiento denunciaban el origen judío. Exactamente lo contrario: durante la infancia y la adolescencia Gerda procuró disimular, parece ser que con esforzada naturalidad y hasta con maestría, su condición. Tenía muchos amigos y conocidos pero evitaba llevarlos a la casa o presentar a sus padres. Su gran amiga, Meta Schwarz, recuerda que aunque eran inseparables, Gerda nunca la invitó a un cumpleaños: siempre tenía pretextos perfectos, y perfeccionados, para que la vida social y la familiar no se cruzaran. Suponía que parecerse a los otros era la única garantía de éxito en un mundo hostil a los judíos.

A los 18 años las dos muchachas pasaron una temporada en un pensionado de señoritas suizo, donde mejoraron el francés, el inglés y tomaron cursos de arte y deportes. Al regreso, Gerda se inscribió en una escuela de comercio donde destacó por la conducta mundana y liberal, y por la facilidad para hacer relaciones. Refinada en el vestir, siempre de tacos altos y pelo cortado a la garconne, era el prototipo de la mujer emancipada. Se comprometió con un empresario en ascenso, que tenía el doble de su edad, con quien frecuentaba clubes y cafés de moda. Sus amigos la llamaban muñequita de lujo. Cuando Meta iba a bailar a las asociaciones de estudiantes alemanes -donde los judíos no eran bienvenidos- Gerda pasaba por alto, y con estilo, la flagrante discriminación inventándose algún compromiso.

En 1929 la familia se instaló en Leipzig donde el padre abrió una empresa. Aunque el cambio era expresión de que el negocio familiar se afirmaba y con él, la posibilidad de ascenso social que tanto le preocupaba, Gerda vivió la mudanza como una pérdida. Dejaba atrás a los amigos y al prometido. Los primeros meses en Leipzig no hizo más que llamar por teléfono a Stuttgart y escribir cartas dando cuenta detallada de sus pasos y de cuánto extrañaba su mundo.

LEIPZIG. Leipzig fue escenario de nuevas amistades, de ruptura con lo que hasta el momento eran sus intereses y sobre todo del nacimiento de la conciencia política en una Alemania sacudida por la desocupación, la movilización obrera y el nacionalsocialismo.

El antisemitismo y las manifestaciones contra la "peste judía" crecían revelando que la ingenua estrategia de la adolescencia ya no podía protegerla. Con humor y lucidez le escribió a Meta prometiéndole -si los nazis no la mataban antes, dijo- un retrato pormenorizado de sus admiradores. Uno de ellos se llamaba Georg Kuritzkes. Era un joven judío nacido en Suiza a raíz del exilio de su madre, una comunista que había tratado a Lenin. En principio la relación fue sólo amistad y coqueteo: "Se puede estar enamorada de dos hombres al mismo tiempo. No me hago problema por eso, sería estúpido de mi parte", le dijo a Meta. En casa de la madre de Georg, sitio de encuentro de intelectuales y artistas de la izquierda alemana, hizo amistades que tendrían gran influencia en su formación. Simultáneamente el negocio familiar empezó a hacer agua, frustrando la aspiración de éxito. Esa circunstancia personal y política fue decisiva para que aceptara su condición de judía y olvidara el sueño de una vida burguesa. Ya no quería parecerse a los otros sino cambiar el mundo.

Meta la vio llegar un día a Stuttgart dispuesta a romper el compromiso matrimonial -había elegido a Georg- y explicar a los amigos la razón de tan radicales cambios. Durante las discusiones sobre la situación política, el futuro de Alemania y el destino de cada uno, la amiga sintió que estaba frente a una persona distinta. Gerda repetía con vehemencia, angustiosamente, que era necesario actuar y que no se podía permanecer indiferente ante las atrocidades cotidianas.

PRISIÓN. En enero de 1933 Hitler asumió como canciller del Reich. Tres meses después disolvió el Parlamento e hizo votar la ley de defensa del pueblo y el Estado. Luego expulsó de la administración pública a los no arios y a los que no pudieran demostrar fidelidad al régimen. En abril comenzó el boicot contra los comercios judíos -Pohorylle tuvo que cerrar la empresa-, les prohibió ejercer la medicina, la abogacía y hasta la entrada a la Universidad. En junio, una ley decretó la obligatoriedad del saludo nazi.

Gerda estrechó vínculos con los círculos de resistencia: imprimía y repartía volantes, y participaba en las cada vez más reprimidas manifestaciones de oposición. Sin embargo nunca llegó a ser una militante partidaria aunque, como sus dos hermanos y otros miles de jóvenes alemanes, colaboró con la llamada Oposición Sindical Revolucionaria, frente de masas ligado a los comunistas.

La tarde del 18 de marzo de 1933 uniformados de las SA llegaron a casa de los Pohorylle en busca de Oskar, el hermano mayor. Como el muchacho no estaba, se llevaron a Gerda. Una compañera de detención recuerda que durante los interrogatorios, Gerda representó a la perfección el papel de jovencita frívola y apolítica. La liberaron al cabo de 17 días de cautiverio, gracias a su pasaporte polaco. En mayo dejó Alemania.

EXILIO. A principios de la década del `30, París era el centro político y cultural de los emigrados alemanes. Vivían miserablemente, marginados, pues no era fácil conseguir documentos ni trabajo en un país que comenzaba a proteger la mano de obra nacional y exhibía una creciente xenofobia. Aun así Francia representaba la libertad y la posibilidad de continuar en Europa, trabajando en la denuncia del nazismo. En mayo de 1933 Gerda y su amiga Ruth Cerf llegaron a París ayudadas por compañeros alemanes. Se alojaron en una pensión y consiguieron trabajo en negro, única forma de ganarse el sustento. Ruth recordaría esa época como de gran penuria: "No sé bien de qué vivíamos pero algo es seguro, vivíamos con muy poco". El café Au Capoulade, convocaba a lo más variado de la emigración alemana: comunistas disidentes, socialistas, trotskistas y agentes del Komintern. Allí Gerda se cruzó más de una vez con Walter Benjamin, Bertolt Brecht, Arthur Koestler y el futuro canciller alemán, Willy Brandt. Pronto las condiciones del exilio se deterioraron. Se generalizaron las campañas de los grupos paramilitares fascistas contra los emigrados, quienes además del insulto de judíos también recibían el de alemanes. "Han venido a comerse nuestro pan", gritaban los ultra nacionalistas y asentía el francés corriente. Privación e inseguridad fue la norma en la vida del refugiado; sin embargo tiempo después Gerda diría que en París comenzó a vivir.

BOB CAPA. Ruth le presentó en París a un fotógrafo húngaro llamado Endré Friedmann, quien pronto iba a ser conocido como Robert Capa, o simplemente Bob Capa. El joven apenas hablaba francés y malvivía como cualquier otro emigrado. Convencida del talento y del futuro que esperaba a su nuevo amor, se dispuso a hacerlo conocer. Poco tiempo después vivían juntos y Gerda oficiaba de asistente, secretaria y representante. Pensaba que Endré carecía de espíritu comercial y que su aspecto bohemio y desaliñado era una desventaja para imponerse en el mercado. Lo obligó a vestirse y peinarse bien y ordenó su vida. Él se sometió a sus planes -la llamaba "el jefe"- y la inició en el oficio fotográfico. Eran una pareja y una sociedad profesional. Gerda, sin embargo, no rompió con Georg (por entonces exiliado en Italia) a quien le escribió diciéndole que por el momento sus caminos se separaban pero que siempre correrían en paralelo.

En setiembre de 1935 se empleó en Alliance Photo, agencia que vendía fotos a revistas ilustradas como Vogue y Harper`s Bazaar. Gracias a su inteligencia, dominio de idiomas y sentido comercial, pronto fue mucho más que una asistente: proponía temas para reportajes fotográficos, negociaba precios y derechos. La agencia le dio también oportunidad de formarse artísticamente en una época en que la fotografía de prensa se transformaba y construía una nueva manera de ver.

El trabajo conjunto y disciplinado no lograba, sin embargo, mejorar su situación económica, por lo que Gerda cambió de estrategia. Así nació la invención Robert Capa: fotógrafo estadounidense, exitoso y muy cotizado. El artificio funcionó pues las fotos de Capa empezaron a cotizarse a un precio tres veces mayor que las de Friedmann. Gerda también creó para ella una nueva identidad. El nombre Gerda Taro -inspirado al parecer en Greta Garbo- corto y fácil de recordar, tenía además la ventaja de disimular el origen en un medio donde los extranjeros eran mal vistos. En junio de 1936 abandonó la agencia y buscó trabajo como fotógrafa profesional.

GUERRA Y REVOLUCIÓN. El alzamiento de Franco en julio de 1936 conmovió a la opinión pública mundial y desató un inmenso movimiento de solidaridad con la república española. España era la trinchera donde se jugaba la suerte de Europa y, para muchos, la esperanza de triunfo de la revolución social. A principios de agosto, armados con una Leica y una Rolleiflex, Gerda y Capa desembarcaron en Barcelona para realizar un número especial sobre la guerra civil destinado a Vu, prestigiosa revista francesa. Todos los extranjeros que ese año llegaron a España con las brigadas internacionales o como parte del movimiento de intelectuales en apoyo a la república dan cuenta del estado de euforia que se vivía. La palabra "compañero" se escuchaba en todos lados y en las calles, tapizadas de coloridos afiches políticos, resonaban canciones de victoria. Miles - con sed de sacrificio, como afirmó el escritor alemán Gustav Regler- se aprontaban para partir al frente. Contagiados de ese fervor, Gerda y Capa sentían vibrar en ellos la causa española. Fotografiaron las barricadas, las fábricas expropiadas, los niños y las mujeres del pueblo y a cientos de milicianos jóvenes y valientes, pobremente vestidos y peor armados. La revolución estaba ante sus ojos. Los textos breves que acompañaban las fotos, en general redactadas por Gerda, trasmitían admiración y simpatía. Las imágenes eran documentos y armas de combate. Schaber apunta que la indisimulada parcialidad de las fotografías, la voluntad de no ocultar el pensamiento que estaba tras de la cámara, es lo que las vuelve documentos honestos y cargados de significado. A su vez, Maspero destaca el cambio que los aparatos fotográficos introdujeron en la prensa y en el oficio de periodista. Ligeras y manejables, las nuevas cámaras terminaron con la obligación de posar ante ellas, permitieron liberarse del trípode asegurando la exactitud del encuadre, y fue posible disparar 36 fotos sin cambiar el rollo. "El foto reportaje hizo entrar al hogar los rostros vivos del mundo. Así, de una revolución técnica nació una prensa innovadora", afirma.

A fines de agosto dejaron Barcelona para documentar el sitio republicano al Alcázar de Toledo; luego hicieron imágenes de la evacuación de Cerro Muriano, en Sierra Morena, cuya población huía de los moros al servicio de Franco. Allí Capa tomó una de sus fotografías más famosas, la del miliciano que cae volteado por una bala en el pecho. Un periodista del diario madrileño La Voz que los cruzó en el frente, quedó fascinado por la determinación e intrepidez de su forma de trabajo. Se exponían arriesgando la vida para captar la mejor imagen y se daban coraje gritándose "Adelante", bajo el estruendo de las balas. No se veían como fotógrafos sino como combatientes. Quienes los trataron durante las seis semanas que duró el primer viaje a España hablan de la estrecha y generosa colaboración profesional de la pareja. Eran una unidad.

NUEVA MARCA. A fines de setiembre de 1936 volvieron a París, donde se centralizaba el reclutamiento y organización de los voluntarios de todo el mundo que se sumaban a la causa republicana. Mientras Capa preparaba el regreso a España, Gerda viajó a Italia para encontrarse con Georg a quien convenció de unirse a las Brigadas Internacionales. La foto del miliciano, reproducida por diarios europeos y estadounidenses, dio proyección internacional y mejoró las condiciones de trabajo de Capa. Obtuvo un contrato fijo y sus imágenes empezaron a publicarse en la prensa inglesa, suiza y en la recién inaugurada revista Life. Gerda también obtuvo un contrato permanente de Ce soir, semanario del Partido Comunista dirigido por Louis Aragon.

La guerra civil española acaparaba la atención de los diarios europeos, y el foto reportaje, con sus imágenes instantáneas, directas y emotivas, confirió nuevo estatus a los fotógrafos. Maspero señala que los fotógrafos, hasta el momento anónimos trabajadores, empezaron a ser considerados autores, fueron aclamados y su producción se cotizó alto en el mercado.

Las primeras fotos de España no distinguen autoría: se reúnen indistintamente bajo la marca Capa; luego las firmaron como "Reportaje Capa & Taro". Finalmente, confiada en que podía trabajar en forma independiente, Gerda comenzó a firmar con nombre propio. Junto a la independencia profesional se produjo también un cierto distanciamiento en la relación personal. La belleza y personalidad de Gerda eran a la vez causa de su enorme éxito con los hombres y de tormento para Capa, quien sufría terriblemente con las frecuentes aventuras amorosas en las que se embarcaba su compañera. Capa hablaba de Gerda como su gran amor pero Gerda empezó a referirse a él simplemente como su colega.

DESASTRES. Los periodistas y escritores que trabajaban por la república se alojaban en la gran casa madrileña de un noble, expropiada por el gobierno y transformada en cuartel general de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Allí estaban también José Bergamín, Rafael Alberti, su mujer María Teresa León, Ilya Ehrenburg, Pablo Neruda, Ernest Hemingway, Joris Ivens y John Dos Passos, con quien Gerda hizo gran amistad. Los bombardeos sobre Madrid, que tanto interesaban a los alemanes para estudiar el comportamiento de la población civil, la destrucción de Guernica, la caída de Málaga, mostraron los horrores de la guerra. Si en la primera incursión en España Gerda fotografió la promesa de victoria, cuando el avance franquista comenzó a hacer estragos su mirada se volvió hacia las víctimas. Desaparecieron los rostros sonrientes de hombres y mujeres armados, con los puños en alto. Aquellas fotos que respiraban libertad, confianza en el triunfo militar y admiración por el ensayo de revolución social, dejaron paso a las imágenes de cuerpos caídos en el campo y en las calles, a los rostros de la gente de pueblo, hambrienta y extenuada, resistiendo a pesar de todo.

Todas las mañanas salía temprano rumbo al Hospital o al frente de batalla, vestida con pantalones, casaca y alpargatas. Los testimonios hablan del coraje, aun de la temeridad, de "la pequeña rubia", como la llamaban. No tomaba fotos amparada en un lugar seguro sino que corría entre las balas, avanzaba con los soldados. Había llegado a tal compromiso con la causa republicana que llegó a decir que se sentía y era española. En julio de 1937 fotografió la apertura del Segundo Congreso de escritores para la defensa de la cultura, que reunió en Valencia a Hemingway, Neruda, Aragon, Nicolás Guillén, César Vallejo, André Malraux y Octavio Paz, entre otros. El principal asunto que ocupaba la conversación de los participantes era la ofensiva lanzada tras la caída de Bilbao. Con la apertura de ese frente al oeste de Madrid, el gobierno republicano buscaba aliviar la presión sobre la capital, agotada tras meses de asedio y bombardeos.

BATALLAS. Las fotos de Gerda -las primeras que se difundieron sobre la victoriosa ofensiva- fueron difundidas con grandes titulares en la prensa francesa. El hecho acrecentó su prestigio como fotógrafa de guerra osada y valiente. Después de una corta estadía en París volvió a Madrid con la intención de quedarse dos semanas. Había acordado con Capa que viajarían juntos para cubrir la invasión de Japón a China. Mientras tanto, en Brunete el escenario había cambiado: la población comenzó a ser objeto de bombardeos masivos, día y noche, y la contraofensiva se convirtió en retirada. Ni siquiera estaban a salvo las ambulancias ni los médicos que no daban abasto para recoger y trasladar heridos bajo los ataques. Gerda quería dar cuenta del "gigantesco esfuerzo" de resistencia de la batalla de Brunete. El domingo 25 de julio, víspera de su regreso a París, partió a la ciudad, que había sido recuperada el día anterior por los franquistas. La acompañaba el periodista canadiense Ted Allan.

En las primeras horas de la tarde llegaron al cuartel del general Walter, combatiente voluntario, al frente de una división de las brigadas internacionales. Walter les ordenó volver a Madrid inmediatamente. "En pocos minutos, esto será el infierno", advirtió. El anuncio del general describe exactamente lo que sucedió. Ese domingo la Legión Cóndor se proponía, según la expresión del teniente alemán Adolf Galland, "terminar el trabajo": bombardear y luego seguir con fuego de metralla a todo objeto en movimiento. Gerda ignoró la orden de Walter y convenció a Allan de quedarse para hacer más fotografías. Pronto empezó el bombardeo y tuvieron que lanzarse a una cuneta, donde quedaron atrapados por las bombas y el fuego. Cada tanto, Gerda sacaba el brazo y disparaba la cámara. Recién al fin de la tarde, en uno de los raros momentos en que disminuyeron los ataques aéreos, pudieron salir. Lograron alcanzar un auto de turismo que viajaba repleto de heridos y se treparon, con el vehículo en marcha, a los estribos. Uno a cada lado. Avanzaban con lentitud, dejando muertos y heridos al borde del camino. De pronto en el horizonte volvieron a aparecer los aviones en vuelo rasante. Un poco más adelante un tanque republicano entró en el camino. El conductor trató de esquivarlo pero en el intento perdió el control del auto, que empezó a bandearse de un lado a otro de la ruta. Allan y Gerda apenas lograban mantenerse colgados hasta que una de las sacudidas los despidió. El tanque aplastó las piernas y el vientre de Gerda. Del otro lado, con las piernas quebradas, Allan la oía gritar. El bombardeo recomenzó. La llevaron aún con vida al hospital de El Escorial. Murió a la madrugada siguiente.

HIJA DE PARÍS. En París, no sabían cómo darle la terrible noticia a Capa. La tarea cayó en Aragon quien lo vio sumirse en la desesperación, tanto que los amigos temieron el suicidio. Decidieron enterrarla en la ciudad de la que dijo Aragon, era un poco hija. Capa, su amiga Ruth y el escritor Paul Nizan, corresponsal de Ce soir, partieron a Port Bou a buscar el cuerpo.

El 1º de agosto el féretro llegó a la estación de Austerlitz. El padre y el hermano de Gerda viajaron desde Belgrado, donde la familia había buscado refugio, para estar presentes en la ceremonia. Año después Capa recordaría la dureza del encuentro y los furiosos reproches del hermano acusándolo de haberla arrastrado a la aventura de la guerra para luego dejarla sola. La enterraron en el Père Lachaise en un acto, ceremonia fúnebre y manifestación política, que convocó a cien mil personas.

En 1941 la familia Pohorylle fue llevada a un campo de concentración en las afueras de Belgrado y asesinada en una de las ejecuciones masivas que justificaron la afirmación hecha en Berlín por el gobierno alemán un año después: "En Serbia no existe más la cuestión judía".

En 1942, con la ocupación de París, los nazis ordenaron retirar de su tumba el epitafio que la recordaba como fotógrafa caída en el ejercicio de su profesión. Más tarde, la mayoría de sus fotos fueron re-tituladas bajo el crédito Capa/Magnum. Según los biógrafos, el propio Capa propició esa confusión pues, acostumbrado a considerar como suyas las imágenes de la fotógrafa, comenzó a difundirlas con su nombre. Por eso, afirma Maspero, el destino de Gerda fue el más cruel de todos los que pueden tocarle a las sombras: no ser ni siquiera su propia sombra, sino la de otro.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar