Redacción El País
Para muchas familias, la adolescencia trae consigo escenas que antes no existían: hijos que prefieren pasar horas en su habitación antes que compartir una comida o una salida con los padres. Lejos de ser un gesto de rebeldía, este comportamiento forma parte de un proceso natural: los jóvenes necesitan espacios de intimidad para explorar quiénes son, qué desean y qué capacidades tienen.
Según el psicólogo Ethan Benore, de Cleveland Clinic, retirarse a la habitación puede ser una manera sana de descansar, reflexionar y autorregularse, siempre que se mantenga un balance con las responsabilidades y la vida fuera de esas cuatro paredes. Gabriela Cossi, de Clínica Internacional, agrega que este refugio emocional permite procesar la tristeza, calmarse en momentos de enojo o aislarse de tensiones familiares.
La personalidad influye en cuánto se busca esa soledad. Los adolescentes introvertidos suelen necesitar más tiempo en privado para recuperar energía, mientras que los extrovertidos, aunque disfrutan de la compañía, también buscan pausas de calma.
La carga de las obligaciones
Las responsabilidades del hogar no son un problema en sí mismas. Pueden incluso fomentar autonomía, pero cuando se imponen de manera autoritaria o sin espacio para negociar, generan rechazo. Si cada vez que el adolescente sale de su habitación se encuentra con reproches o tareas inmediatas, terminará asociando el hogar con presión.
A esto se suma otra forma de tensión: los interrogatorios. Preguntas en exceso o con tono invasivo alimentan la idea de que no se confía en ellos. Esa sensación de juicio constante bloquea la comunicación y refuerza el distanciamiento.
¿Cuándo preocuparse?
Pasar tiempo en la habitación puede ser normal si el joven sigue cumpliendo con la escuela, mantiene amigos y participa en actividades que disfruta. La señal de alerta aparece con cambios notables: bajo rendimiento, alteraciones en el sueño, irritabilidad persistente o pérdida de interés.
El aislamiento prolongado también puede afectar el rendimiento académico, las habilidades sociales y la salud emocional. En situaciones más graves, incluso puede estar vinculado con autolesiones o pensamientos suicidas, lo que hace necesaria una atención inmediata.
Según especialistas, hay cuatro errores comunes de los padres: obligar con gritos o castigos, compararlos con otros jóvenes, invadir su privacidad entrando sin permiso o menospreciar sus intereses y sueños. Todas estas acciones refuerzan la distancia en lugar de acercar.
Cómo acercarse sin invadir
Las estrategias más efectivas no pasan por la imposición, sino por el respeto y la conexión genuina:
- Proponer actividades sencillas y dejar la opción de decir que no.
- Compartir pequeños gestos de cuidado, como un snack o una nota.
- Respetar el silencio y pactar momentos de conversación cuando sea necesario.
- Involucrarlos en decisiones sobre el hogar y repartir responsabilidades de forma negociada.
- Usar recordatorios externos, como calendarios, para que aprendan a organizarse por sí mismos.
Se trata de respetar la intimidad, estar disponibles, escuchar sin juzgar y, cuando la situación lo amerite, buscar ayuda profesional. El cuarto de un adolescente puede ser refugio, pero también puede convertirse en señal de alerta: el reto de los padres es aprender a leer esa diferencia.
En base a El Comercio/GDA