En los últimos años, las bebidas fermentadas se han vuelto protagonistas de cafeterías, supermercados, tiendas saludables e incluso nuestras propias cocinas. Entre ellas, la kombucha ha ganado una popularidad imparable, posicionándose como una de las favoritas de quienes buscan cuidar su salud de forma natural.
La kombucha es una bebida fermentada que se elabora a partir de un té azucarado y una colonia de bacterias y levaduras llamada Scoby. Según la nutricionista Julia Zumpano, de Cleveland Clinic, durante el proceso de fermentación este cultivo transforma el azúcar en ácidos orgánicos, gases y probióticos, dando como resultado una bebida ligeramente efervescente que puede favorecer la salud intestinal.
“Se diferencia de otras bebidas fermentadas como el yogurt o el kéfir, que utilizan productos lácteos. En cambio, la kombucha se basa en el té, lo que le aporta antioxidantes naturales además de los microorganismos beneficiosos”, explicó la experta.
Su capacidad para influir positivamente en la microbiota intestinal se debe a los microorganismos vivos que contiene y a los compuestos bioactivos que se generan durante su fermentación. De acuerdo con la doctora Mayra Anticona, durante la fermentación del té se generan ácido acético, glucónico, etanol, celulosa, aminoácidos, vitaminas y compuestos fenólicos, que no solo enriquecen el perfil nutricional de la bebida, sino que también potencian sus efectos antioxidantes, antibacterianos e inmunomoduladores.
“Básicamente, los microorganismos presentes en la kombucha pueden ayudar a repoblar la microbiota intestinal, mejorar la digestión y fortalecer el sistema inmune, de forma similar a otros probióticos naturales”, aseguró la nutricionista de Clínica Internacional.
No obstante, dependiendo del tiempo de fermentación, la kombucha puede contener azúcares residuales, por lo que es recomendable leer las etiquetas al consumir versiones comerciales.
En cuanto a su comparación con los suplementos probióticos, la nutricionista destacó que la kombucha no los reemplaza, pero sí puede complementarlos. Mientras los suplementos contienen cepas específicas y dosis controladas, la kombucha aporta una mezcla natural de microorganismos, antioxidantes y ácidos orgánicos, lo que ofrece un valor nutricional más amplio, aunque menos preciso.
Consumir kombucha en exceso o cuando ha sido mal fermentada puede generar molestias digestivas e incluso representar un riesgo para la salud. Hay que tener especial cuidado con las kombuchas caseras, ya que si no se siguen medidas higiénicas adecuadas, podrían causar infecciones o toxicidad. Además, es preferible comenzar con porciones pequeñas —como media taza al día— para evaluar la tolerancia.
Guía práctica para hacer kombucha casera
Ingredientes:
- Agua
- Té negro o verde (se recomienda usar hojas sueltas en lugar de bolsitas comerciales, ya que estas pueden contener microplásticos)
- Azúcar blanca
- Scoby
- Líquido iniciador (suele ser kombucha ya fermentada, para acidificar el medio y prevenir el crecimiento de bacterias no deseadas)
Utensilios:
- Ollas de acero inoxidable para hervir el agua.
- Colador de malla fina (no metálico).
- Recipientes de vidrio de boca ancha u otro material no reactivo, como plástico apto para alimentos o acero inoxidable resistente a ácidos.
- Paño de algodón, gasa o papel toalla y una banda elástica para cubrir el recipiente.
- Botellas de vidrio con tapa hermética para el embotellado y la segunda fermentación.
- Cucharas o espátulas de madera o silicona (evitar utensilios metálicos durante el contacto con la kombucha ya fermentada).
Una buena fermentación depende tanto de los ingredientes como de las condiciones del entorno. A continuación, los pasos clave:
- Hervir el agua e infusionar el té.
- Calentar el agua a unos 80-100 °C y añadir las hojas de té junto con el azúcar. La proporción más común es 0,5% de té y 5-7% de azúcar. Dejar infusionar por 10 a 15 minutos.
- Filtrar y dejar enfriar. Retirar las hojas de té con un colador y dejar que la mezcla se enfríe a temperatura ambiente, ya que el líquido caliente podría dañar el Scoby.
- Verter en el recipiente de fermentación. Una vez frío, colocar el líquido en un frasco de vidrio y añadir el Scoby junto con el líquido iniciador.
- Cubrir y dejar fermentar. Cubrir el frasco con un paño o papel toalla y ajustar con una banda elástica. Colocar el recipiente en un lugar limpio, seco, alejado de la luz directa y con temperatura controlada (idealmente entre 20 y 30 °C). De acuerdo con la nutricionista Julia Zumpano, la fermentación toma entre 7 y 14 días, dependiendo de la temperatura del ambiente y del sabor que uno busque.
Estas son las señales de una fermentación exitosa:
- Sabor ligeramente ácido y efervescente.
- Formación de una nueva capa de Scoby sobre la superficie.
- Olor avinagrado, pero agradable.
- Ausencia de moho: si ves manchas verdes, negras o blancas con textura peluda, descartá la mezcla.
Todo el proceso de elaboración debe realizarse en condiciones óptimas de higiene para evitar contaminaciones que comprometan la salud. Según la doctora Anticona, es fundamental mantener la limpieza desde el inicio: lavarse bien las manos, higienizar los utensilios e ingredientes, usar agua hervida y asegurarse de que no haya contacto con restos de alimentos u otros residuos que puedan introducir microorganismos dañinos.