Poéticas de Milán

Baudelaire, ni tímido ni cauteloso a la hora de imprecar o de condenar al hipócrita, su igual

Un igual que también está desolado ante el mundo

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Eduardo Milan
Eduardo Milán
(foto Leonardo Mainé/Archivo El País)

por Eduardo Milán
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En el “Umbral” a Las flores del mal (1848) Baudelaire, sin tocar directamente a la poesía, vuelve cómplice al lector de un fracaso enunciado entrelíneas: “Hipócrita lector, mi semejante, mi hermano”. ¿Por qué? El lector es el que da vida al ritual poético luego de que este es puesto en marcha por el poeta. Ese “otro” que es el lector para la tradición poética occidental siempre apareció desde los albores de la primera modernidad en el Renacimiento. Hay que recordar que precisamente en el dolce stil novo abundan los ejemplos —sobre todo en Cavalvanti— de ver el poema mismo como otro, “hablarle” a ese otro, no para cuestionarlo sobre su validez o por cualquier otra cuestión. Esa complicidad con el poema de los stilnovistas nace en la retórica de amor, no tanto en la realidad, que ubica al poeta en una posición de soledad y desvalimiento ante el desafío amoroso. El amor es tan “difícil” que se construye una retórica de la dificultad —y tan temprana y ciertamente eficaz esa retórica ya en el Renacimiento— que el poeta, o el sujeto lírico que se descubre vulnerable ante un misterio insondable, necesitan hacer frente con otro a ese desconocido o a esa amenaza que representa la amada, verdadera dueña de la llave de toda posibilidad. Pero Baudelaire convoca —en un sentido negativo, casi acusatorio— al lector para que participe en el espacio de desolación que el poeta está condenado a habitar. El repliegue del poeta —no necesariamente el fracaso de la poesía— ante el mundo es completo. La Revolución Industrial, el auge de la burguesía capitalista, el aluvión de transformaciones tecnológicas que se avizora, además de la ocupación de los espacios públicos y culturales de una clase que reparte su ocio voraz con la explotación más despiadada hacen conjeturar que Baudelaire podría estar pensando en ese lector burgués —el creador de la lectura como la entendemos hasta el despuntar de la virtualidad— cuando habla de hipocresía. Pero Baudelaire no era ni tímido ni cauteloso a la hora de imprecar o de condenar. Ese “hipócrita” parece referirse, entonces, al que es su igual, al que está igualmente desolado ante el mundo y atrapado en las redes de una práctica que no tiene mucho horizonte de desarrollo abierto.

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