Algunas de las principales aplicaciones de mensajería y redes sociales, como WhatsApp, Instagram o TikTok, sitúan dentro de sus términos y condiciones de uso la edad mínima de 13 años para crear una cuenta (aunque todas ellas están sujetas a las políticas de cada país: en Corea del Sur es de 14 años y en España se prevé que ascienda hasta los 16). A pesar de esto, muchos niños se registran antes, a veces sin el conocimiento o permiso de los adultos, para evitar sentirse aislados.
Antes de decidir si un niño debe usar WhatsApp por motivos prácticos o sociales, es fundamental evaluar si es la mejor alternativa a pesar de las buenas intenciones. Existen aplicaciones de redes sociales y mensajería especialmente enfocadas en la infancia, como Zigazoo o JusTalk Kids Messenger, a través de las que pueden reducirse los numerosos riesgos para los menores dentro de WhatsApp y otras plataformas.
Vulnerabilidad y supervisión
Los estudios muestran que el uso de teléfonos celulares sin una supervisión parental cuidadosa aumenta el riesgo de acoso cibernético, uso problemático y conductas perjudiciales para el desarrollo social.
Entre los 10 y los 16 años, los menores son especialmente vulnerables a la presión de grupo, a la impulsividad y a los riesgos para su autoestima. Aunque algunos preadolescentes de 13 años son muy maduros y otros de 17 aún no, la decisión debe basarse en la madurez del menor, su autocontrol y su capacidad para manejar conflictos y rechazos, así como la influencia de sus pares.
Antes de permitir el acceso, es fundamental preparar a los menores para que su primera experiencia en los grupos de mensajería sea positiva y segura. Este aprendizaje debe comenzar en la familia y continuar en la escuela.
Enseñar las reglas de la llamada netiqueta es esencial: así como aprendemos a interactuar con respeto y cortesía en persona, debemos aprender a mantener conversaciones respetuosas en el entorno digital, donde la empatía y la intención del mensaje pueden ser más difíciles de percibir.
Además, es necesario establecer reglas claras y consensuadas sobre el tiempo de uso y qué se puede compartir, con quién y cuándo. Es necesario enseñarles a no compartir información personal, fotos privadas o información sobre su ubicación o hábitos.
Otro aprendizaje esencial es practicar la respuesta (o no respuesta) a mensajes hirientes, bromas o exclusiones, y reaccionar a mensajes ofensivos o perturbadores. Estos aprendizajes no son puntuales, sino que requieren un apoyo continuo, a medida que las situaciones evolucionan a lo largo de la adolescencia.
¿Cómo realizar la supervisión digital?
Supervisar no significa espiar ni prohibir, sino apoyar activamente y progresivamente. Es importante crear una cultura familiar y escolar que priorice la comunicación presencial y el tiempo libre por encima de los intercambios virtuales y que reserve tiempos sin teléfonos móviles. La clave es adaptar el nivel de control a la edad y madurez del niño, manteniendo un diálogo abierto.
Durante los primeros años, se recomienda que los padres tengan acceso a las contraseñas y revisen periódicamente los mensajes, expliquen previamente los motivos de esas revisiones partiendo de una colaboración con el niño. Los controles parentales le permiten limitar el tiempo y el uso de contenido, y garantizar la privacidad y la seguridad. Esto también posibilita la revisión de contactos y grupos para que los menores puedan abandonar aquellos con los que no se sienten cómodos.
Una buena práctica es fomentar la participación gradual: comenzar sólo con grupos familiares o amigos muy cercanos y luego ampliar gradualmente el círculo a medida que demuestren responsabilidad y madurez.
El ejemplo de los adultos es clave: los padres deben supervisar su propio uso del teléfono celular y modelar cómo gestionar los conflictos y la privacidad digital.
No existe una edad concreta para finalizar la supervisión, pero sí algunos indicadores: cuando el menor demuestra responsabilidad, sabe pedir ayuda, respeta las normas y gestiona bien los conflictos, el seguimiento puede ser más discreto.
Sin embargo, la adolescencia es un período particularmente vulnerable; Por ello, conviene continuar con la supervisión, incluso de forma menos intrusiva, al menos hasta los 16 años.
Entre los 13 y los 16 años, edad legal para el uso de mensajes personales y redes sociales, se recomienda:
- Acompañamiento activo: Conocer las actividades, amistades y preocupaciones del menor, mostrando afecto y apoyo. Los adultos deben estar presentes durante el acceso a internet y el uso de dispositivos, guiando y explicando los riesgos y buenas prácticas.
- Control de contenidos: Filtrar y limitar el acceso a contenidos inapropiados, restringir la instalación de aplicaciones y la participación en redes sociales o grupos de mensajería.
- Establecimiento de rutinas: Pactar horarios y tiempos de uso, y fomentar actividades fuera de las pantallas.
- Educación en habilidades digitales: Enseñar a identificar situaciones de riesgo y a pedir ayuda ante cualquier problema.
Más adelante, aunque la supervisión se reduzca, los adultos deben seguir siendo referentes, estar disponibles para resolver dudas o problemas y atentos a señales de riesgo como adicción, aislamiento o conductas problemáticas.
En definitiva, la decisión sobre cuándo permitir el acceso a grupos de mensajería debe basarse en la madurez del menor, la supervisión activa y el acompañamiento continuo, priorizando siempre la seguridad y el bienestar emocional.
Ana Cebollero Salinas, Carmen Elboj, Pablo Bautista Alcaine & Tatiana Iñiguez Berrozpe, The Conversation