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El otro “riesgo Brasil”

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El fracaso de una asonada golpista puede evitar una dictadura, pero puede engendrar un régimen también autoritario.

El fallido intento de golpe de Estado contra Hugo Chávez, en abril del 2002, creó las condiciones para que aquel exuberante líder caribeño avanzara hacia una concentración de poder hegemónico, iniciando el proceso que acabó clausurando a la oposición y convirtiendo a la crítica en disidencia.

El chavismo construyó un régimen mayoritarista en Venezuela, porque el liderazgo personalista de Chávez contó con el apoyo de las mayorías para excluir a las minorías de la toma de decisiones y eliminarlas como espacios de control y contención al poder del líder. Mientras que, tras la muerte de su creador, lo que quedó como régimen residual se convirtió en dictadura pura y dura, al perder el apoyo de las mayorías.

Un proceso similar se dio en Turquía, tras el fracaso del alzamiento militar contra Recep Tayyip Erdogán el 15 de julio del 2016. Lo que hasta ese momento había sido un gobierno democrático presidido por el partido religioso de Erdogán y Abdulá Gül, inició una deriva autoritaria que se valió de los golpistas para perseguir a la prensa independiente y a las figuras más importantes de la oposición, comenzando por el influyente Fethullah Gülen, poderoso mentor del oficialista Partido Justicia y Desarrollo, que terminó exiliándose en Estados Unidos.

La asonada del 2016 dio inicio a un proceso de “sultanización” de Erdogán, quién lleva varios años gobernando sin límites institucionales a su poder híper-personalista, ni controles sobre su gestión.

La descomposición de la democracia en Venezuela y en Turquía comenzó con asonadas golpistas contra liderazgos que pudieron superar asonadas sediciosas.

Una pregunta quedó flotando tras el asalto de la turba bolsonarista a los edificios de los tres poderes: ¿se extinguirá el bolsonarismo, permitiendo la resurrección de la democrática centroderecha brasileña?

Pero habría otra pregunta pertinente: ¿mantendrá Lula el gobierno de amplia coalición centrista y el apego a la democracia liberal?

Existe el riesgo de que, como hicieron Chávez y Erdogán, el presidente cuyo gobierno sobrevivió a la asonada en Brasilia, sienta la tentación de llevar la necesaria embestida judicial contra los golpistas, a una embestida mayor, para desactivar toda oposición y toda crítica.

De caer en esa tentación, Lula da Silva no buscaría apoyarse en el sector militar que lo respalda, sino en el Poder Judicial.

Como Bolsonaro embistió tantas veces y con tanta virulencia contra el Supremo Tribunal Federal (STF), la cúpula del Poder Judicial podría prestarse a una embestida amplia y devastadora contra el bolsonarismo.

El juez supremo Alexander de Moraes es uno de los blancos del ensañamiento del presidente ultraconservador y es probable que el revanchismo sea una de las marcas que le dejó el traumático cuatrienio de gobierno extremista.

De tal modo, si Lula decidiera convertir el golpismo bolsonarista en una coartada para estigmatizar a toda la crítica y toda la oposición con el rótulo de golpistas y antidemocráticos, lanzaría una cacería de brujas valiéndose del STJ.

De momento, no hay señales de que haya planes de poder hegemónico germinando en los despachos principales del Palacio del Planalto. Pero cuando un extremismo abiertamente antidemocrático pierde una crucial batalla, suelen crecer desviaciones oscuras en los gobiernos que sobreviven a la ofensiva golpista. Entre los ejemplos de la historia, están la construcción autoritaria de Chávez y la sultanización de Erdogán.

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Claudio Fantini

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