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El fatídico tercer año

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Con la presencia del presidente Luis Lacalle Pou ante la Asamblea General, el gobierno marcó el fin de su tercer año de gestión y pretende dar un reforzado impulso a lo que queda por hacer, en los dos años restantes.

Como viene sucediendo desde que en 1985 volvió la democracia, por alguna extraña razón todos los gobiernos pasaron su momento más difícil en el tercer año. El actual no es una excepción.

Pese a los avances, a obras completadas y en marcha, a una mejora en los indicadores y a una economía que se va fortaleciendo tras el sacudón de la pandemia, el gobierno y Lacalle Pou, vivieron un complicado 2022 y eso se refleja en una disminución sensible, si bien no dramática, de su popularidad en las encuestas.

El caso del ex custodio presidencial Alejandro Astesiano pegó duro y de ello se aprovechó, con todas las armas (lícitas unas pocas y no tanto las demás), el Frente Amplio. Es que la explotación casi abusiva que hizo del caso para horadar la imagen del presidente tiene sentido. La izquierda empieza a entender que el presidente no es el muchacho liviano y frívolo que imaginaban, sino un político consolidado que ejerce un fuerte liderazgo. Por eso, hay que salirle al cruce.

El caso dejó de importar por lo que era y se concentró en la puesta en escena de los chats, aparentemente filtrados desde la Fiscalía a los medios en forma selectiva e intencionada. Como toda charla telefónica, y pese al tono conspirativo que se les pretendió dar, muchos eran difíciles de entender. Hasta la más familiar conversación telefónica puede ser enigmática para alguien de afuera.

Sí, mucha gente del gobierno hablaba con este señor, por la simple razón de que era el custodio del presidente y por lo tanto quien tenía trato cotidiano con el. Todo periodista sabe que para acceder a información o a un político, el primer paso es ir tras los choferes y custodios: lo mismo pasa en política.

Son chats sin trascendencia cuando el custodio es custodio pero con el diario del lunes, se vuelven sospechosos aunque no tengan asidero. Según lo que difundían los medios, buena parte de esos chats eran eso tan solo, conversaciones sobre diversos temas, algunos candentes, que no llevaban a nada. Otros expresaban su jactancia por la cercanía con el presidente, exhibiendo una influencia que no siempre tenía. Otros pasaron a ser parte del legajo por el cual fue condenado.

La difusión presentada en tono conspirativo de estos chats perjudicó al presidente, pero al final la hojarasca se despejó y a Astesiano se lo condenó por lo que realmente fue delictivo.

Cerrado este caso, la hostilidad del Frente no cederá por una sencilla razón: si quiere volver al gobierno no tiene más remedio que hundir a Lacalle Pou.

Al principio el Frente, resentido por la derrota, pensó que con un par de golpes bajos descolocaría a un presidente considerado liviano y sin empatía con “lo popular”.

La intelectualidad que analiza la realidad política (solo la de la izquierda) no prestó atención al “fenómeno Lacalle” que se venía gestando desde 2014. Por lo tanto no pudo asesorar a sus amigos.

Si los politólogos hubieran analizado con rigor el cambio político gestado por la coalición multicolor y por Lacalle Pou, le hubieran dado insumos al Frente para entender mejor donde estaba parado.

Estudiar la nueva realidad política, y en especial la impronta del presidente, no debería avergonzar a ningún estudioso. No se trata de analizar con criterio partidista favorable a Lacalle. Se trata de una realidad, y con ella deben manejarse académicos que presumen ser rigurosos.

De todos modos, la torpeza seguirá. Basta ver los continuos tropiezos de Fernando Pereira. Es que si bien el Frente empezó a entender a quien enfrenta, transformó su estrategia en un obstinado intento de demoler a Lacalle. Por ser quien es y como es, ese intento puede convertirse en un bumeran.

Lo de Astesiano fue grave para el presidente porque todo se originó en su propia mala decisión al darle el cargo. Quizás llevado por eso tan uruguayo de “yo lo conozco desde chico”, desoyó advertencias.

En su primera conferencia de prensa tras la detención, reconoció su error y luego dejó que la Fiscalía investigue y que la Justicia actúe. Como es su estilo, mantuvo su aplomo, no se dejó provocar y siguió con la tarea de gobernar, que tuvo diluida cobertura ante el ruido de los chats.

Para un político que más allá de cual sea su intención personal, se proyecta hacia un futuro postelectoral donde seguirá teniendo preponderancia, quizás el golpe le haya venido bien. Una temprano aprendizaje de que nada, absolutamente nada, puede tomarse a la ligera. Que todo, hasta la designación de quien será su custodio, necesita pasar por un tamiz institucional serio y metódico. Ese fino olfato político que lleva en los genes, no es suficiente para evitar errores.

De los errores se aprende. O al menos eso es de desear.

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Tomás Linn

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