"Cada vez nos llevamos mejor con las cosas que entre nosotros", sostuvo Ariel Gold, médico psiquiatra de niños y adolescentes. Y sí: las pantallas no incomodan, no irritan, no contradicen nuestros deseos (en todo caso, nos generan nuevos). Pero el costo es alto; sobre todo, en lo que refiere a conectar con los demás, convivir y ser empáticos. Junto a Gold, los psicólogos Lucía Calderón y Nicolás Capote escribieron su nuevo libro Ser empático hace bien: claves para desarrollar empatía en casa y en el aula.
Durante años, los tres profesionales se enfocaron solamente en uno de los aspectos que alteran la convivencia, que es la dificultad para autorregularse o, en otras palabras, para gestionar pensamientos, emociones y comportamientos con el fin de adaptarse al contexto y las demandas de los otros. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que solo con eso no era suficiente, y entonces apareció otro factor clave: la empatía.
¿Empático se nace o se hace? Un poco de ambas: según Gold, nuestro cerebro está hecho para desarrollar la empatía, pero es necesario entrenarlo para no perder esa capacidad. Y cuanto antes comencemos ese entrenamiento, mejor; por eso, los docentes y padres o tutores tienen la responsabilidad de promover espacios donde niños y adolescentes puedan modelar su cerebro hacia estructuras empáticas que faciliten la convivencia hoy y en el resto de sus vidas.
Promover la empatía con el ejemplo
Ahora bien: ¿cómo es posible enseñar a ser empáticos si uno, como adulto, vive enchufado a una pantalla? Gold mencionó: “Basta con subirse a un ómnibus y observar si hay acciones empáticas. No es que la gente sea mala, sino que su mente está enfocada en un aparato y no en otras personas”.
El psicólogo Capote estuvo de acuerdo. Según él, para potenciar la empatía en niños y adolescentes se necesitan adultos referentes, pero cada vez las personas están “menos disponibles física y emocionalmente y más consumidas por las pantallas”. Si uno no modela la conducta empática, no puede luego pedirle al niño a su cargo que lo haga.
Lo ve a diario en su trabajo: “Cuando nos traen problemas de convivencia, hay una dificultad enorme en reconocer la cuota de responsabilidad de cada uno o la forma de pensar o sentir del otro”.
En la misma línea, Calderón expresó que los niños y adolescentes “aprenden mucho más por lo que ven, sienten y experimentan que por las instrucciones en sí mismas y para eso hay que poner el cuerpo, hay que estar con todo el ser”. Además, señaló que es fundamental que padres, docentes y tutores generen un ambiente emocionalmente fortalecedor para que ellos puedan desarrollar la empatía.
De acuerdo a la psicóloga, lo anterior significa validar las emociones, es decir, reconocerlas y aceptarlas sin juzgarlas ni minimizarlas. También implica escuchar activamente y pasar tiempo de calidad juntos —lejos de las pantallas y otros distractores— donde prevalezca el afecto físico. “Tanto el abrazo como el beso generan liberación de oxitocina, hormona que ocupa un rol clave en el desarrollo de la empatía”, explicó.
A su vez, resaltó la importancia de fomentar la confianza: “A los niños y adolescentes les cuesta mucho confiar en los adultos y eso es responsabilidad nuestra. Tenemos que ser puertos seguros para ellos”.
Un mundo más empático
Para Gold, no es que la empatía sea la solución a todos nuestros problemas, pero sin dudas nos ayuda a sufrir mucho menos. “Si cada uno, desde su lugar, se esforzara por generar acciones empáticas, por más pequeñas que sean, estaría creando vacunas. No es algo que impida la enfermedad —en este caso, la violencia o el maltrato—, pero sí baja la intensidad del daño”, aseguró.
Y añadió: “Si nos dejamos llevar por el estrés de cada día, estamos sobreviviendo, no conviviendo. No generamos vivencias donde formar comunidades valga la pena. Ser empáticos nos conecta, protege, humaniza y, sobre todo, nos hace bien”.
El libro Ser empático hace bien: claves para desarrollar empatía en casa y en el aula contiene información clara y accesible sobre la neurobiología de la empatía, el estrés como enemigo de esta capacidad humana y el rol de las pantallas. También incluye capítulos prácticos con objetivos y estrategias para promover la empatía en hijos y alumnos.
Cómo saber si mi hijo o alumno es poco empático
En su libro, los expertos comparten 12 preguntas para identificar conductas empáticas en niños, niñas y adolescentes:
- ¿Mi hijo/alumno suele notar cuando alguien está triste, enojado o molesto, incluso si no se lo dicen?
- ¿Se interesa por saber cómo se sienten las otras personas?
- ¿Hace preguntas como ‘¿Estás bien?’ o ‘¿Por qué está llorando?’ cuando te ve o ve a alguien angustiado?
- ¿Intenta consolar, ayudar o acompañar a alguien que está pasándola mal?
- ¿Se conmueve o cambia su actitud cuando presencia una injusticia o sufrimiento?
- ¿Es capaz de imaginar cómo se sentiría otra persona en una situación diferente a la suya?
- ¿Puede entender que otros tienen pensamientos, emociones o preferencias distintas?
- ¿Hace comentarios como ‘Yo también me sentiría así’ o ‘Eso debe ser difícil para él/ella’?
- ¿Comparte con facilidad sus cosas, tiempo o atención con otros?
- ¿Suele ofrecer ayuda sin que se lo pidan?
- ¿Participa de forma amable y cooperativa en juegos o actividades grupales?
- ¿Puede reflexionar sobre cómo sus acciones afectan a los demás?
La psicóloga Lucía Calderón aclaró que, ante todo, no es necesario alarmarse. “Cuando vemos un comportamiento poco empático en un niño o adolescente, en vez de rezongarlo, podemos tomarlo como una oportunidad de mejora. De alguna forma, ese chico nos está indirectamente diciendo: ‘Ayúdame con esto’”.
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