Gabriel Rolón charla con monje budista uruguayo: cómo "dejar el lugar de sufrimiento" y permitir la felicidad

Redacción El País
El psicólogo y escritor Gabriel Rolón compartió aire con el lama Rinchen, un monje budista uruguayo reconocido por su manera clara y cercana de transmitir las enseñanzas del budismo tibetano. El intercambio —que tuvo lugar en el programa Perros de la Calle (Urbana Play, Argentina)— giró en torno a una pregunta universal: ¿cómo ser más felices?

“En la medida en que nos liberamos de patrones conductuales, estados mentales aflictivos, del egocentrismo y de la ignorancia fundamental, surge por sí sola una satisfacción de estar en armonía con quiénes somos y con la realidad”, explicó el lama. Desde la perspectiva budista, la felicidad es una responsabilidad personal: “Si exigimos que otros nos hagan felices, se crea el conflicto”.

Aclaró que la felicidad no depende de los bienes materiales ni de las circunstancias externas: “Aunque tengas miles de millones de dólares, ese vacío existencial no se llena con recursos materiales. No hay nada malo con disfrutar de la vida y lo que ofrece, pero de una manera sana y sin crear dependencias”.

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Rolón, que escuchó atentamente, coincidió en la importancia de hacerse cargo del propio bienestar emocional. “Lo que me llega mucho es este discurso de hacerse cargo de la propia felicidad. No estar enojados todo el tiempo con los demás porque esperábamos otras cosas para que nos hicieran felices”, reflexionó.

Y agregó: “Aunque a veces sí es con otros, siempre parte de uno. La responsabilidad es preguntarse: ¿qué tenés vos que ver con el sufrimiento del que te quejás? ¿Qué podés hacer vos para dejar ese lugar de sufrimiento y, a partir de ahí, construir un espacio que permita alojar una felicidad posible?”.

A lo largo de su trayectoria, Rolón ha insistido en que la felicidad no es un estado permanente, sino un proceso que requiere trabajo interior, aceptación y coraje emocional. Para el psicoanalista, gran parte del sufrimiento proviene de no asumir la propia responsabilidad afectiva y de esperar que el mundo repare lo que uno mismo no ha aprendido a sanar.

Pero la felicidad no llega cuando todo está bien, sino cuando uno puede estar bien incluso en medio de lo que no lo está. En esa línea, invita a revisar las propias expectativas, a dejar de reclamarle al otro lo que uno no se da y a reconciliarse con la imperfección de la vida.

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