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Cómo se sobrepuso Medellín a la peor violencia

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Hip hop en Medellín

Recuperación que no es milagro

El relato de la restauración de Medellín es importante, la supervivencia planetaria pos pandemia lo va a precisar.

A 30 años del peor momento que vivió la ciudad —las embestidas furiosas de Pablo Escobar de 1989, de 1991—  y en medio de la paralización que provoca en Medellín la pandemia del Coronavirus, sabemos que nada volverá a ser como antes. Aunque el día después nos reencuentre en toda América Latina, de Tierra del Fuego a Ciudad Juárez, con viejos conocidos —desigualdad, violencia, desempleo, aislamiento de comunidades enteras, y el poder del crimen organizado, en particular el del narcotráfico— habrá nuevos desafíos no sólo en el plano laboral, sino también en el comunitario. En este sentido las lecciones que dejó la recuperación de Medellín en estos 30 años a nivel político, social, económico, pero sobre todo urbanístico y de gestión, pueden ser una guía ética de acción para la era post pandemia. Más allá de los eslóganes que han prendido fuerte (“De esta salimos todos”), los que vivimos en ciudades sabemos que tenemos que recuperarlas, porque allí vivimos, trabajamos, formamos familia, buscamos la felicidad y nos realizamos como ciudadanos.

La reciente visita de este cronista a la Comuna 13 de Medellín —sitio con una energía especial por cómo se sustrajo a la violencia, aunque persisten muchos problemas— y dos libros nuevos, Medellín, Urbanismo y sociedad del arquitecto colombiano Jorge Pérez Jaramillo, y Construir y habitar, Ética para la ciudad de Richard Sennett,  permiten abordar el caso. El primero fue director de planeación de Medellín para el período 2012-2015 y profesor en Cambridge; el segundo, sociólogo, fue creador de la fundación Theatrum Mundi dedicada a la investigación sobre Cultura urbana, y también es profesor de la London School of Economics y de la Universidad de Nueva York. Su libro es un abordaje por lo alto de los problemas y las soluciones de las ciudades a nivel global, desde Nueva York a Shanghai, pasando por Medellín y Nueva Delhi, con un lenguaje cercano a la crónica.

En la Comuna 13

Las cuarentenas han instalado el silencio en nuestras ciudades, un silencio profundo sobre todo en horas de la noche. Pero el enemigo no siempre fue silencioso. Así lo cuenta nuestro guía, un joven padre de familia de una comunidad llamada Casa Kolacho, en la Comuna 13 (área integrada por 19 barrios). Un lugar que, por su situación geográfica, fue durante muchos años territorio off limits para el Estado colombiano. Los guías ofrecen un muy popular “graffiti tour” —así se lo conoce entre los turistas— pero es mucho más, sobre todo para quien quiere comprender el contexto, las razones últimas. A medida que avanzamos ladera arriba, porque toda Medellín está en un valle, los coloridos y monumentales graffitis van dejando lugar a la cultura del lugar, el hip hop. El guía explica que “esta cultura la entendemos en base a cuatro elementos: el Dj, el rap, el graffiti y el break dance”. Se siente música en el ambiente, y hay despliegues de break dance a ciertas horas, donde se juntan los turistas que deambulan y filman y sacan fotos con sus teléfono móviles.

No siempre fue así. En el año 2002 el Estado colombiano decidió terminar con la violencia y recuperar el control de la Comuna 13. La que se conocía como Operación Orión, el avance del Ejército, la policía y la Fuerza Aérea, llevaba ya varias fases y la definitiva iba a estar supervisada por el propio presidente Álvaro Uribe. En la Comuna operaban varias guerrillas, las FARC, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y los Comandos Armados del Pueblo (CAP). La operación del Estado estaba secundada por los paramilitares, que avanzarían por uno de los lindes de la Comuna. El 16 de octubre de 2002 sellaron el barrio, nadie entraba ni salía. La población civil, en sus casas, estaba aterrorizada, sabía de la brutalidad de estos enfrentamientos y de sus consecuencias. Pero no imaginaron lo que vendría. Los helicópteros Black Hawk de la Fuerza Aérea comenzaron barriendo las casas de forma indiscriminada disparando sus ametralladoras antiaéreas .50, con esos proyectiles que atraviesan paredes, viviendas enteras. Luego avanzaron, y la guerrilla huyó. Así contado parece simple, pero no. Tras años de convivencia, la guerrilla había establecido vínculos con la población civil —a veces a pura coerción. Ciertas patrullas del Ejército ingresaron con un paramilitar al frente, individuo fácil de identificar por su vestimenta, sus botas de goma. Éste señalaba tal o cual casa, y los militares actuaban. Eso blindaba legalmente al Ejército, no lo exponía. Era “otro”, un ilegal, quien señalaba las casas de los sospechosos. Una famosa foto de Jesús Abad Colorado, quien mejor narró con sus imágenes el conflicto armado colombiano y es hoy un icono en las redes, lo corrobora con inusual potencia periodística y estética. Nuestro guía nos muestra un montículo de escombros junto a uno de los pasajes. Han pasado muchos años de la Operación Orión pero hoy, cada día, todos saben que allí, en esa escombrera, yacen muchos desaparecidos de aquella operación, pero también otros desaparecidos de años anteriores, de los ajustes de cuentas del crimen organizado, del narcotráfico, del contrabando. Hay madres que reclaman desarmar el montículo para llegar, quizá, a sus seres queridos. “Lo único que nos faltó”, piensa el guía, “fue Pablo Escobar”.

Y es en ese momento cuando, al escuchar el rap o la performance de break dance llevada a cabo por chicos que parecen profesionales, alegres y concentrados, que el optimismo invade y contagia. El show se realiza junto a un curioso despliegue de escaleras mecánicas muy coloridas. Medellín construyó en la Comuna 13 una red de escaleras mecánicas interconectadas entre sí que permiten subir casi sin esfuerzo, algo que los ancianos, los enfermos y los más débiles han agradecido, pero sobre todo los trabajadores que deben trasladarse día a día hacia otros lugares de la ciudad, acortando los tiempos.

A pura gestión

El caso de la Comuna 13 es sólo una parte de un proceso más amplio que involucra a toda la ciudad de Medellín, y que desde hace tres décadas viene convocando la atención del mundo. El libro que le publicó la editorial española Turner al arquitecto Jorge Pérez Jaramillo ofrece el caso en toda su complejidad no solo urbanística, sino política, económica y social, y también lo ordena de forma lineal, porque el proceso ha tenido sus altibajos.

Cualquier extranjero que haya caminado hace poco por la ciudad lo percibe en sus calles, sus parques, en los rostros: en Medellín se puede vivir, criar hijos, trabajar, tener esperanza, y conseguir muy buenos libros (hay muchas y hermosas librerías). Hay orgullo por lo que se ha logrado, crece el turismo, es ciudad de congresos. No siempre fue así. En 1905 tenía 60 mil habitantes, en 1951 cerca de 360 mil, y hoy casi dos millones y medio. Desde 1970 se produjo un declive productivo e industrial que se agudizó en la década de los 80 y principios de los 90. Un municipio aledaño como Envigado vio perder sus espacios públicos a manos del control férreo de la organización de Pablo Escobar, y muchos vecinos debieron huir. La ciudad se fragmentó, los barrios lejanos se aislaron, cundió el miedo y el terror. No había futuro. Establecer el relato del proceso es un gran desafío, afirma Jorge Pérez. En el prefacio de Medellín, Urbanismo y sociedad, el profesor de la Universidad de Berkeley en California, Jason Coburn, escribió antes de la pandemia: “La restauración de Medellín es uno de los relatos más importantes que se contará en el contexto de la supervivencia planetaria en el siglo XXI (…) porque captura los procesos necesarios para restaurar una ciudad y resolver muchos problemas que nos aquejan hoy: inclusión social, democracia, sustentabilidad ecológica y bienestar de las poblaciones”.

Una clave está en la creación de parques urbanos como los Parques del Río, no sólo parques menores identificados con los barrios donde la presencia de población es más homogénea. Como dice Richard Sennett en Construir y habitar, estos espacios buscan integrar a toda la comunidad, a los distintos, a los diferentes. Pero no son operaciones urbanas sencillas, al contrario, son complejas, y muchas veces condenadas al fracaso. Por ejemplo, los altibajos que esa idea tuvo en el siglo XIX con el Central Park de Nueva York son reveladores. El gran parque urbano que iba a integrar a todas las razas, clases y religiones es hoy un hermoso paseo liberado del crimen pero rodeado de barrios ricos.

Para implementar estos procesos Medellín carecía de autonomía política frente al centralismo de la capital, Bogotá. En 1985, tras un amplio acuerdo, fue la primera ciudad de Colombia en tener un plan metropolitano, en 1988 tuvo la primera elección popular de alcaldes, y en 1990 se creó la Conserjería Presidencial para Medellín. En 1991 se inaugura el Metro, una gran línea a cielo abierto por el medio del valle junto al río Medellín, por lo que podría llamarse la “columna vertebral” o eje geográfico de la ciudad. El Metro, como las bibliotecas, las restauraciones ecológicas, los centros comunitarios en los barrios marginados, o la recuperación de espacios públicos, son los hitos visibles, los que ilustran las revistas de arquitectura o las fotos icónicas de las agencias de noticias, pero hay que tener cuidado. Jason Coburn advierte: “Para comprender el cambio urbano en todo el mundo (hay que entender) que la gente y los procesos son igual de importantes, o más, que los cambios físicos. Los urbanistas, arquitectos, gestores, líderes y organizaciones civiles de Medellín innovaron creando procesos para la toma de decisiones. Quizá esto resultó más decisivo”.

Tanto como el Metro. En las conversaciones con cualquier habitante de Medellín el Metro siempre está presente, de una forma u otra. Es movilidad, rapidez e integración. Sennet entiende bien este cambio. Para él lo determinante de un transporte así es la velocidad. “En términos generales los humanos se mueven en un espacio y habitan un lugar. La ciudad del barón Haussmann (París) favorecía el espacio por encima del lugar; las redes de transporte conectaban la población a través del espacio, pero reducían su experiencia en el lugar”. Y ese espacio es el espacio público, el de todos, el que promueve y consolida la ciudadanía urbana. Hoy los habitantes de Medellín viajan más rápido de un punto a otro. Pasan más tiempo en el espacio público que en su lugar. Eso es movimiento, lo que Haussmann consideraba “una buena ciudad”, una que integra y no separa, y que pone cara a cara a gente de barrios que de otra manera quizá nunca se habrían visto el rostro.
Jorge Pérez también advierte sobre los peligros de la caricaturización, uno que crea villanos dignos de revistas de superhéroes (Pablo Escobar) o salvadores mesiánicos, para terminar imponiendo la idea de un “milagro Medellín”, como si todo fuera producto de una gesta heroica. La realidad es más compleja. La palabra clave en Medellín, Urbanismo y sociedad es “planificación”. Más allá de los diversos planes urbanísticos llevados adelante desde lo público, lo que importa es que esas grandes movidas fueron enormes acuerdos políticos entre los diversos actores, acuerdos que a veces fueron exitosos, otros no. “Todavía tenemos factores complejos de pobreza e inequidad, prevalencia de ilegalidad y crimen organizado (…) y una economía en general muy frágil. Somos un territorio que requiere volver a preguntarse algunas cosas, retomar el diálogo social, y reemprender el camino del trabajo articulado y persistente, a través del cual ha sido posible construir sobre el dolor y la desesperanza”. Porque como señala Carlos Alberto Patiño Villa, de la Universidad Nacional de Colombia, “el narcotráfico se insertó en las fracturas de la sociedad urbana, no las creó. Aprovechó los intersticios”.

Pero hay muchos que aún no entiende, sobre todo respecto al supuesto legado mítico de la violencia. Le sucedió a este cronista cuando tomó un taxi en Medellín. El taxista, al detectar que sus pasajeros eran turistas, ofreció un tour especial por los sitios de Pablo Escobar, incluso el acceso “exclusivo” a supuestos museos donde todavía estarían los autos deportivos de la colección del capo y otras excentricidades. Todo tarifado, por supuesto, lo cual no disminuyó la sospecha de un engaño. También recuerdo a nuestro guía en el “graffiti tour” de la Comuna quejándose de ciertos turistas, sobre todo mexicanos, que vienen a ver lo relativo a Escobar con gran excitación; poco les importa la movida actual del hip hop. Es lo que tiene el lado seductor, fashion, de la violencia, una adrenalina muy buscada por el consumidor mediocre de esta era.

MEDELLÍN, URBANISMO Y SOCIEDAD, de Jorge Pérez Jaramillo. Turner, 2019. Madrid, 246 págs., con dos pliegos de fotografías a color de Pepe Navarro. Distribuye Océano.
CONSTRUIR Y HABITAR, Ética para la ciudad, de Richard Sennett. Anagrama, 2019. Barcelona, 432 págs. Traducido por Marco Aurelio Galmarini. Distribuye Gussi.

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