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La soledad, un estado que no solo afecta a las emociones; también repercute sobre la salud del cerebro

Sentirse crónicamente desconectado de los demás puede afectar a la estructura y el funcionamiento del cerebro, y aumenta el riesgo de padecer enfermedades neurodegenerativas.

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La soledad es perjudicial para el cerebro.
Foto: Flickr.

Dana G. Smith - The New York Times
Todos nos sentimos solos de vez en cuando, por ejemplo, después del cambio a una escuela nueva o una mudanza a otra ciudad, cuando un hijo se va de la casa o la pareja fallece.

Pero algunas personas sienten soledad no solo de manera temporal, sino crónica. Se vuelve “una característica de la personalidad, algo que es difícil de quitar”, comenta Ellen Lee, profesora asociada de psiquiatría en la Universidad de California. Estas personas parecen tener “esta emoción persistente que luego moldea su comportamiento”.

Cada vez hay más investigaciones que confirman que este tipo de soledad arraigada es mala para la salud e incluso puede modificar el cerebro, con la elevación del riesgo de enfermedades neurodegenerativas como consecuencia.

¿Cómo cambia la soledad el cerebro?

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Foto: Needpix.

Los humanos evolucionaron para ser criaturas sociales probablemente porque, para nuestros ancestros, estar solos podía ser peligroso y reducía las probabilidades de supervivencia. Algunos especialistas creen que la soledad pudo haber surgido como un tipo particular de señal de estrés para hacernos buscar a otras personas.

Con la soledad crónica, esa respuesta de estrés se queda estancada y se convierte en algo perjudicial, de forma similar a como la ansiedad puede transformar una útil respuesta de miedo en una enfermedad mental desadaptativa.

“Los episodios pequeños y transitorios de soledad realmente motivan a la gente a buscar una conexión social”, dice Anna Finley, investigadora del envejecimiento. “Pero en los episodios crónicos de soledad, al parecer eso es contraproducente”, porque las personas se vuelven especialmente sensibles a las amenazas sociales o a las señales de exclusión, lo que puede hacer que les asuste o les resulte desagradable interactuar con los demás.

Las investigaciones han demostrado que las personas solitarias son hipersensibles a las palabras de interacción negativas, como “no me gusta” o “rechazado”, y a los rostros que expresan emociones negativas. Es más, muestran una respuesta atenuada a las imágenes de extraños en situaciones sociales agradables, lo que sugiere que incluso los encuentros positivos llegan a ser menos gratificantes para ellos. La soledad crónica se asocia a cambios en áreas importantes del cerebro para la cognición social, la conciencia de uno mismo y el procesamiento de las emociones.

¿Cómo es posible que un sentimiento subjetivo tenga un efecto tan profundo en la estructura y funciones cerebrales? Los científicos no están seguros, pero creen que cuando la soledad detona la respuesta de estrés también activa el sistema inmunitario, con lo que aumentan los niveles de algunos químicos inflamatorios. Cuando esto se experimenta durante periodos largos, el estrés y la inflamación pueden ser perjudiciales para la salud cerebral y dañar las neuronas y las conexiones entre ellas.

¿Cómo afecta la soledad a la salud cerebral a largo plazo?

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Imagen: Deviant Art.

Los científicos han sabido desde hace años de una conexión entre la soledad y la enfermedad de Alzheimer y otros tipos de demencia. Un estudio que se publicó el año pasado sugirió que la soledad también está relacionada con el mal de Parkinson.

Según Nancy Donovan, psiquiatra geriátrica, “hasta los niveles bajos de soledad incrementan el riesgo, y los niveles más altos se asocian a un mayor riesgo” de demencia. Donovan ha demostrado que las personas que puntúan más alto en una medición de soledad tienen en el cerebro niveles más altos de las proteínas amiloides y tau, dos de los sellos distintivos de la enfermedad de Alzheimer, aun antes de mostrar signos de deterioro cognitivo. 

Los científicos creen que el estrés y la inflamación causados por la soledad contribuyen con toda probabilidad a la aparición o aceleración de enfermedades neurodegenerativas en los adultos mayores. Según Donovan, los efectos de la soledad en el sistema cardiovascular —aumento de la presión arterial y la frecuencia cardíaca— también son perjudiciales para el cerebro y quizá contribuyan a su deterioro. 

La forma más general en que la soledad afecta la salud mental y física también puede influir en el deterioro cognitivo. Este sentimiento está estrechamente relacionado con la depresión, otra condición que aumenta el riesgo de demencia. Además, las personas que se sienten solas tienen menos probabilidades de ser físicamente activas y más de fumar cigarros. “Todas estas cosas pueden influir en el envejecimiento del cerebro. Creo que hay muchos caminos para ir de la soledad al deterioro cognitivo”, dijo Lee.

La mayoría de las investigaciones sobre la soledad y la neurodegeneración se han realizado en adultos mayores y de mediana edad, por lo que los expertos no saben si la soledad en la infancia o en la edad adulta temprana conlleva el mismo riesgo. Sin embargo, Wendy Qiu, profesora de psiquiatría y terapéutica y farmacología experimental de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston, ha descubierto que si las personas de mediana edad se sienten solas de manera transitoria y no crónica, entonces no se incrementa el riesgo de demencia.

Con la soledad transitoria, el cerebro tiene “capacidad de recuperación”, señaló Qiu. Pero si las personas “no tienen ayuda para salir de la soledad y durante mucho tiempo se sienten solas, será tóxico para el cerebro”.

¿Cómo combatir la soledad crónica?

Una de las recomendaciones más comunes es un poco obvia: intenta hacer nuevos amigos. Ya sea a través de clases de arte, equipos deportivos, grupos de apoyo u oportunidades de voluntariado, el objetivo es colocarte en lugares donde la gente se reúna.

Este tipo de situaciones sociales planeadas tienen resultados dispares. Lee dice que suelen funcionar mejor si hay “una identidad compartida” entre las personas implicadas —como los grupos específicos para viudas o para personas con diabetes—, de modo que tengan algo que los conecte.

El otro lado de la ecuación es abordar las actitudes y los patrones de pensamiento de una persona en cuanto a las interacciones sociales mediante la terapia cognitivo-conductual. Estos enfoques suelen ser un poco más eficaces, dico Lee, porque “llegan a la raíz” del problema, explorando qué es lo que dificulta que una persona interactúe con los demás.

Las estrategias quizá parezcan sencillas, pero del dicho al hecho hay mucho trecho. “Es un problema espinoso. De lo contrario, no creo que tendríamos el informe de la principal autoridad de salud de EE. UU. diciendo que tenemos que resolver esto”, concluye Finley.

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