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Crónica de viaje

Atenas, el turismo idiota, y la democracia: un paseo por las ruinas arqueológicas de la Grecia clásica

Cerca del Partenón está la colina de la Pnyx, en cuya cumbre funcionó durante 300 años la asamblea de la democracia ateniense. Pero a nadie le interesa.

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Cumbre de la Pnyx: Pedro Olalla cuenta cómo funcionaba en la explanada la asamblea de la democracia ateniense. Al fondo, el Partenón.
(foto László Erdélyi)

por László Erdélyi
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Subir a la colina del Acrópolis de Atenas es asunto de titanes. No parece mucho, serán dos cerros de Montevideo con algo más de cien metros, pero la cola ya congrega a miles de turistas. Son las ocho de la mañana y hay 36 grados centígrados a la sombra, el pronóstico indica 48 grados para el mediodía, y las autoridades han decidido cerrar el recinto arqueológico a las 11 para reabrirlo en la tarde. Aspirar implica tomar aire caliente, hay que hacerlo despacio, y avanzando con pequeños pasos, evitando los empujones.

La meta es el Partenón, ese templo semidestruido, saqueado y adorado en tantas imágenes turísticas. La Cruz Roja sabe que el calor puede provocar desmayos y sus voluntarios alcanzan pequeñas botellas de agua helada que los turistas despachan ávidos. La magra sombra de los olivos silvestres que crecen entre las piedras no ayuda. Luego la fila se ordena. La mirada está puesta en la cumbre, que por ahora son solo perfiles de rocas áridas y marmoladas, contrastadas por el cielo azul. ¿Es esto Grecia? Recuerdo las palabras de Tucídides, “toda Grecia está en el aire”, está en vilo, es un proyecto inconcluso, en construcción. Pero aun no lo entendemos.

Una hora más tarde aparece el Propileo, la majestuosa entrada a la Acrópolis que data del 437 antes de Cristo. Peldaño tras peldaño de mármol, la piedra dominante, se ingresa al recinto entre esas enormes columnas cuidando de no resbalar. El mármol lustroso, pisado por miles todos los días, es traicionero. A un costado está el templo de Atenea Niké, o Nike, “como la marca deportiva” dicen una y otra vez los guías a sus grupos en diversos idiomas. Eso parece ser lo importante. La paciencia con el turismo idiota se va agotando.

Entonces se abre el Partenón, majestuoso, aunque ya lo abrieron los venecianos de un cañonazo en el año 1637, porque los turcos guardaban allí su pólvora y el impacto hizo saltar gran parte del techo por los aires. Pero las 50 columnas que lo rodean soportaron increíblemente la brutal explosión. No hay selfie que pueda capturar su magnificencia, ni reflexión que comprenda su dimensión, ya que no es solo un templo dedicado a una diosa, ni una notable indagación técnica y estética; es, de forma deliberada, un contundente monumento a la ciudad y a su democracia. Pero esto último suele soslayarse.

La moderna Atenas no tiene edificios altos que rivalicen con este monte sagrado. Al costado del Partenón está el Erecteión con las damas erguidas, las Cariátides, que no ocultan sus curvas ni su sensualidad. El desprevenido no sabe que son réplicas. Las originales están en el magnífico Nuevo Museo del Acrópolis, junto al monte, un recinto como una caja de vidrio de presencias y ausencias. Allí están los 50 metros de frisos originales que quedan, de los 160 metros que rodeaban al Partenón. Robados, entre otros, por lord Elgin. El museo es una declaración, pues el saqueo es tema, memoria y reivindicación.

Son las 10 de la mañana y el sol reverbera furioso, reflejando sus rayos en el mármol de todo el Acrópolis. Hay que mirar dónde se pisa, siempre en un torpe equilibrio. Comienza el descenso. Otros montes menores rodean a la Acrópolis. Vemos el Areópago, adyacente, de fuerte simbolismo en la justicia de la democracia ateniense. Más allá la colina de las Musas, y la Pnyx, en cuya cumbre se realizaron, durante siglos, las asambleas de la democracia ateniense. Allí practicaron por vez primera el sistema político que hoy nos define. Pero ese lugar no convoca.

Gatos callejeros. El punto de encuentro con Pedro Olalla es la estación de metro Theseio, al pie de las colinas. Llegamos antes; tomamos un vaso de agua helada en un café junto a las vías del tren que pasa traqueteando, todo graffiteado y polémico, pues sus vías arrasaron con el pórtico Real del ágora clásica, aunque todavía se ven sus cimientos. El calor cede. A pocos metros se abre un yacimiento arqueológico reciente entre las casas modernas; son vestigios de los estoicos. Mientras tanto un gato cansino se acerca, arrastrando su calor. Mira como miran todos los gatos callejeros atenienses, dueños y señores de la vía pública e inmunes a las morisquetas y caricias de los turistas.

Pedro, helenista español y narrador que vive en Atenas, supo explicar con claridad lo más importante que surgió de estas ruinas: la idea de ciudadanía, una loca idea que inventaron unos griegos revolucionarios, algo radical para la época. Su libro Grecia en el aire (2015) que luego fue película con el mismo nombre (2017), trata de cómo nació esa ciudadanía, la política en democracia (la que construye vínculos, comunidad), y cómo en Grecia esa idea estaba siendo negada tras la brutal crisis que sufrió en 2009, una que trajo manifestaciones muy reprimidas por la policía, pobreza, hambre, crimen, suicidios, y mucho enojo con la política.

Pedro conduce camino arriba hacia la Pnyx por la peatonal Apóstol Pablo llena de cafés, turistas, músicos callejeros y gatos. En la esquina con Iraklidon está el café Athenaeon Politeia (“Régimen político de los atenienses”) con sus mesas al aire libre, esperando más comensales. A la izquierda está el ágora clásica, el sitio donde se congregaban los edificios públicos de la democracia. Está vallada, para entrar hay que pagar entrada. Salimos de la peatonal para cortar camino por la calle Pnikos. Una cuadra cuesta arriba y se abre, imponente, una mole entre los árboles. Es la Pnyx. “Estamos ingresando por una entrada trasera”, explica. No se paga entrada, es un lugar que no recauda, un parque público sin interés. Por un sendero rodeamos la mole de tierra con sus sillares. “Fueron puestos allí para sostener la explanada, que todavía no vemos, aunque los sillares superiores ya no están”. Mientras pisamos lo que parece un pedregullo triturado, Pedro se arrodilla y recoge un pequeñísimo trozo de cerámica de un par de centímetros. Pertenece a una vasija de la era clásica, de más de dos mil años. Una vez en la cumbre se abre al cielo el hemiciclo vacío, curtido por milenios de sol mediterráneo.

Como era de esperar no hay turistas, sólo algún ateniense paseando a su perro. Todo es un gran vacío, nada que justifique una selfie. ¿Cómo fotografiar una idea, la idea de democracia? Allí estábamos, parados, en un espacio tallado en la piedra donde cinco, seis mil atenienses se reunían para discutir los asuntos de Estado en pie de igualdad, por vez primera en la historia de la Humanidad. Allí vivió la democracia griega durante trescientos años, desde el siglo V antes de Cristo. Qué locos, pensarse iguales y con poder de legislar y juzgar, como los describió Aristóteles, cuando solo habían conocido hasta entonces el poder en manos de tiranos, déspotas, reyes. Se pensaron iguales, sí, pero dejaron afuera a los esclavos y a las mujeres, dicen los críticos actuales. La idea era perfecta, pero la democracia en los hechos no. Por eso suelen desacreditarla, y se equivocan. La democracia es una idea en construcción, una utopía que se fue perfeccionando a lo largo de los años, siempre con problemas e incertidumbres. Era y es algo que se siente inacabado, inconcluso, “en el aire”. Comenzamos a comprender a Tucídides. Lo increíble es que aquellos griegos discutidores que andaban de toga y sandalias, y que vivían vidas mucho más cortas que las nuestras, hayan podido pensar y practicar la ciudadanía. Una idea revolucionaria que sobrevivió a los tiempos, y que hoy, por ejemplo, le da a las mujeres las herramientas para reclamar y conquistar su tan postergada igualdad política.

Sentados en la explanada, Pedro le cuenta a la familia en qué lugar discutían esos griegos, qué se decían, quiénes hablaban. Solón, por ejemplo, fue el primero que se la jugó allá por el siglo VI a.C. Vio que la desigualdad económica era un obstáculo clave. “Intentó corregir esto para avanzar hacia la igualdad política” cuenta. Entonces, asamblea mediante, abolió la esclavitud por deudas. La misma esclavitud que, 25 siglos más tarde, el Fondo Monetario Internacional y la banca intentan imponer en Grecia, según muchos entienden.

En esa explanada abierta al cielo habló Pericles, considerado el padre de la democracia, y deambularon Platón y Aristóteles, que tenían visiones opuestas sobre el régimen político de los atenienses, aunque sus críticas a la democracia siempre se hicieron desde dentro. Observamos unas modificaciones en la roca. “Fueron las últimas obras realizadas en el recinto”. Es una suerte de tarima tallada para los oradores y que está intacta, realizada a finales del siglo IV a.C. Un poco más atrás quedan, apenas visibles, los cimientos del altar del Zeus que protegía a quienes hacían uso de la palabra. Con esta ubicación de la tarima el pueblo daba la espalda a la ciudad. No fue así siempre. Antes el pueblo se sentaba mirando a la ciudad, sus viñedos, sus casas. “Tal vez traían un almohadón o una banqueta, o se sentaban en el suelo, sobre esta misma roca que retiene el calor, igual que ahora”. El sol se pone, y la luz dorada ilumina a lo lejos el Acrópolis y el Partenón. La vista es magnífica, una energía extraña nos invade e invita a la reflexión. Lejos del turismo ruidoso, somos parte de un Olimpo calmo, mítico, silencioso.

Un par de días más tarde recorremos el ágora clásica, el lugar que reúne los órganos y símbolos de la democracia. Tomamos el metro desde plaza Omonia hasta Monastiraki para ingresar al ágora tras pagar la entrada. Hay pocos turistas. En el libro Grecia en el aire Pedro reflexiona sobre el lugar, uno que vivió tantos azares y circunstancias y que ahora es “un jardín extraño, sembrado de piedras y mármoles antiguos que la tierra ha devuelto a la luz como huesos pulidos en su seno, y que yacen ahora entre adelfas, olivos, laureles y plátanos envueltos en hiedra”. Están los cimientos de los edificios que albergaban los órganos ejecutivos y representativos, los que trataban las materias de gobierno o los de la justicia. Algo más elevado está el Templo de Hefestos, el Hefestión, un mini Partenón magníficamente conservado. Los carteles ilustrativos con información en griego y en inglés abundan. Pero las piedras y el calor cansan. Por eso para muchos la selfie con el Partenón ya es suficiente, justifica el viaje, y nunca llegan al ágora clásica ni saben de la Pnyx. La consigna es seguir de compras lo antes posible, sea en el Hondos Center, en Marks & Spencer, Bershka o Zara. “El ciudadano crítico sustituido por el consumidor indolente”, escribe en Grecia en el aire.

La Estoa de Átalos, en el ágora, fue reconstruida tal como era en la antigüedad. Bajo su techo está más fresco. Hay un gift shop con réplicas de diversos objetos arqueológicos a 20, 30, 50 euros. Pregunto por el material. Una vendedora dice “resina”, en un muy mal inglés. Pregunto, “¿no hay en mármol?” La cara de la chica se transforma; se pone violenta. “¡Eso es tráfico, está prohibido!” Intenté explicar que no me interesaban las piezas originales, que quería réplicas, y que en un elegante shopping céntrico las había visto en mármol, realizadas por artesanos locales. Pero el malentendido persistió, anunciando lo peor. Me retiré temiendo por mi integridad física. Nadie, ni todos los griegos en toga de la asamblea me habrían salvado.

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Una Grecia humanista
Pedro Olalla es español, nació en Oviedo en 1966, y se radicó desde muy joven en Atenas. Tiene, además de Grecia en el aire, varios libros que se pueden hallar en librerías uruguayas como Historia menor de Grecia o De senectute política, Carta sin respuesta a Cicerón. Su último libro, Palabras del Egeo, El mar, la lengua griega y los albores de la civilización (El Acantilado, 2022) reúne en sus páginas hallazgos de la antropología, la arqueología, la historia, la náutica, la genética, la geología, la mitología, la filología y la lingüística, que ilustran lo singular del legado de la civilización clásica griega para Occidente. Para ver la película Grecia en el aire haga click aquí https://vimeo.com/306280822

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