Este mes es muy significativo para mí como profesional de la salud mental, pero también como madre y ciudadana, porque entiendo que esta temática nos concierne a todos como comunidad y sociedad en su conjunto. Hablar de salud mental es referirnos a nuestro estilo de pensamiento, emociones, conductas, respuestas y decisiones, es decir, la vida misma, en toda su belleza, totalidad y complejidad.
Ninguno de nosotros está exento de transitar un episodio o momento de desborde o desequilibrio emocional y esto es muy importante a la hora de desmitificar el halo de tabú y oscuridad que rodea habitualmente al asunto. Esto no nos hace débiles o insanos: nos humaniza.
Todos nos referimos con naturalidad a las enfermedades físicas como diabetes, cáncer y hasta enfermedades degenerativas y autoinmunes. Esta misma fluidez no caracteriza un diagnóstico psiquiátrico de una esquizofrenia, bipolaridad o trastorno de ansiedad. El estigma socio-cultural que conlleva la enfermedad mental aún continúa sumamente presente y con más vigencia de lo que creemos en el imaginario colectivo.
En el mundo, el gran flagelo de nuestra era es la patología psiquiátrica, los trastornos mentales y la inestabilidad emocional. Adolescentes y adultos jóvenes cada vez más se acercan a la consulta clínica con problemáticas emocionales que impactan negativamente en sus roles, vínculos y áreas de su vida, mientras que otros padecen el malestar y el sufrimiento psíquico en absoluta soledad, ya sea porque no pueden acceder a psicoterapia o por motivos relativos al contexto familiar o de su entorno cercano.
Independientemente de que un origen es multifactorial y singular, las estadísticas muestran que los casos vinculados a la salud mental continúan en aumento día a día, sin distinción de clase social o económica. En Uruguay, si bien se ha presentado un leve descenso desde el año 2024, la tasa de suicidios es alarmante (y una de las más altas en América Latina). Los jóvenes entre 20 y 24 años lideran el ranking de las muertes por suicidio en Uruguay, con la población mayor a 80 años, según datos aportados por el Ministerio de Salud Público (MSP) en referencia al año pasado.
Desde mi lugar, dentro del consultorio en el abordaje individual y en el marco de la consulta clínica, y fuera, en mi rol de divulgadora científica, comunicadora en salud mental y escritora, ratifico mi compromiso con la población. Entiendo que es clave acercar información científicamente avalada y con los últimos avances en psicoterapia.
La psicoeducación a nivel masivo requiere un lenguaje cercano y sencillo para que todas las personas comprendan, cuenten con información adecuada y finalmente se sientan aliviadas, entendidas y tomen acciones y decisiones que les generen bienestar y calidad de vida. Los invito a continuar transitando juntos este camino de concientización y prevención global y colectiva, donde cuidar la mente no es un lujo sino un derecho universal y una necesidad imperativa. Colocar estas temáticas sobre la mesa puede salvar vidas.