Redacción El País
No es una queja más. El síndrome del trabajador quemado, más conocido como burnout, es una forma de agotamiento extremo que compromete la salud emocional y física de quien lo padece. Detrás de este cuadro hay mucho más que cansancio: es la sensación de estar al límite, sin energía, ni motivación, ni ganas de enfrentar una jornada laboral más.
Este fenómeno, que fue reconocido por la Organización Mundial de la Salud como un problema relacionado con el empleo en su Clasificación Internacional de Enfermedades desde 2019, no se considera una patología médica en sí misma, pero sus consecuencias a largo plazo pueden derivar en cuadros graves como ansiedad crónica, trastornos del sueño, hipertensión, alteraciones digestivas o incluso desórdenes cognitivos, como fallas de memoria o desorientación.
Las señales que no hay que ignorar
Reconocer los síntomas del burnout es el primer paso para frenarlo a tiempo. Entre los más frecuentes se encuentran:
- Agotamiento emocional persistente.
Sentirse vacío, estallarse por cosas mínimas, llorar sin motivo aparente o vivir con una irritabilidad constante son signos claros de que algo no anda bien. La persona se levanta con malestar, arranca el día ya agotada y sin energía para afrontar las tareas cotidianas.
- Desmotivación total.
Aunque se cumpla con lo que se espera en el trabajo, ya no hay satisfacción. El deseo de irse, de buscar otra cosa, se vuelve recurrente. Esa sensación de insatisfacción va ganando terreno y afecta las relaciones con el entorno.
- Baja en el rendimiento.
No se trata de falta de capacidad, sino de un desgaste progresivo que termina afectando la productividad. El resultado es una rueda que se retroalimenta: el rendimiento baja, aumenta la presión y el malestar crece.
- Conflictos en el entorno laboral.
Malas relaciones entre compañeros, envidias, tensiones o ausencia de una buena gestión de grupo pueden acelerar el desgaste. En cambio, una organización clara y un buen liderazgo pueden marcar la diferencia.
Factores que influyen en el burnout
Si bien las condiciones laborales –jornadas extensas, sobrecarga, presión constante– son un detonante evidente, los rasgos personales también juegan un papel importante. La forma en que cada persona gestiona la exigencia y se vincula con su trabajo es clave. Por eso, como señala la psicología organizacional, cuidar la salud emocional del trabajador ya no es un lujo: es una necesidad estratégica para cualquier empresa.
En palabras de Pilar Conde, psicóloga y directora técnica de Clínicas Origen, el burnout afecta directamente el ánimo, eleva el estrés y modifica el modo en que nos relacionamos con los demás, tanto en el trabajo como en casa.
Tiempo libre, descanso real y bienestar emocional
Trabajar sin pausas, sin límites, sin momentos de desconexión es una receta directa al colapso. Disfrutar del tiempo libre, poder hablar de otras cosas, hacer ejercicio, salir a caminar, ir al cine o simplemente pasar tiempo con amigos o familia son acciones necesarias para recargar energía y bajar el nivel de cortisol y ansiedad.
No se trata solo de dormir bien o de no llevarse trabajo a casa. Se trata de proteger ese espacio personal que permite recomponer cuerpo y mente para volver a empezar con más claridad, motivación y salud.
¿Cómo se revierte?
Contrario a lo que muchos creen, el burnout no se soluciona simplemente “bajando la cantidad de horas” trabajadas. “Lo que la mayoría de los profesionales necesita no es más tiempo, sino una metodología que les permita usarlo bien”, advierte Agustín Peralt, especialista en productividad.
En ese sentido, establecer prioridades, delegar, aprender a poner límites y repensar el sentido del trabajo pueden ser herramientas fundamentales. Porque vivir con el termómetro al máximo no solo es insostenible: es peligroso.
Según el informe Global Workforce of the Future 2024 del Grupo Adecco, el 48% de los trabajadores a nivel global teme sufrir burnout en el corto plazo, y el 46% reconoce haber experimentado desgaste por exceso de trabajo en el último año.
La salud emocional ya no puede quedar fuera de la ecuación laboral. Un equipo desgastado no rinde, no innova, no crece. Y un trabajador agotado no solo pierde rendimiento: pierde calidad de vida. Apostar por el bienestar, hoy más que nunca, es invertir en el futuro.
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