Redacción El País
Tras una larga trayectoria en el Instituto Nacional de Tumores de Milán, las investigaciones del epidemiólogo Franco Berrino sobre la conexión entre la alimentación y el cáncer le han valido el reconocimiento como un gurú de la salud, promoviendo una filosofía de vida que combina una dieta consciente, ejercicio y equilibrio mental.
Para Berrino, el desayuno es una comida crucial donde se deben evitar por completo los azúcares añadidos. Opta por alternativas como muesli, tortitas de garbanzos, kéfir, fruta cocida, semillas tostadas, pan integral, té verde en hoja o infusiones. Respecto al café, aunque lo consume ocasionalmente, advierte que puede crear adicción y sugiere moderación.
Pero más allá de la alimentación saludable, Berrino descubre en esta etapa de su vida que "el amor es la medicina más poderosa que tenemos". Una revelación que surgió al buscar un equilibrio entre su vida intelectual, dedicada a los libros y los experimentos, y la necesidad de conectar con lo lúdico.
Este enfoque refleja su firme convicción de que el crecimiento personal no tiene edad. Frente a la idea de que las personas mayores están al margen de la mejora continua, Berrino señala que las grandes culturas siempre han buscado las claves de una existencia feliz con un objetivo claro: la longevidad. Hoy en Italia, observa cómo muchos centenarios gozan de mejor salud que personas setenta años más jóvenes, gracias a un estilo de vida sano. Su aspiración es envejecer bien, sin ser una carga para la sociedad o la familia, algo que considera posible mediante una combinación de comida sana, movimiento y meditación.
Su rutina matutina es un testimonio de ello. Comienza el día con el Surya Namaskar o saludo al sol, una secuencia de yoga que en un minuto despierta todo el cuerpo. Le siguen unos pasos de tango, una ducha y la práctica de los Cinco Tibetanos, unos ejercicios ancestrales que ayudan a mantener la elasticidad de las articulaciones. Berrino asegura que basta con dedicar diez minutos al día para recuperar la energía y la concentración en un mundo que va demasiado deprisa.
Su reflexión sobre la alimentación comenzó con el nacimiento de sus hijos en los años 70, lo que le llevó a preguntarse qué era lo correcto para poner en sus platos. Así descubrió lo orgánico cuando aún era incipiente y, en la década de los 90, la macrobiótica, que le hizo comprender que la comida no es solo una suma de nutrientes, sino energía vital.
Su recomendación es clara: consumir productos de la tierra, preferiblemente de kilómetro cero y de temporada, aprovechando la biodiversidad disponible. Para el almuerzo, sugiere cereales integrales, legumbres y verduras, con propuestas como cuscús con vegetales, puré de habas con achicoria o cebada con lentejas. Sobre la carne, se muestra contundente: la ciencia indica que todos los alimentos de origen animal deben consumirse con prudencia. Él mismo la come solo un par de veces al año, optando por pollo de corral.
Para la cena, aboga por una comida frugal antes de las 19:00 horas, hasta el punto de que él ha optado por saltársela y ceñirse a la merienda. No obstante, es consciente de que para muchas familias es el único momento de reunión, por lo que recomienda sopas, cremas de verduras, legumbres ligeras o cereales en pequeñas cantidades cuando el convivio lo justifica.
En su último libro, Berrino presenta un manual de "resistencia alimentaria". Este concepto nace de la premisa de que con demasiada frecuencia consumimos sustancias ultraprocesadas que engañan al paladar pero envenenan el cuerpo. Nuestra fisiología no está diseñada para cambiar tan rápido ni para soportar este bombardeo artificial.
Frente a la imposibilidad de controlar todo lo que nos rodea, Berrino propone modificar nuestras elecciones diarias. La resistencia al "Plasticeno" —término con el que define nuestra era, marcada por el dominio del plástico y la contaminación— comienza con gestos sencillos: lo que ponemos en el plato, el aliento que cultivamos y el paso con el que atravesamos el mundo.
Advierte que envenenamos la tierra, el agua, el aire e incluso la mente. Vivimos la época del cambio más acelerado de la historia, pero el cuerpo humano no puede seguir ese ritmo. El estrés y la comida chatarra nos enferman, los fármacos crean nuevos daños y los pesticidas prohibidos son reemplazados por otros que pronto correrán la misma suerte.
Más allá de resistir, Berrino aboga por invertir en la escuela, la cultura y la información libre. Critica que incluso los medios de comunicación a menudo silencian ciertos temas para no perturbar el poder económico. Su misión es clara: aumentar la conciencia de las personas. Cree firmemente en la responsabilidad individual y colectiva, y en la fuerza de una ciudadanía informada para marcar la diferencia y construir un futuro más sano.