Natalia Ollora Triana, Ana Ponce de León Elizondo / The Conversation
Cuando los humanos comenzamos nuestro viaje vital como bebés, nuestra única forma de comunicación es a través de la expresión corporal, que incluyemovimiento expresivo y gestual, así como los sonidos que acompañan a estos gestos. Cuando adquirimos otros lenguajes, el movimiento expresivo pasa a ser algo no intencionado, de forma que el discurso puede quedar claro sin su apoyo.
Aunque esta expresión corporal de los bebés es innata, esto no quiere decir que no podamos educarla. A través de ella podemos alcanzar una forma de comunicarnos más completa, más creativa y más clara.
La ‘huella de movimiento’
A lo largo de la infancia vemos cómo, sin ningún tipo de vergüenza, los niños bailan cuando una música invita a ello. Si los observamos con detenimiento, podremos distinguir diferentes maneras de hacerlo. De la misma manera que nadie se mueve igual, nadie se expresa igual. Esta individualidad en los patrones de movimiento es lo que conocemos como “huella de movimiento”.
Si en el discurso verbal la creatividad y la claridad provienen de una rapidez y variedad de argumentos e ideas, en el lenguaje corporal proceden de usar el cuerpo de diferentes formas, a través de un movimientos y gestos variados, amplios y definidos.
La expresión corporal anticipa la verbal
Podemos darnos cuenta de muchas cosas simplemente observando el cuerpo, tanto el propio como el de los demás. Por ejemplo: cuando nos sentimos avasallados se reduce la postura, nos encojemos y nuestros movimientos son acortados. Por el contrario, si alguien se siente poderoso estira su cuerpo y realiza movimientos amplios y muy perceptibles.
Para “escuchar” y conocer estos signos es necesario desarrollar una “conciencia corporal”, que se alcanza cultivando la expresión del propio cuerpo desde la infancia. Ser conscientes de cómo reacciona y se expresa el cuerpo ante las distintas experiencias de la vida puede ser una manera de reconocer y gestionar nuestro estado emocional y nos puede servir para recuperar estados de equilibrio y control mediante movimientos determinados.
Por ejemplo: si tenemos tendencia a ponernos nerviosos pero hemos aprendido expresión corporal, cuando se acerque una situación que precisa concentración, podemos recuperar el control y superar la alteración realizando movimientos amplios con el cuerpo con inhalaciones profundas.
O puede ser al revés: si tendemos a la parsimonia y la tranquilidad y necesitamos animarnos o activarnos, realizar movimientos rápidos, pequeños y diferentes logrará ponernos en marcha.
La danza creativa para la educación del lenguaje corporal
La práctica de actividades de expresión corporal y danza ayudan al conocimiento de la corporalidad desde experiencias artísticas y culturales. Además, la danza tiene efectos beneficiosos sobre la salud y el bienestar y contribuye a la neuroplasticidad; es decir, su práctica, al involucrar a diferentes áreas del cerebro, fortalece la conectividad entre los dos hemisferios cerebrales.
Lejos de las destrezas y habilidades técnicas de la danza como disciplina, la danza creativa como guía para la exploración del movimiento individual es una experiencia que favorece la comprensión de las distintas dimensiones del movimiento expresivo: la expresión, la comunicación y la creatividad individual. Bailar ofrece un contexto de aprendizaje y desarrollo saludable para todas las edades.
Cómo danzar creativamente en el aula
El juego y la improvisación desde la danza creativa serán las estrategias utilizadas, buscando siempre que la persona adquiera la capacidad de mover cualquier parte del cuerpo de distintas maneras y siguiendo distintos ritmos. Es un proceso que comienza con la improvisación para progresar hacia la creación intencionada.
Para ello, por un lado, se consideran los elementos propios de la danza, parte del desarrollo motriz en cualquiera de sus formas (saltos, equilibrios, giros, desplazamientos). Por otro lado, entran en juego las dimensiones de la expresión corporal que permiten organizar la enseñanza: la dimensión expresiva, para aprender a expresarse corporalmente; la dimensión comunicativa, para poder comunicar lo que queremos con nuestro cuerpo; y la dimensión creativa, para hacerlo de una forma creativa y con un gran abanico de posibilidades.
Aprovechar el espacio y el juego
En el aula, podemos trabajar lo simbólico en forma de juego, apoyándonos en conceptos o imágenes conocidas que inducen al movimiento expresivo. Por ejemplo, moverse en el espacio como una bandada de estorninos (“murmullos de estorninos”; crear diálogos en los que primero se mueve una persona y en función del movimiento recibido se contesta con otro movimiento (“diálogos corporales”); o imaginar que una goma o hilo invisible está unido a una parte del cuerpo y el compañero guía el movimiento moviendo esta goma (“gomas invisibles”). Estas son algunas estrategias de juego que facilitarán la adquisición de recursos de movimiento expresivo y creativo. Se trata de dotar a cada persona de un repertorio que les permita transformar el movimiento en comunicación.
De esta manera la danza creativa no sólo desarrolla la huella de movimiento que nos identifica, sino que ayuda a mantener la salud, a establecer interacciones con empatía y a reconocer las emociones.