De la culpa a la responsabilidad: cómo evitar criar hijos que se refugien en el rol de víctima

La culpa excesiva puede afectar la crianza y fomentar el victimismo infantil. Reemplazarla por responsabilidad permite educar hijos más fuertes, autónomos y emocionalmente sanos.

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Niña pequeña charlando con sus padres.
Foto: Freepik.

La culpa está formada por una emoción: la rabia retroflectada y una exigencia. Para sentir culpa se necesita bronca hacia uno mismo y un introyecto llamado exigencia. Todo aquel que se sienta culpable tiene dentro de sí rabia y exigencias. Rabia sin exigencias no produce culpa.

En los trastornos de personalidad antisociales y psicopatías, la persona no tiene culpa, arrepentimiento ni remordimiento, lo cual hace imposible el tratamiento psicológico. El psicópata no sufre porque no siente culpa, el dolor ajeno no le llega.

Entonces, una pequeña dosis de culpa es necesaria. En grandes cantidades es intolerable porque causa gran sufrimiento y arrepentimiento al que la siente. En pequeñas dosis nos humaniza.

La culpa conlleva algo negativo, parte de la base de que algo se ha realizado mal o se ha evitado llevar a cabo y se tiene que pagar por eso. Implica realizar un determinado comportamiento para reparar el daño efectuado. La persona tiene exigencias y cuando no las cumple, aparece la rabia e inmediatamente se vuelva sobre sí mismo y sobreviene la culpa.

En artículos anteriores hemos hablado de las distintas causas de la culpa parental. Esta es una forma de autoagresión, en la que cada cual elige su propia forma de acallarla: beber, deprimirse, drogarse, sumirse en la angustia y/o ansiedad, negarse la felicidad, no permitirse la ayuda, todo para permanecer en ese sufrimiento que creemos merecer.

Hacia la responsabilidad

Te propongo cambiar la culpa por la responsabilidad, que significa sin dudas una respuesta hábil. El padre puede elegir cómo responder frente a su hijo, hacerse cargo de qué palabras, actitudes o conductas son las adecuadas durante la educación. Si el niño no obedece, no estudia o es agresivo, cada progenitor elijará cuál es la mejor forma de pararse frente a él.

Padre e hijo
Padre e hijo
Foto: Pixabay

La culpa no es buena guía para educar hijos fuertes emocionalmente. Puede trabajarse y si no desaparece, al menos puede disminuir.

Además, puede causar el victimismo de los hijos. Este es un rol donde la persona se pone en un lugar donde le ocurren hechos, todo viene del exterior, no se hace cargo de cómo responder a los desafíos que se presentan.

Como resultado, la victimización se transforma en un elemento fundamental de su identidad individual.

Las personas que poseen esta mentalidad tienden a atribuir sus “desgracias” a fenómenos que no pueden controlar, como el destino, la (mala) suerte o a distintas personas o situaciones.

Los niños se victimizan a menudo y en muchas situaciones, los padres los tratan como débiles. El niño aprende que este rol puede traerle beneficios, como la lástima del padre, la no fijación límites o la exoneración de determinada tarea que debería hacer.

Padres e hijo enojados
Padres e hijo enojados
Freepik

Peligros de victimizarse

Si se pone en dicha postura no contactará con los recursos personales y se debilitará psicológicamente. El pequeño busca en sus padres el constante reconocimiento del victimismo propio y así se forja ese rol pasivo, pierde la oportunidad de fortalecerse.

En muchas situaciones, el papel de víctima funciona como un mecanismo de protección ante el miedo. Es una forma de evitación donde la persona prefiere no afrontar la responsabilidad de sus acciones ya que no se siente preparados para enfrentar al mundo, los otros son los responsables de lo que le pasa a él, todo le pasa por fuerzas externas a él.

El niño que se coloca en dicho rol se desvaloriza, no valora sus propios recursos individuales, no enfrenta, no intenta, no tiene iniciativas, elige evitar la acción.

El rol de víctima en la infancia puede ser un patrón de comportamiento aprendido donde el niño busca atención o afecto a través de la queja, la exageración o la debilidad, especialmente si estas actitudes fueron recompensadas con el cuidado parental en el pasado. También puede ser el resultado de experiencias de victimización real, como el maltrato o el abuso, que dejan secuelas psicológicas.

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