Las grietas que parten sociedades en bloques que se aborrecen mutuamente son un fenómeno exacerbado en este tiempo. Pero no sólo dividen cultural y políticamente a los habitantes de cada país y a los bloques de países. También ocurre en otros niveles. Por caso, una de las grietas que divide el mundo alcanzó a una de las bandas más prolíficas de la historia del rock: Pink Floyd.
En rigor, los actuales miembros del grupo británico están unidos también en esa dimensión. Pero uno de sus fundadores, aunque se separó de la banda en 1985, está intrínsecamente ligado a lo que significa Pink Floyd.
El bajista Roger Waters es un pilar fundamental de la historia de la banda, porque componía y diseñaba las puestas en su etapa más prolífica. El guitarrista David Gilmour también es una parte crucial de esa historia. Y la espantosa pelea que mantienen desde hace más de 35 años resulta desoladora por las millones de personas que se maravillaron con sus discos en el mundo entero.
Juntos hicieron “El Lado Oscuro de la Luna”, el álbum que revolucionó la psicodelia musical y llevó el rock a una nueva dimensión, más sofisticada en materia tecnológica y conceptual, en gran medida por el aporte que hizo a la obra del ingeniero de sonidos Alan Parsons. También juntos, Gimlmour y Waters construyeron un disco monumental a partir del tema “Otro Ladrillo en la Pared”. Por eso sus agrios choques duelen, como hubiera dolido que se odiaran Lennon y McCartney.
En el último capítulo del desprecio entre Gilmour y Waters aparece la esposa del bajista lanzando un ataque furibundo contra el guitarrista. En rigor, fue un contraataque, porque Polly Samson respondió acusando a Waters de antisemita, misógino, hipócrita, ladrón y mentiroso, a la crítica que el ex Pink Floyd lanzó contra la canción que la banda hizo a favor de Ucrania en la guerra con Rusia.
Esta batalla refleja una grieta que parte el mundo entre los que apoyan a Rusia y creen en sus argumentos para justificar la invasión a Ucrania, y quienes defienden al país invadido y ven en el jefe del Kremlin un déspota que expresa el agresivo ultranacionalismo ruso.
Por cierto, la grieta de Pink Floyd comenzó antes de que Waters dejara el grupo y se agudizó por sus intentos judiciales de bloquear la continuidad de la banda sin su presencia.
Para Rogers Waters, Pink Floyd no podía existir sin él, porque él era Pink Floyd. Pero David Gilmour y los otros dos integrantes, Rick Wright y Nick Mason, terminaron quedándose con la marca.
La verdad es que Pink Floyd perdió potencia y riqueza artística sin Waters, y Waters también perdió potencia y riqueza artística sin Pink Floyd. Ambas partes perdieron, pero la guerra continuó. Y en esta batalla, Rogers Waters atacó desde la controversial trinchera que eligió desde hace tiempo.
En la última década y media de la banda completa, en lo único que coincidían Waters y Gilmour era en el afecto por Syd Barrett, el guitarrista que lideró la banda en sus inicios y de la que lo separó su pérdida paulatina de conexión con la realidad.
En lo más profundo de la grieta hay egos, codicias y celos. Pero ese odio oscuro y viscoso lleva tiempo canalizándose por las opuestas visiones políticas del mundo que exhiben unos y el otro. Por caso, en la guerra que desangra a Ucrania, Gilmour, su esposa y letrista del grupo, y los otros dos integrantes de Pink Floyd, ven una invasión criminal y absolutamente injustificada, lanzada por un autócrata megalómano con ínfulas de Pedro el Grande. Por el contrario, Waters justifica la invasión lanzada por Putin con el mismo argumento lucubrado en las usinas propagandísticas del Kremlin: a Ucrania la gobiernan nazis dispuestos a convertir ese país en la plataforma para un ataque de la OTAN a Rusia.
La posición del talentoso guitarrista es una continuidad de su adhesión a regímenes autoritarios que confrontan con Estados Unidos y sus aliados europeos. Roger Waters siempre confundió “progresismo” con ultra-nacionalismos que, como en el caso de Vladimir Putin, son profunda y oscuramente conservadores, además de manejarse con concepciones geopolíticas como las que inspiraron el expansionismo hitleriano.
El ex guitarrista de Pink Floyd cree que el hecho de confrontar con Washington implica “progresismo”, lo que lo lleva a apoyar dictaduras calamitosas como la del chavismo residual y revela que su inmenso talento artístico contrasta de manera abrumadora con la negligencia y la ignorancia que nutren sus posicionamientos.
Desde esas nieblas atacó la canción en la que Pink Floyd se muestra abiertamente del lado ucraniano del conflicto, mereciendo el furibundo contraataque lanzado desde el otro lado de la Grieta.